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Indonesia (Parte 5): templos y cascadas de Bali; fuego azul del volcán Ijen.



      Como cada año desde hace 5, más o menos por estas fechas, me desplacé hasta Indonesia por motivos profesionales. La agenda de viajes y de trabajo de los últimos meses ha sido muy exigente (sí, ya sé que llevo tiempo diciéndoos lo mismo, pero es que los últimos tiempos están siendo muy liados), así que en principio no planeaba alargar mi estancia en el país más de lo estrictamente necesario para cumplir con mis obligaciones laborales. Después sucedió algo en Indonesia que me llevó a decidir alargar mi estancia unos días con el fin de poder ayudar, en la medida de mis posibilidades, tras lo acontecido en una zona de aquel país, pero finalmente ese objetivo no llegó a materializarse por diversos motivos (difíciles de comprender, pero así funcionan las cosas en aquel país). Así que me encontré a falta 4 días para iniciar mi viaje al sudeste asiático con un billete de vuelta unos días más tarde de lo que mi trabajo allí requeriría, y sin planes para ocupar esos días. Bendito problema, pensareis algunos. Con tan poco tiempo de antelación y considerando los pocos días libres que tendría una vez concluida mi actividad laboral, deseché cualquier opción que requiriese volar varias horas hasta mi improvisado destino “vacacional”. Con esos condicionantes y los precios de los vuelos por las nubes, tampoco había muchas opciones, así que al final me decanté por una opción que había rondado mi cabeza en varias ocasiones: visitar de nuevo Bali (mi anterior visita fue muy corta y quedaron rincones – muchos – por descubrir) y el cercano volcán Ijen, en Java, una zona de difícil acceso que siempre estuvo en los planes de viaje en la región pero nunca terminó de materializarse, principalmente por falta de tiempo y lo remoto de la zona.

    El vuelo a Indonesia lo realicé con Emirates. La verdad es que después de haber probado la Q-suites de Qatar Airways, cualquier otra cabina pierde en la comparación. La última vez que volé con la compañía con base en Dubai fue hace un año y medio, y desde entonces la compañía ha llevado a cabo algunos cambios, no siempre positivos desde mi punto de vista: han cambiado los asientos de la cabina, que ahora son, en mi opinión, más estrechos e incómodos, y no permiten tumbarse en posición totalmente horizontal como antes. Solo ofrecen el kit de amenities durante vuelos nocturnos (por el precio que se paga por un billete en business, esta política me parece totalmente ridícula), y el servicio a bordo ha bajado mucho con respecto a lo que yo recordaba. Pero también ofrece puntos positivos (¡sólo faltaba!), como el bar en la parte trasera de la cabina en la planta superior del A380 (más que nada una curiosidad), un sistema de entretenimiento a bordo con mucha oferta y un servicio de coche (BMW serie 5 o furgoneta de mercedes) con conductor que te lleva a/desde el aeropuerto hasta tu domicilio. Lujos de los que disfruto con los pies en la tierra.






      El vuelo a Indonesia discurrió de forma muy tranquila: 6 horas y cuarto hasta Dubai a bordo de un A380, a donde llegamos sobre la medianoche (hora local); una larguísima escala de 4 horas (con tiempo más que de sobra de recorrer el aeropuerto, comer, descansar...), y de nuevo a bordo de un avión, esta vez un B777, con destino a Jakarta, donde llegaría 8 horas más tarde, justo a tiempo para llegar al hotel en el centro de la ciudad, organizarme un poco y descansar antes de comenzar a trabajar al día siguiente.

      Para mi estancia por motivos laborales en Jakarta me alojé como de costumbre en el Pullman Jakarta Central Park, uno de los mejores hoteles (si no el mejor) en los que he tenido la fortuna de alojarme, no por su categoría, sino porque hasta la fecha nunca he tenido la más mínima pega: personal profesional y amable, todo funciona correctamente, habitación con un estilo muy personal y muy cómoda (quizás el tener la ducha con “vistas” al dormitorio no sea buena opción si viajas con amigos, pero viajando solo no deja de ser algo original, ¡me parece a mí!), buena conexión wifi…El único pero, no achacable al hotel, es que la calle de entrada y salida del mismo ofrece una saturación de tráfico sin precedentes, y el regreso desde el aeropuerto después de una larga jornada de trabajo se alarga mucho (tal vez demasiado tiempo). Algo que consideraré en el futuro.



     De mi estancia en Jakarta, poco que contar (a no ser que alguien esté interesado en mi trabajo – que lo dudo), al margen de la ya tradicional cena de estilo indonesio con mis anfitriones, y la visita a un centro de venta de durian, la famosa fruta de olor característico y, me atrevería a decir, la preferida de los indonesios (al menos de los que yo conozco); he de reconocer que esta vez le saqué más la gracia a la fruta, que estaba más dulce que lo que recordaba de anteriores ocasiones.




Bali

    Una vez finalizado mi trabajo, sin perder tiempo, volé hacia Bali la tarde de aquel viernes, con la compañía Lion Air. La compañía de bajo coste indonesio atraviesa dificultades después de la pérdida de un avión sucedida hace unas semanas, aunque por lo sabido de la investigación publicada en los medios las miradas apuntan más hacia el fabricante Boeing que hacia el operador indonesio. Sea como fuere, no soy muy supersticioso para estas cosas (con mi trabajo, ¡más me vale no serlo!), la compañía ofrecía los mejores horarios y el precio no era disparatado (considerando la cercanía del viaje, porque de otra forma este vuelo normalmente sale por la mitad, pero a mí me costó unos 54€, con 20Kg de equipaje facturado). Nada que objetar a la compañía: sin lujos y con un pobre servicio a bordo (lo esperado), me llevó puntual al aeropuerto de Denpasar, en Bali, donde aterricé en torno a las 9 de la noche.



