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Como cada año, llegadas estas fechas, toca hacer balance de un año que, creo que estaréis de acuerdo conmigo, no ha sido como lo esperábamos. Un año para recordar, de eso no me cabe la menor duda, pero también para olvidar, lo mas pronto posible, y confiar en que la situación recupere cierta normalidad en el 2021 (aunque personalmente soy bastante escéptico, al menos en lo que respecta a los primeros meses del año…). En el plano personal ha sido un año difícil, marcado por la imposibilidad de hacer aquello que más me gusta: viajar. Y es que el virus ha afectado la forma de vida de todos nosotros, pero para aquellos que disfrutábamos saltando de país en país y de avión en avión, el cambio ha sido mucho más radical. A lo largo de los últimos 11 años he realizado una media de unos 25-30 viajes profesionales al año (a los que hay que sumar los viajes personales y escapadas combinadas con viajes de trabajo). Este año, la cifra de viajes de trabajo se ha quedado en 4. Pobre balance para un viajero incansable, insuficiente para saciar mi apetito explorador, máxime teniendo en cuenta las expectativas creadas a finales del 2019 para el año que, por fin, nos deja (¡y que no vuelva!). El año se presentaba muy “interesante” a priori, con muchísimos destinos fabulosos por visitar según el plan de trabajo (India, Japón, Taiwán, EEUU, Islandia, China – con varios destinos dentro del gigante asiático –, Malaysia – varias veces –, Indonesia, Qatar, etc.), pero todo ha quedado en papel mojado. Al margen de esa ridícula cantidad de viajes profesionales completados, he realizado alguna que otra escapadilla, por aquello de tratar de recordar viejas sensaciones (estancias en hoteles, esperas en aeropuertos, vuelos), pero he de reconocer que nada ha sido igual. No es un secreto que me gusta viajar, pero este año ha servido para darme cuenta de que mas que una afición viajar se ha convertido para mí en una forma de vida, una actividad que ha resultado ser mucho mas importante de lo que yo pensaba para mi (nunca dejamos de conocernos). Pero hagamos un repaso a lo que ha dado de si 2020 en cuanto a viajes, ¿me acompañas?
2020 comenzar, lo que se dice comenzar, comenzó de la mejor manera posible: un grupo de amigos nos fuimos a China (Shangai, la perla de oriente y Harbin, el reino del hielo), así para empezar el año, a mediados del mes de enero, como el que se va en tren de Palencia a Santander. Dos destinos principales en el gigante asiático: Shanghái, una megápolis que ha sufrido un desarrollo brutal a lo largo de los últimos 20 años, hasta llegar a convertirse en el centro financiero de referencia de esa región del planeta. Una ciudad que también conserva rincones mas tradicionales, aquellos que gusta visitar al viajero, además de ofrecer unas cuantas visitas de lo mas recomendadas en los alrededores, como Zhujiajiao, una localidad conocida como la Venecia de Oriente, muy pintoresca (pese al mal tiempo que tuvimos). Desde Shanghái nos desplazamos al norte, mas concretamente a Harbin, atraídos por el increíble festival de esculturas de hielo y nieve que se celebra en esta fría provincia fronteriza con la región rusa de Siberia, donde las temperaturas llegaron a caer hasta los menos veintimuchos grados durante nuestra visita. Un festival de reconocido prestigio nacional, y tal vez no tan conocido a nivel internacional, principalmente por la lejanía del lugar y las gélidas temperaturas que uno tiene que estar dispuesto a soportar para disfrutar de la experiencia. La experiencia no defraudó, y no puedo más que recomendar la visita a Harbin si tienes ocasión (yo espero visitarlo en un par de años de nuevo por motivos profesionales, visita que intentaré se produzca durante las fechas del festival, antes del año nuevo chino…¡ya veremos!).
Al
regreso de China, y casi sin pausa, visité Toulouse y Praga por motivos profesionales, dos viejas
conocidas, para continuar con un nuevo viaje profesional a Turquía, más concretamente a Estambul y
Bodrum, y una nueva visita a Singapur, ciudad a la que siempre es un placer
regresar (y que éste año echaré de menos, porque todo parece indicar que no
podré viajar allí); y es que Singapur es de esas ciudades que no te cansas de
visitar, aunque sea para recorrer los mismos lugares y rincones ya de sobra
conocidos y volver a tomar las mismas fotos visita tras visita (que no son las
mismas, porque siempre hay algún matiz que las hace únicas), pero es que además
éste año pude pasar algunos días en el destino al margen del trabajo y
descubrir un puñado de lugares de lo más interesantes (Singapur, templos y parque MacRitchie). Nunca me
cansaré de recomendar Singapur como destino de viaje. Nunca defrauda.
Praga
La primera semana de marzo visité por primera vez Chisinau, la capital moldava, país que se convirtió en el numero 70 de mi particular lista de países visitados (Moldavia, el 70), visita que prácticamente supuso el final del año viajero (¡y aun estábamos a mediados de Marzo!). Un reconocimiento, el de ser mi país número 70, que Chisinau no se merece: no quedé encantado ni con la ciudad ni con su gente, así que feliz de que la actividad profesional que me llevó allí concluyera y no tenga que volver a regresar (pocas veces he dicho esto de algún destino…).
