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Noruega - las islas Lofoten

Tiempo de lectura: en torno a 25 minutos

       Islas Lofoten. Años de espera y finalmente, después de muchas incertidumbres y cambios (mis vuelos sufrieron varios cambios y alguna cancelación, lo que me llevó a tener que comprar nuevos billetes de avión tan solo unas semanas antes del viaje) por fin el momento había llegado. Mucho tiempo pensando en visitar ésta región de Noruega y muchas más ganas de recuperar el tiempo perdido y cierta normalidad (que no termina de llegar...parece que 2021 tampoco será el año) habían convertido éste viaje en uno de los más esperados de cuantos recuerdo, al menos en tiempos recientes (sin que hubiera volcanes de por medio, claro...). Las islas Lofoten son un conjunto de más de 2000 islas e islotes situados por encima del círculo polar ártico, una sucesión de islas conectadas por puentes y túneles mediante la vertebradora carretera E10 que las recorre longitudinalmente. Las Lofoten huelen a mar, a naturaleza, a paisajes de postal, a rutas de montaña, a aguas de color turquesa y a secaderos de bacalao...¡¿cómo no iba a querer ir allí?!

Día 1: el viaje y la llegada

         Con la incógnita de saber qué tiempo nos depararía la climatología a finales de septiembre en una zona por encima del circulo polar ártico (la previsión cambiaba continuamente los días previos al viaje...¿y qué meto en la maleta?), me embarqué en el vuelo que finalmente me llevaría a Harstad/Narvik-Evenes (EVE), nuestro punto de entrada en la región. Yo volé con SAS desde Dusseldorf vía Oslo, y mi hermana y mi cuñado, mis compañeros de viaje en esta ocasión, lo hicieron desde España. Después de tantos cambios y cancelaciones, al menos los vuelos llegaron puntuales a su destino y un claro cielo azul me recibió en el pequeño aeropuerto de Harstad a mi llegada, con la noche comenzando para ocupar su lugar aquel día. Mientras esperaba a mis compañeros de viaje, me hice cargo del coche de alquiler (reservado con Hertz: un 10, tanto por el servicio del personal del aeropuerto, como por el estado del coche que habia reservado - un honda Rav 4 híbrido) y vigilaba el cielo, totalmente despejado, con la esperanza de poder ver alguna aurora en nuestra primera noche en Noruega...no pintaba nada mal, pero lo que no sabíamos es que ¡el tiempo cambia rápidamente en las Lofoten!



     Cuando llegaron mis compañeros de viaje desde España, nos dirigimos hacia nuestro hospedaje de aquella noche, situado en tierra de nadie, a medio camino entre Harstad y Andenes, localidad situada al norte de este grupo de islas que era nuestro primer destino en la zona. Aquella noche la pasamos en el Skjellbogen Hyttegrend, un conjunto de cabañas situados en mitad de la nada...lo cual no estaba mal porque el objetivo era tratar de ver auroras boreales y solo estábamos de paso, pero no contábamos con que el alojamiento estaba situado entre montañas al borde del mar, así que nada de ver auroras desde allí. El alojamiento en sí estaba bien (dos dormitorios con literas, baño, comedor y cocina), ningún lujo pero con lo justito (muy justito) para pasar una noche (y solo una, ¡por 20€/persona en Noruega tampoco esperábamos gran cosa!). El alojamiento está regentado por un gitano cíngaro procedente del Este de Europa que, para mi gusto, resultó un poco cansino, porque estuvo pendiente de nuestras entradas y salidas de la cabaña para acercarse a hablar, y nunca parecía tener prisa. En cualquier caso nuestra estancia fue muy breve (llegamos en torno a las 11 de la noche, y nos fuimos al día siguiente sobre las 9 de la mañana). A pesar de que de camino a la cabaña desde el aeropuerto vimos algún destello de aurora y paramos al borde de la carretera para observar su progresión, la verdad es que no llegaron a crecer y en nuestra excursión después de cenar (en torno a la 1 de la mañana) incluso nos llovió...así que recogimos los bártulos y nos fuimos a descansar, esperando mejor tiempo los próximos días...ingenuos, ¡no sabíamos lo que nos esperaba!. 