      Indonesia, para mí, tiene dos caras: la buena es que es un país que, para mi gusto, tiene de todo: naturaleza, historia, cultura, ocio, playas…la mala es que de todo hacen un negocio y por todo cobran, lo que crea situaciones no muy cómodas (o agradables) durante los viajes. Como ya he comentado en alguna otra ocasión, el asunto de los taxis me trae particularmente de cabeza, y es uno de los factores por los que en ocasiones me da pereza, e incluso desgana, organizar un viaje a Indonesia, por las dificultades derivadas del transporte en un país donde no existe el transporte público o colectivo de calidad y las opciones para el viajero se reducen prácticamente al uso de taxis o de transportes turísticos organizados. Pero en este viaje he descubierto dos cosas que me han hecho disfrutar mucho más del viaje (y de plantearme futuras visitas mientras pueda): uno de ellos es Grab, el sistema de vehículos compartidos rey en el país. Me supone una tranquilidad y un alivio tremendo el saber el precio que voy a pagar por un trayecto, y no tener que preocuparme de regatear, o de vigilar si el conductor va por la ruta más apropiada (en el poco probable caso de que consigas que ponga el taxímetro). Todo un descubrimiento. No sé si el precio que he pagado por los trayectos que he hecho está bien o si lo podría haber conseguido más barato con un particular o empresa privada local: a mí me ha parecido siempre razonable y en base a ello reservaba el transporte, y sobre todo, he ganado muchísimo en tranquilidad. El segundo ha sido el uso de motocicletas, un sistema que ya he usado con frecuencia en Tailandia y Vietnam, pero que nunca había entrado en los planes de viaje en Indonesia. En Bali me moví a mi aire, y en Banyuwangi pude organizar la excursión a Ijen por mi cuenta y a un precio ridículamente barato (más aún considerando lo que cobran las agencias por esta experiencia, por no hablar de los horarios y actividades en grupo, que definitivamente no van conmigo).



      Como el tiempo en Bali era muy limitado y llegaba al hotel muy tarde el viernes (hotel al que llegué en coche – 170.000 IDR, grab de Denpasar al hotel, muy cerca del templo de Tanah Lot, casi una hora de recorrido – nota, en la fecha del viaje 1€ equivalía a algo menos de 17.000 IDR), reservé la moto con Bikago (https://www.bikago.com/), principalmente porque ofrecen un servicio de entrega y recogida de la moto en tu hotel, y teniendo poco tiempo era lo más cómodo. Son mucho más caros que cualquier otra empresa local, pero la verdad es que al margen del tedioso proceso de registro cuando te entregan la moto (papeles, pasaporte, fotos y más fotos…), el servicio funcionó perfectamente, la moto estaba en buen estado y ofrecen un par de detallitos (como el soporte para el móvil, indispensable si pretendes moverte en Bali y no conoces la isla a fondo, o un kit médico - muy útil a tenor de lo acontecido en algún otro viaje no muy lejano en el tiempo...). También ofrecen seguro a todo riesgo, con una franquicia de 90€ (algo que por ejemplo en el hotel no ofrecían, aunque el precio era mucho más económico: 50.000 IDR/día en el hotel por los cerca de 160.000 IDR/día de Bikago). No me veía en Bali en moto y sin seguro, la verdad, y no me arrepiento de la decisión tomada.

     Para mi estancia en Bali me aloje en el Canggu Wooden Green Paradise (30€/noche con desayuno incluido), un establecimiento familiar situado en un bonito paraje rodeado de arrozales. La cabaña, construida en estilo tradicional balinés, te la regalo: ruidos por todas partes (no tenía paredes, solo paneles de madera que no cerraban con el tejado, dejando un hueco por el que entraba de todo), oscura, sin apenas enchufes…la verdad es que estuve poco en ella – solo para dormir, y la verdad es que dormir, dormí poco (cuando el hotel te deja unos tapones para los oídos en la mesita…). Un desayuno justito pero correcto, y una buena conexión WiFi completan la oferta de este alojamiento, cuyo camino de acceso deja mucho que desear, pero que pese a todo ofrece una buena ubicación (había supermercados y restaurantes a unos 200-300m del hotel). No repetiría; la tranquilidad es fundamental para mí en mis viajes (tanto privados como profesionales), y ahí el Canggu Wooden Green Paradise suspende en toda regla.





      Ya pasé unos días en Bali hace unos años, y siempre tuve en mente regresar, quizás con más tiempo, pero el viaje ésta vez estaba centrado en Ijen, y Bali entró en el plan de viaje solo como complemento a Ijen. Aproveché mi breve, pero muy intensa estancia, para redescubrir algunos de esos lugares que ya visité hace unos años, y para descubrir otros muchos: algunos templos, y muchos espacios naturales. Aunque prefiero emplear mi tiempo en visitar ciudades nuevas, no me desagrada repetir destinos: siempre descubres algo nuevo y me resulta interesante comprobar cómo cambia la percepción que tenemos de un lugar en función de cuándo lo hemos visitado. Recuerdo que la primera vez que visité Bali me llamó la atención el hecho de que parecía otro país, mucho más ordenado y desarrollado, sin apenas tráfico y donde los conductores respetaban las normas. Todo ese recuerdo se ha ido al traste después de esta segunda visita. En ciertos aspectos parece un país diferente (opciones de ocio, venta de alcohol, religión), pero en cuanto al tráfico y desarrollo, más de lo mismo que en Java.  Quizá también influya el hecho de que en esta ocasión he conducido yo, y de ésta forma eres mucho más consciente de los detalles (en la anterior ocasión contraté un coche con conductor, y me dejé llevar y me centré solo en disfrutar del paisaje, sin reparar en lo que sucedía en la carretera, por ejemplo). Interesante.