Unas primeras 10 semanas de año con mucha actividad, actividad que de pronto se truncó hasta la ausencia total de viajes. Una situación difícil de digerir y a la que acostumbrarse. Mi vida cambió por completo después del fin de semana en que visité Palencia a mi regreso de Moldavia para celebrar el cumpleaños de mi madre. Las restricciones y el miedo se apoderaron del mundo, los hoteles cerraron sus puertas a los visitantes y los aviones quedaron aparcados en las pistas que solo unos días atrás servían para lanzarlos al aire y recibirlos de vuelta. Triste. Muy triste. En aquel mes de marzo cancelé una visita a Islandia (que me dolió muchísimo) y en el terreno personal no pude celebrar mi cumpleaños con mi hermana, mi cuñado y su viaje-regalo sorpresa a Colonia; en abril el viaje que habría de llevarme a Malaysia nunca llegó, y M y yo no pudimos disfrutar de nuestras merecidas vacaciones en Irlanda; en mayo tuve que cancelar mi visita a Japón y Estados Unidos, y así, semana tras semana, mes tras mes, todos y cada uno de los viajes planificados (y ya confirmados) fueron cancelados, sin tener fecha para retomar la actividad (fechas que a día de hoy siguen en el aire…). Pero las semanas fueron pasando y hubo que conformarse con disfrutar de los lugares cercanos y/o accesibles en coche. Tan pronto se empezaron a levantar las restricciones me puse en movimiento (lo que me dejaron); tuve que esperar ¡dos meses! (todo un mundo para alguien como yo) antes de volver a sacar la cámara de fotos para visitar el cercano Drachenfels, una escapada de unas horas desde Colonia, pero ¡menos es nada!
Ya en Junio M y yo nos escapamos a pasar una semana a la región del Allgau (Alpes de Allgau), al sur de Alemania, acompañados por Cookie, nuestra nueva compañera en la vida que llegó en marzo, procedente del este de Europa, en plena primera ola de pandemia. Una semana de la que disfruté muchísimo y que dejo unas cuantas imágenes características de la belleza de aquella región.
El verano llegó y aproveché para visitar a la familia en España, con recorrido turístico por mi Palencia natal incluído (Palencia con P), y a primeros de Julio me acerqué hasta San Juan de Gaztelugatxe, uno de esos sitios que hay que visitar sí o sí y que llevaban en mi lista de cosas por hacer mucho tiempo, mucho antes de que el lugar se hiciera famoso como Rocadragón en la serie Juego de Tronos. Un lugar increíble (San Juan de Gazteliugatxe).
Palencia
En
Agosto M, Cookie y yo nos escapamos un fin de semana a Holanda, más
concretamente a Kinderdijk, Rotterdam y La Haya (Fin de semana en Holanda), una visita que dejó muy buen
sabor de boca: buen tiempo, lugares preciosos y una buena combinación de
actividades, en la mejor de las compañías. Sin duda ciudades a las que espero
regresar de nuevo, ya que quedé encantado con la visita (y con la actitud
relajada de los holandeses con respecto al virus, al menos en el momento de la
visita).
En Septiembre mi paciencia y nivel de inactividad superaron mis límites (con creces) y escapé a Nápoles (escapada a Italia): necesitaba como el respirar volver a salir, viajar en un avión, alojarme en un hotel…se que para la mayoría puede parecer excesivo y difícil de entender, pero las cosas son como son. Honestamente, el destino era lo de menos, lo importante era recuperar, al menos de forma temporal y un tanto artificial, por qué no negarlo, la sensación de viajar, de la vieja normalidad que posiblemente nunca regrese. Nápoles no fue el destino soñado, pero cumplió su cometido, no por la ciudad en sí (que me pareció horrible), sino por el puñado de sitios interesantes que se pueden visitar en los alrededores, como el Vesubio, Pompeya, la preciosa costa amalfitana o la encatadora isla de Prócida.
Ya en Octubre M, Cookie y yo nos volvimos a embarcar en un nuevo viaje en coche que nos llevó de nuevo por la región de Baviera a conocer la preciosa y famosísima localidad de Rothenburg ob der Tauber (Un recorrido por Baviera), desde donde nos dirigimos a Austria, donde pasamos un par de semanas descubriendo Salzburgo y la región de Alta Austria, una región con una naturaleza exuberante y una belleza difícil de igualar (la entrada de éste viaje aún está pendiente de publicación): pintorescos pueblos al borde de lagos glaciares (como Hallstatt), paisajes de montaña y mucha tranquilidad, lo necesario para desconectar, al fin en otro país, de la realidad que nos asolaba.
Rothenburg ob der Tauber
En noviembre el tiempo en el centro de Europa fue bastante benévolo, condición que aproveché para seguir descubriendo la zona, una actividad que comencé cuando llegué a Colonia hace 11 años pero que había interrumpido durante mucho tiempo simplemente porque el día a día y la agenda de viajes de trabajo no dejaba mucho espacio para el turismo los fines de semana que pasaba en casa, donde el cuerpo me pedía descansar. Pero este año no, el cuerpo me pedía salir, disfrutar, tratar de recuperar el tiempo que el virus me había quitado los meses de atrás. Y así, re-descrubrí Cochem (recorrido por Cochem), una localidad que es como salida de un cuento de hadas, situada a orillas del rio Mosela; me desplacé hasta Hattingen (Hattingen, tradicion en blanco y negro y ruinas de Hohensyburg), una pintoresca localidad situada al noreste de Colonia y caracterizada por sus casas blancas con entramado de madera a la vista; y visitamos el templo hindú de Hamm (Templo de Hamm), en mayor de estas características en Europa, un lugar que te transporta por unos momentos a lugares situados muy, muy lejos de Europa.
Colonia