     Bali tiene miles de templos, de todos los tamaños y características. A cada paso, al recorrer sus calles, ves templos, muchos templos, todos balineses, siguiendo el mismo concepto constructivo. Viendo tantos templos (además de acordarme mucho de M, entre otras muchas cosas, ¡por lo que le gusta el turismo "de piedras"!) me pregunté si alguien se habría tomado el tiempo (meses…quizás años) de construir una especie de mapa de templos de la isla de Bali. Lo desconozco.

      Mi visita se centró en los siguientes templos, todos ellos muy conocidos y turísticos, y por tanto, siguiendo el máximo precepto del turismo para extranjeros en el país, hay que pagar por entrar en ellos...¡ésto es Indonesia amigos!. Si bien las cantidades no son muy elevadas, al sumar todas las visitas sale un dinerillo.


  •         Pura Taman Ayun (20.000 IDR), un viejo conocido que entró por error en el plan de viaje (pensé que se trataba de otro templo que sí me gustó). Situado en Mengwi, muy cerca del hotel, el templo data del S.XVII y su principal característica es que está rodeado por un estanque (no se puede acceder al templo, solo se visita por fuera, recorriéndolo en torno al estanque). Sin quitarle méritos al templo, que los tiene, no fue mi favorito antes y no lo es ahora (¡pero aún así se coló en el viaje!), y es que eso de visitarlo solo por fuera, y encima pagar por ello (aunque sea menos de 1.5€) le quita cierto atractivo a la visita – parece un templo museo, sin gente dentro, da más la sensación de ser algo artificial creado para el turismo que de ser realmente un lugar de culto frecuentado por los locales.








  •        Pura Gunung Lebah (cerrado), es uno de los templos más importantes de Ubud, ubicado en medio de un frondoso bosque, que fue lo que atrajo principalmente mi atracción. El acceso al recinto se puede hacer de una forma sencilla (por un caminito que llega desde el cercano aparcamiento), o a mi manera, bajando las escaleras desde el puente en la carretera desde la que se divisa el templo, y recorriendo el cauce del río, cruzando improvisadas pasarelas de bambú y toda suerte de adversidades hasta llegar al templo, para encima encontrarse con la puerta cerrada. A pesar de que recorrí el perímetro completo en busca de alguna puerta trasera oculta que se hubieran "olvidado" de cerrar (sucede a veces…), en este habían hecho bien su trabajo y todos los accesos estaban cerrados. Una pena, porque al menos desde el exterior parecía ser interesante.










  •        Pura Taman Saraswati, ubicado en el centro de Ubud se encuentra este bonito templo acuático con sus características flores de loto flotando en los estanques que dan la bienvenida al recinto. También se encontraba cerrado cuando fui a visitarlo, así que me tuve que conformar con disfrutar de las oportunidades fotográficas que el acceso al mismo ofrece, sin poder descubrir los tesoros que se ocultan tras sus muros. En el recinto adyacente hay representaciones teatrales tradicionales balinesas todos los días en torno a las 19:30h. Vale, bueno saberlo, pero no entraba en mis planes asistir a un espectáculo tan turístico.






  •       Pura Goa Gajah (30.000 IDR), que en contra de los que sugiere su nombre (“cueva del elefante”), no cuenta con ninguno de estos animales (afortunadamente...). La relevancia de este templo se encuentra en su significado histórico: la cueva data del S. XI, y en su interior no vas a ver mucho: en una cueva pequeña (apenas 20m. de largo por 5 de ancho), con tres pequeños altares situados en sus extremos y frente a la puerta de entrada.  Además de esta cueva excavada en la roca (que pasa por ser sin duda alguna la imagen más conocida del templo), el recinto cuenta con un vestíbulo para reuniones, una piscina (excavada en el año 1954), una colección arqueológica al aire libre de motivos religiosos y unos bellísimos jardines, con estanques y cascadas naturales, que sin duda merecen una visita por su belleza.











  •         Pura Yeh Pulu (30.000 IDR + 5.000 IDR por el parking), el que pasa por ser el templo-timo del viaje. Al templo, considerado por el expertos como un referente arqueológico en la isla (yo no soy un experto, me muevo por motivos más simples, como que simplemente me guste porque ofrece algo distinto o por llamar mi atención), se accede tras un paseo de unos 500-700 metros que conducen a un mural de 26,5m de largo y 3m de alto, compuesto por diversas representaciones excavadas en la roca, que narran el día a día de los habitantes de la jungla. Se estima que data de los S. XIV-XV. Y ahí se termina la visita. Obvia decir que estuve solo en el recorrido y en el “templo”. Un punto que me apunto – “fail to plan is plan to fail”.








  •     Pura Gunung Kawi (30.000 IDR), uno de los templos que más me gustaron en mi anterior visita – opinión que sigo defendiendo después de esta segunda visita. Una larga escalera descendente que discurre en su tramo inicial entre tiendas y en el tramo final paralela al borde de un precioso arrozal, conduce al templo, un sitio arqueológico que data del S. XI y que cuenta con varios espacios de oración y meditación. Destacan las representaciones excavadas en la roca que se pueden encontrar a ambos lados del río que divide al templo. El templo se ubica en un entorno espectacular, con una frondosa vegetación. El murmullo del agua te acompañará a largo del recorrido. Uno de esos templos que transmiten algo especial, donde merece la pena tomarse un respiro y disfrutar de la experiencia.










  •           Pura Tirta Empul (30.000 IDR), un sitio considerado de herencia cultural nacional. Data de finales del S. X y su nombre significa “agua divina”. El agua fluye a varios estanques y piscinas, donde los creyentes limpian sus cuerpos y sus espíritus. Un templo diferente, muy venerado por los locales, que también tiene un apartado para gente nudista (curioso).










  •       Pura Ulun Danu Batur (35.000 IDR) y Pura Tuluk Biyu Batur. En las tierras altas, a unos 900m sobre el nivel del mar, frente al monte Batur (porque lo dice el mapa, porque la niebla no dejaba siquiera adivinar el templo, como para ver el monte que se alza tras él) se encuentran estos dos templos de los que, en parte debido a la meteorología reinante durante mi visita, no pude disfrutar como merecen. El hecho de que la visita se produjo a última hora de la tarde y por lo tanto con poca luz, tampoco ayudaron. Ulun Danu Batur es de reciente construcción (menos de 100 años); al parecer ofrece unas estupendas vistas del monte Batur y el lago que se asienta a sus pies. Lo comprobaré en otra ocasión, espero (en época seca, a ser posible).










  •      Tanah Lot (60.000 + 3.000 IDR parking), posiblemente el templo más visitado por los turistas en Bali. Situado en la costa oeste de la isla, ofrece unas puestas de sol envidiables. El pequeño templo, muy venerado por los locales, se ubica en lo alto de una roca en el mar, y se cree que fue construido por unos pescadores allá por el S. XV; en marea baja, se puede bajar a la playa y dar una vuelta por la arena para tener una perspectiva distinta del recinto, con cuidado porque si sube la marea tendrás que mojarte para volver a la zona de jardines y restaurantes. En esta ocasión lo visité un domingo por la mañana a primera hora; la otra vez ya lo visité al atardecer, y con el tiempo de Noviembre, con tormentas diarias, las posibilidades de disfrutar de una puesta de sol eran escasas, y aprovechando el buen tiempo de la mañana decidí no dejar pasar la oportunidad. Los domingos se desarrollan los servicios de oración locales, así que el recinto estaba animado. Además del templo de la roca, se pueden visitar otros dos templos más pequeños situados sobre otras formaciones rocosas con vistas al mar. El lugar, que de por sí está siempre muy frecuentado, al atardecer y por lo visto los domingos por la mañana también, se masifica, haciendo la visita un poco desagradable. Por fortuna, la masa de gente llegaba cuando yo ya casi salía del recinto.












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  •       Pura Ulun Danu Beratan (50.000 IDR), otro viejo conocido, un pintoresco templo ubicado en el lago del mismo nombre. Es uno de los más fáciles de visitar, ya que el aparcamiento da acceso directo al recinto. De nuevo lo visité en domingo, y había numerosos fieles celebrando sus ritos, hasta que la lluvia, en forma de tromba de agua, dio al traste con la celebración. La imagen actual del templo dista mucho de la idílica imagen de postal que se puede ver en la mayoría de las fotos de internet (reflejos de photoshop al margen), ya que en la actualidad el agua no rodea completamente al templo (ignoro si se debe al bajo nivel del lago debido a la ausencia de lluvias o a unas obras). Pese a todo, el recinto merece una visita, y además del templo del lago se pueden visitar otras construcciones que no son fáciles de encontrar en Bali, como las estupas, construcciones más características de países del norte, como Camboya o Myanmar.  











  •         Pura Ulun Danu Tamblingan (5.000 IDR de acceso al parking), situado a escasos kilómetros del anterior, y mirando hacia el lago Danau Tamblingan, el hermano pequeño del Danau Beratan. El templo se encuentra cerrado al público, y tiene pinta de estar un poco abandonado. La construcción responde al estilo tradicional balinés; para hacerme una idea del mismo tuve que recurrir al ingenio y picaresca españolas, subiéndome a unas cercas para poder tener acceso al interior del recinto (visualmente). Las vistas que se tienen desde la orilla del lago bien merecen un momento de pausa.









     De nuevo quedaron pendientes muchos templos que estaban en la lista, pero las comunicaciones en Bali son como son y los desplazamientos duran lo que duran; y como siempre…espero volver para continuar descubriendo la isla.

     Al margen de los templos, en esta ocasión me centré también en los espacios naturales, visitando algunas de las cascadas más representativas de la isla (la mayoría situadas al norte). De nuevo, me sorprendió el bajo caudal que mostraban la mayoría de estos saltos de agua, teniendo en cuenta lo que ha llovido durante mi estancia y que la temporada de lluvias lleva ya unas semanas asentada en la zona, pero supongo que los ríos necesitarán algo más de tiempo para llegar a los caudales propios de la temporada húmeda – a modo de ejemplo, no me acerqué hasta la catarata Singsing porque al aparcar la moto la persona que estaba allí me dijo que la catarata estaba seca porque aguas arriba los pueblos estaban “robando” agua al río y no llegaba hasta la catarata (Singsing está muy próxima al mar, y por lo tanto a la desembocadura del río). Pese a todo, visité unas cuantas, centrándome sobre todo en aquellas que tuvieran un acceso más o menos sencillo (una de las más conocidas es la de Sekempul, pero para llegar hasta ella hay que hacer una caminata de unas 2-3h, así que la dejé para otra ocasión). Como ya imaginaréis a estas alturas, para ver las cataratas hay que pagar; sí, sin excepción. En algunas lo puedo comprender (haciendo un esfuerzo), porque se pueden hacer actividades adicionales (saltos, barrancos, etc.), pero la norma en Indonesia es cobrar por todo (a los extranjeros, claro). Cuesta creer que maravillas, que le dan mil vueltas a cualquiera de las cataratas de Bali, como Niágara o cualquiera de las fabulosas cascadas de Islandia, sean gratuitas. Cuestión de sostenibilidad de modelos económicos, supongo.


  •         Tegegungan (15.000 IDR). El acceso a la catarata se realiza por medio de escaleras (hay unas cuantas), un bonito paseo que discurre por el bosque y que va en busca del río y del salto de agua. El color oscuro del agua se debe, al parecer, a la ausencia del líquido elemento en la isla (con toda la que me cayó a mí en la moto…). En teoría es un sitio muy transitado para disfrutar de un baño al pie del salto de agua: imagino que en otra temporada, y con un agua más clara cambie la percepción sobre darse un baño aquí. En la parte alta de la catarata hay un bar/restaurante con un columpio suspendido sobre el acantilado; por lo que he visto, tanto los columpios de este estilo como los sitios más o menos curiosos para hacerse fotos, ubicados en lugares con vistas llamativas se han puesto muy de moda en la isla, porque te los encuentras a cada paso.









  •     Gitgit (20.000 IDR). De nuevo hay que bajar unas cuantas escaleras y hacer una pequeña caminata (unos 20-30 minutos) para llegar a este salto de agua, de 40m de altura, que conduce a una piscina natural donde es posible bañarse. Un bonito salto situado, como todos, en un entorno natural exuberante.







  •         Banyumala (30.000 IDR), también conocidas con Air Terjun Tirta Kuning o cataratas amarillas, requieren algo más de tiempo para descubrirlas. Desde el aparcamiento, al que se accede por un caminillo sin asfaltar, hay que andar unos 10-15 minutos hasta llegar a la taquilla de entrada, y desde allí comienza una interminable sucesión de escalones gigantes que finalmente llevan a esta catarata. La escasez de agua es notable en este caso, ya que más que catarata podemos hablar de agua que escurre sobre las rocas. Un conjunto llamativo, sobre todo por los numerosos saltos y el espacio que ocupan. Al igual que en la anterior, la base permite el baño (o el posado de las cada vez más numerosas aprendices de modelo, gracias a las cuales el resto de la gente tenemos que esperar hasta que su pareja/amigo/amiga termine la sesión fotográfica sin prisa alguna…da igual que haya decenas de personas tomando fotos o esperando a tomarlas sin la modelo de turno…ellas lo valen).









  •      Munduk (20.000 + 2.000 IDR parking), situadas a unos 850m sobre el nivel del mar. Se accede a ellas desde varios puntos (yo seguí la ruta de google maps para llegar hasta el aparcamiento, pero de camino vi otros dos letreros que anunciaban aparcamiento y acceso a la catarata). Desde el aparcamiento señalado por google maps hay que andar unos 750m (teóricos…yo creo que son más) hasta llegar a este salto que desemboca en una piscina pedregosa semi-seca, lo que posibilita que se pueda cruzar el río para observarla en toda su dimensión, y de paso disfrutar del espectáculo del arco iris ofrecido por el esquivo sol.





  •     Aling-Aling (20.000 IDR). No es solo una catarata, en realidad es un parque donde se pueden visitar varias cataratas e incluso practicar actividades, como saltos, barranquismo, senderismo…el precio de la entrada depende de las actividades que quieras llevar a cabo. Esta catarata es una excepción en lo que a accesos se refiere, ya que la caseta de venta de entradas está al lado de un aparcamiento general, y para ir a las cataratas hay que seguir la carretera unos 50m y tomar un camino a la izquierda; vamos, que si lo sabes puedes ir directamente a las cataratas sin pasar por caja (y si solo quieres verlas, claro). La catarata principal (Aling-Aling) tiene unos 35m de altura. Se puede saltar desde la plataforma situada en la parte superior de la catarata (¡tiene que ser impresionante! Tal vez demasiado para mí…). El resto de las cataratas son mucho más modestas, pero son igualmente hermosas. En estas es donde se llevan a cabo el resto de actividades (salto, barranquismo, senderismo). A juzgar por el número de chalecos salvavidas que vi, aún chorreando agua, diría que la actividad tiene éxito.








            ¿Qué aún no te parecen motivos suficientes?. Lo mejor de recorrer Bali por libre en moto es que te permite disfrutar de paisajes en los que seguramente no repararías de viajar en el asiento trasero de un coche. La carretera que recorre los lagos del norte por su parte superior ofrece unas vistas inigualables, por no hablar de los numeroso arrozales escalonados que jalonan la isla; uno de los más conocidos, las terrazas de arroz de Tegallalang, me sirven para poner el punto y seguido, de la mejor forma posible, a mi breve, pero muy reconfortante, estancia en Bali, la isla más turística del país asiático que tiene mucho que ofrecer que simplemente turismo de sol y playa. 










Volcán Ijen

     Finalizada mi estancia en Bali, era el momento de regresar a Java, más concretamente a Banyuwangi, a través del puerto más cercano a la isla balinesa, del que dista menos de 5Km., los que separan el puerto Balinés de Gilimanuk del Javanés de Ketapang. Para llegar a Gilimanuk decidí utilizar el autobús. Por experiencias pasadas, y sabiendo cómo funcionan los autobuses en Indonesia, decidí pasarme un par de días antes por la estación de Mengwi para asegurarme de las opciones, horarios, etc. Según me confirmaron en la estación, había un autobús executive (con aire acondicionado, que es lo que le hace recibir esta categoría) a las 10:00am, así que organicé mi salida del hotel con esa hora en mente. Obvia decir que cuando llegué a la terminal de Mengwi el día de mi partida, en torno a las 09:25h, no había ningún autobús executive a las 10:00h; el siguiente salía a las 12:00h. Y en unos minutos salía uno economy. Con dos horas y medias de diferencia entre uno y otro, me la jugué y tomé el economy (90.000 IDR, hasta Banyuwangi, incluyendo el ferry). A las 09:30 estábamos saliendo de la estación de Mengwi. A continuación, el ritual de este tipo de transportes: paran a los dos minutos a desayunar mientras los pasajeros esperan, vuelven a parar a los 500m a tomar un café en otro sitio de su confianza, trapicheos, en fin, lo normal. El tipo al cargo del autobús estaba obsesionado con contar una y otra vez los resguardos de los billetes vendidos, y el dinero, y de nuevo los resguardos…debía pensar que si los contaba muchas veces cambiaría el resultado…Una hora después de haber abandonado Mengwi aun estábamos a unos 2Km de la estación. Sin comentarios. Como al capo del bus no le cuadraban los números (éramos unos 10 pasajeros) nos mandó a otro que iba con destino Borobudur (otra de las visitas que quiero repetir); mismo ritual y a esperar a un pasajero que no se presentaba. Repostaje de combustible (unos 150 litros por menos de 800.000 IDR…nada mal) y por fin en torno a las 11 nos pusimos finalmente en marcha. Ignoro si el executive hubiera salido a la hora, pero por mi experiencia esta clase de rituales son habituales en este tipo de transportes en esta región del planeta. Unas dos horas más tarde ya estábamos en la terminal de Gilimanuk; el acceso al ferry fue muy rápido (antes tuvimos que sufrir, sin exagerar, la presencia de no menos de 7 vendedores a bordo del autobús, ¡todos a la vez! Incluyendo a uno que cantaba con una guitarra), y sin demora nos pusimos rumbo a Java; el ferry emplea unos 45 minutos de navegación en salvar los 5Km entre puertos, a lo que hay que añadir las maniobras de atraque. Al llegar a Ketapang decidí dejar el autobús (ya había tenido suficiente) y contraté un coche con grab para llegar a mi hotel (12.000 IDR). Al final, llegué al hotel en torno a las 2 de la tarde (Java tiene una hora menos que Bali); en resumen, 5.5h para hacer el trayecto de Mengwi a Banyuwangi. Más o menos lo esperado y lo que había leído en algunos blogs.





      En Banyuwangi me alojé en el Ketapang Indah Hotel (25€/noche, con desayuno – pillé una buena oferta de última hora), un resort vacacional totalmente al margen de la realidad del país: amplios jardines, piscina, un buen restaurante, acceso privado a la playa (que no tenía mucho y en la que no se permite el baño), habitaciones amplias, buena conexión a internet, fantástico desayuno…el único inconveniente es que no había nada cerca y quedaba un poco lejos del centro de Banyuwangi (que por otro lado tampoco ofrece mucho, la verdad).








      En cuanto estuve instalado, me dirigí al centro (O-jek, 10.000 IDR) hasta Tripoli, un sitio de alquiler de motos. El plan era alquilar una moto para hacer la visita a Ijen por mi cuenta. Después de ver el estado de las motos (lamentable, en general, con neumáticos gastados, luces que no funcionaban…me sorprende que tengan tan buena puntuación en internet) me decanté de nuevo por una honda vario (100.000 IDR/día), que era la que mejor aspecto tenía; después de haber estado con la moto todo el día, he de decir que no tengo queja de su estado. Las había más baratas (65.000 IDR), pero con menos potencia y peor aspecto. El plan era salir del hotel por la noche, para llegar a Ijen temprano de madrugada, así que me tomé el resto de la tarde libre de descanso en el hotel.

     En Indonesia hay unos 120 volcanes activos en la actualidad; entonces, ¿por qué Ijen? La respuesta es sencilla: es único. El volcán Ijen es un lugar muy especial. Este sitio siempre había estado en mi agenda de viajes, pero siempre se había quedado fuera por las dificultades para acceder. El horario de entrada al volcán también es muy especial: de 01:00am a 12:00pm. En el cráter del volcán hay un lago ácido color turquesa, que pasa por ser el lago más ácido del mundo (Ph = 0.13). Además, en el cráter se desarrolla una intensa actividad minera de sulfuro, una actividad dura, muy dura, que merece la pena ser vista para valorarla en su justa medida (y para valorar lo que tenemos…). Y finalmente, Ijen es uno de los pocos sitios en el mundo en los que se puede disfrutar de las conocidas como llamas azules (“blue flames”), solo visibles por la noche. Por si no te parecen suficientes motivos, sigue leyendo y viendo las fotos y al final me comentas si merece o no la pena visitar esta zona…

       A las 23:30h abandoné el hotel con destino a Ijen, un volcán situado a unos 50Km. En esa distancia se pasa del nivel del mar hasta los 2300m de altitud, la altitud en la que se ubica el aparcamiento. La carretera en general está en buen estado (hay que pagar 5.000 IDR por circular por ella en el tramo final), aunque hay algunos tramos en muy mal estado y donde hay que tomar toda clase de precauciones (firme en mal estado, grava suelta en la carretera, desniveles no señalados…). Empleé una hora y cuarto en hacer el recorrido, al abrigo de la luna menguante y las estrellas que la protegían, la primera noche estrellada de toda mi estancia en Indonesia. Por el estado del terreno, la tormenta había pasado y el cielo se mostraba precioso, ¡perfecto! Esta vez no se trataba de auroras boreales, pero la meteorología también podía jugar un papel determinante en la experiencia. A lo lejos se adivinaban los relámpagos de una tormenta; confié en que fuera una tormenta que se alejaba, como así resultó ser.



     Desde el aparcamiento (donde se encuentra la oficina de venta de entradas – 100.000 IDR entre semana, 150.000 IDR fines de semana, solo para extranjeros, claro –, numerosos vendedores con casi toda clase de artículos – guantes, bufandas, linternas, calcetines…todo menos lo único que necesitaba: una máscara de gas, establecimientos de comida, etc.) se inicia el camino de ascenso que conduce al cráter del volcán, situado a 2800m., un camino de 3Km de longitud que está en muy buen estado. El camino es suave al principio, con una parte central de dificultad media y una parte final de nuevo muy sencilla. Como llegué un poco antes de la hora de apertura inicial, me lancé enseguida hacia mi objetivo, siendo el primero en iniciar la ruta y el primero en llegar al destino. En torno a las 02:15h estaba contemplando el espectacular escenario iluminado únicamente por la mágica luz de la luna. Precioso. Lástima que mi cámara no de más de sí para capturar estos momentos únicos.



     Unos pocos metros más adelante, el camino se divide en dos: el superior recorre el borde del cráter, y en inferior da acceso a la caldera, donde se encuentra la zona de minería y las llamas azules. Un cartel anuncia del peligro de descender, y prohíbe a los visitantes hacerlo. Obviamente la mayoría lo obviamos, ya que descender es el principal motivo de estar allí (desde el punto identificado como mirador no se ve absolutamente nada – al menos el día de mi visita). A estas alturas es cuando hacen falta las fuerzas de verdad. El descenso a la caldera es complicado: no hay camino marcado, así que siendo el primero hay que ir buscando la ruta (para la marabunta que se adivinaba llegaba por detrás con sus luces, la empresa es más sencilla, ya que simplemente hay que seguir al guía). El terreno es rocoso, con algunas rocas sueltas, repleto de desniveles…no es exageración, pero hay que bajar con cuidado y siendo conscientes de las propias limitaciones y de tu estado de forma general. Yo bajé por el lado derecho de la columna de humo que emanaba de las grietas del volcán, aunque observé que la mayoría de la gente que llegó después bajaron por la izquierda (por donde subí más tarde, comprobando que es algo más sencillo). Unos 45 minutos más tarde me encontraba en la parte inferior, junto al lago ácido y con las llamas azules a la vista. La explicación científica de las llamas es que son igniciones de gas sulfúrico que emergen de las grietas del volcán, alcanzando temperaturas de hasta 600 grados centígrados. Para mí, simplemente algo precioso y por lo que había esperado mucho tiempo. Por fin había completado el viaje que me quedaba pendiente en Indonesia. Me hallaba frente a las llamas azules, noble sangre procedente de las entrañas de la tierra, sin protección alguna (al final fracasé en mi intento de alquilar una máscara en el destino, y como el viaje surgió de forma más o menos inesperada, tampoco tuve tiempo para comprar una antes del viaje). 




     Con un pañuelo húmedo me tapé la nariz y la boca como pude, y allí permanecí, a escasos 5-7 metros de esas cautivadoras llamas unos minutos, contemplando sus juegos de colores, observando como a escasos metros los mineros se afanaban en extraer bloques de sulfuro sin protección alguna. La máscara no es imprescindible mientras te mantengas fuera de la nube de humo (no es que el olor sea agradable, pero se soporta sin mayores inconvenientes). La nube de humo que nace de esas mismas grietas y asciende por la ladera del cráter, se mueve al compás que marcan las caprichosas corrientes de aire. En este movimiento errático e imprevisible el humo oculta y muestra las llamas azules, de modo que las fulgurantes llamas solo se dejan ver cuando las corrientes de aire y el humo firman una tregua temporal y permanecen inmóviles o fuera de la zona de la que emanan las llamas. Las llamas están siempre allí, pero dependerá de la dirección del humo el que sean más o menos visibles, y de la actividad volcánica el que sean más o menos grandes (según nacional geographic, la revista a la que se debe la masiva afluencia de visitantes desde que las dieron a conocer hace unos años – antes la gente solo acudía a ver amanecer desde el volcán o a contemplar cómo los mineros se ganan el sueldo – las llamas pueden alcanzar los 5m de altura). Demasiados factores como para poder controlar todos. Resulta que las llamas azules de Ijen son casi tan caprichosas como mis queridas auroras boreales. Pero sí hay un factor que se puede controlar, y no es otro que ir preparado con el equipo necesario. Después de unas cuantas embestidas ligeras de la nube de humo, que soporté como pude, un cambio en la dirección del viento la echó directamente sobre mi posición. En medio de aquella densa nube de humo las tinieblas se apoderaron del lugar, el pañuelo no ofrecía suficiente protección en ese ambiente tóxico y noté que los ojos, la nariz y la garganta se quejaban amargamente. Con no pocas dificultades, abandoné el lugar por donde pude (no me preguntéis cómo ni por dónde salí), dejando atrás a las llamas azules, sin tiempo siquiera de despedirme de ellas. Por unos instantes estuve en algo parecido al infierno (atendiendo a la definición de infierno que recibí durante mi educación siendo un niño). No sabía cuánto tiempo permanecería la nube en aquel lugar, ni cuál sería su próxima localización. Más tarde me arrepentiría de no haber regresado, pero en aquel momento, con los efectos del sulfuro haciéndose claramente evidentes sobre mis sentidos, me pareció que en aquellas condiciones era mejor una retirada a tiempo que una victoria con, tal vez, peores consecuencias. Mi ilusión se había hecho realidad; había visto la sangre azul de la tierra emanando de sus heridas; había tenido tiempo de disfrutar de este baile de llamas, pero el tiempo no había sido el suficiente, aunque me temo que, aún con máscara, el tiempo nunca me hubiera parecido suficiente y seguramente hubiera permanecido allí hasta ver como las luces se extinguían lenta y tenuemente con la salida del sol, y aun así me hubiera parecido poco tiempo. Pude disfrutar del espectáculo casi en soledad (con la sola compañía de un par de mineros que trabajaban el sulfuro y un grupo de tres viajeros que llegaron poco después de que yo lo hiciera), lo cual también es un aliciente, porque imagino que estar allí con decenas de personas, todas buscando el mejor lugar para disfrutar del espectáculo, no hubiera sido una experiencia tan gratificante. Abandoné el cráter con una idea en la cabeza que me acompañó durante todo el ascenso: VOLVER. Las llamas azules me habían hechizado. Tengo que volver a verlas. No sé cuándo, pero regresaré.







     A estas alturas, pensarás que ya está todo hecho. Pues no. No basta con haberse pasado la noche en vela, haber conducido 50Km por una carretera de montaña indonesia en una pequeña moto de 150cc, haber subido hasta el volcán salvando un desnivel de 500m en 3Km, descendido hasta la base del lago y subido de nuevo; no, aún no ha amanecido, y para disfrutar de esta experiencia al máximo, nada mejor que recorrer el borde del cráter por su parte superior.

     En torno a las 04:00am yo ya me encontraba en la parte superior del cráter, y todavía había gente iniciando el descenso al mismo. Para aquella hora, ya se empezaban a adivinar los colores del amanecer en el horizonte. Si vas a ver amanecer allí, no esperes ver la salida del sol sobre el horizonte con el cráter como testigo. El sol sale justo detrás, y oculto por una montaña que lo mantiene bien tapado hasta un par de horas después del amanecer. 




      En torno a las 04:30, el amanecer ya era una realidad y el volcán mostraba su verdadera cara. Un paisaje dantesco, paredes amarillentas por el efecto del sulfuro, las huellas de la última erupción de principios del S. XXI. Definitivamente Indonesia es un país de contrastes: a solo unos kilómetros de aquí se encuentra Bali, promocionada como "el último paraíso de la tierra", y en Ijen encontramos el anti paraíso. La vida aquí es dura. El sulfuro en estado líquido es rojo, pero al solidificarse se vuelve amarillo. La actividad de los mineros consiste en extraer pedazos de este material solidificado que transportan en sus canastos (los mineros cargan entre 75-90 Kg por viaje), lo suben hasta la parte superior del cráter (sí, por ese peligroso camino con gradientes de entre 45-60 grados en algunos tramos, por el que cuesta moverse sin carga – cuando descendía hacia las llamas azules recuerdo que me pasó un minero que iba de vacío a toda velocidad, como si estuviera andando en terreno plano), y lo llevan hasta la base donde se encuentra el aparcamiento 3Km abajo. Yo estuve hablando con uno de ellos que bajaba cargado, ya en el camino de regreso al aparcamiento, y he de reconocer que me costaba incluso seguir su paso. Me comentó que él hacia el recorrido 2 veces al día. No soy un portento físico, pero sí considero que estoy en buena forma, pero si en ese momento, cuando regresé a mi moto, me dicen que tengo que volver a ir al cráter y bajar de nuevo y luego volver...¡y eso sin llevar 80 Kg. cargados a la espalda!. Cuando me queje de mi trabajo, me acordaré de estos mineros, que además de llevar una actividad durísima físicamente, lo hacen en condiciones de trabajo totalmente inseguras, y todo para llevarse al bolsillo unos 8€ por día de trabajo (que es un buen botín en Indonesia, pero hay actividades que no se pueden pagar con dinero). Según los últimos datos, en la mina trabajan unos 200 mineros que extraen en torno a 14 toneladas de sulfuro al día. Sin duda la cara más amarga de la visita.











     Pero recorrer el labio superior del cráter también tiene su recompensa, ¡vaya si la tiene!. Es difícil calcular cuánto tiempo me llevó llegar hasta el otro extremo del cráter, ya que las vistas me tenían totalmente obnubilado y no podía dejar de parar para observar, disfrutar del momento y hacer fotos: de panorama, del paisaje del fondo, del volcán, de los mineros, de los volcanes sobre el horizonte, de las huellas dejadas por erupciones pasadas, de la vida que nace de los árboles quemados, de los detalles…de todo. Si las llamas azules me cautivaron, las vistas desde la parte superior del cráter terminaron de convencerme (si es que a esas alturas no lo estaba ya) de lo especial que es éste lugar. Uno de esos lugares de los que no quieres moverte, donde el tiempo se detiene, donde puedes pasarte horas y horas simplemente observando cómo evoluciona el paisaje en función de la luz; y eso hice. Sin otra cosa que hacer ese día, me tomé todo el tiempo del mundo en disfrutar de un lugar así, como merece, sin prisas.  













     Pero al final, aunque uno no quiera, hay que abandonar el lugar y emprender el regreso. Para cuando regresé al aparcamiento, apenas quedaban una decena de motos allí aparcadas, y ni rastro de los coches que había escuchado llegar cuando iniciaba mi ascenso al volcán unas horas atrás. Este es el verdadero lujo de viajar por libre: poder tomarte el tiempo que quieras cuando la experiencia lo merece, y acortar aquellas otras visitas que por un motivo y otro no reclaman tanto tu atención. Y esto es un verdadero PRIVILEGIO.

      Finalmente comprobé que, viajando desde Bali, hubiera sido suficiente pasar solo una noche en Banyuwangi para visitar Ijen (para otra vez ya lo sé…), pero a mí me quedaba un día completo en aquella caótica localidad. Me podía haber lanzado a visitar alguna zona de los alrededores o buscar un parque natural, o cualquier otra cosa, pero decidí darme un respiro para finalizar el viaje, disfrutando de las instalaciones del hotel, escuchando música y dando forma a estas líneas que ahora llegan hasta ti.

       Al día siguiente inicié el largo camino de regreso a casa. La primera etapa me llevo desde el diminuto aeropuerto de Banyuwangi (situado al sur de la localidad, 93.000 IDR desde el hotel con grab) hasta Jakarta, en un vuelo operado por la filial de bajo coste de Garuda Indonesia (Citilink, 70€ con 20Kg de equipaje), un vuelo que tuvo suspense porque estalló una tremenda tormenta justo en el momento de iniciarse el embarque y lo suspendieron hasta que se calmara la situación. Por suerte la salida del vuelo solo se demoró algo más de una hora, y tuve tiempo de sobra para coger mi vuelo de regreso a Colonia: primero hasta Dubai, a bordo de un B777 (vuelo del que poco puedo contar - salvo mostraros la imagen de la cabina que tomé al embarcar - porque me acosté justo después de despegar y me desperté con el aviso del piloto anunciando el comienzo de las maniobras de aterrizaje en Dubai), una escala de 3 horas y de nuevo a bordo de un A380 con destino a Dusseldorf, disfrutando desde la cubierta superior del avión de la imagen entre brumas de la ciudad de Dubai al fondo. 6 horas más tarde ya me encontraba de nuevo en Alemania, el final de un nuevo viaje, el último gran viaje de vacaciones del año, con el que quedé encantado. Los recuerdos se agolpan en mi memoria, ahora que los he revivido con la preparación de esta entrada; espero que hayas disfrutado del viaje y que te animes a hacerlo, si tienes la oportunidad, porque la verdad es que merece la pena, y mucho. ¡Hasta la próxima!







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