Día 2: Andenes

       Al día siguiente nos dirigimos a Andenes. Andenes no forma parte de las Lofoten como tal, pero entró en el plan de viaje porque habíamos leído que era un buen lugar para el avistamiento de ballenas, y a pesar de que ya habíamos tenido éxito en una empresa similar en nuestro viaje a Islandia en 2015, a mi hermana se le antojó repetir excursión, y a Andenes que nos fuimos. Con lo que no contábamos es con una profunda borrasca que decidió visitar Lofoten en las mismas fechas que nosotros, así que lo primero que recibí al aterrizar en Harstad el día anterior fue un mensaje de la empresa organizadora de la excursión diciéndome que debido a los fuertes vientos, suspendían todas las actividades durante, al menos, los próximos tres días. Muy malas noticias, no solo por la cancelación de la excursión, sino porque leyendo entre líneas el mensaje venía a decir que nos preparásemos para mal tiempo, al menos, durante los próximos 3 días...Con las ballenas fuera de juego, valoramos la opción de cancelar la estancia en Andenes y quedarnos ya por las Lofoten, pero el apartamento ya estaba pagado y el grupo decidió seguir adelante con la estancia (2 a 1...). Así que fuimos hacia Andenes, pero sin prisa, ya que al final solo íbamos para dormir... De camino fuimos parando, pero como no teníamos nada planificado, fuimos improvisando sobre la marcha. La primera parada fue Sortland, y desde allí nos dirigimos al norte por la carretera 82, descubriendo los paisajes de la zona y el otoño que ya se había puesto cómodo en la región por aquellas fechas.






     Como íbamos sin plan alternativo alguno (yo no llegué a considerar la posibilidad de que la excursión para avistar ballenas se cancelara...), mientras unos conducíamos otros iban buscando opciones para hacer algo de camino, y así llegamos a las cercanías de Bleik, y emprendimos una ruta que nos llevaría al punto conocido como Matind 408 moh, a 408 metros de altitud sobre el nivel del mar. La ruta, improvisada totalmente, sirvió para hacernos idea de lo que nos esperaba: rutas cortas en cuanto a distancia pero salvando grandes desniveles. Ésta ruta en concreto no fue complicada en cuanto al terreno (unos 8 Km salvando algo más de 500 metros de desnivel, ya que había varias subidas y bajadas durante el recorrido), pero el viento soplaba de lo lindo y dificultó enormemente la actividad. La recompensa mereció la pena: las vistas durante la ascensión y desde lo alto resultaron ser espectaculares. Durante la ascensión divisamos la pequeña localidad de Bleik al fondo, y al terminar la ruta nos acercamos a dar una vuelta por allí: localidad muy pequeña, muy tranquila (demasiado tal vez), con una bonita playa de fina arena blanca cálidamente iluminada por los tímidos rayos de sol que se colaban entre las numerosas nubes que oscurecían el cielo. No sabíamos que aquellos serían los últimos rayos de sol que veríamos en unos días...








       Finalmente llegamos a Andenes con el sol aún tratando de hacerse fuerte en su ocaso diario. Hicimos nuestro desembarco en el alojamiento elegido para la ocasión (muy bien situado, súper amplio, muy cuidado, decorado a mimo...vamos, que yo podría vivir en un lugar así sin problema) y aún tuvimos tiempo para "explorar" la localidad y acercarnos al faro justo antes de que cerrara (se puede subir a lo alto por unos 10€ al cambio), y fue una visita muy breve, porque la chica que nos atendió nos dijo que cerraban en 15 minutos, pero que nos dejaba media hora para poder subir (unos 5 minutos) y disfrutar de las vistas sin prisa. Las vistas espectaculares, la verdad, pero el viento hizo que no agotáramos todo nuestro crédito de tiempo y bajásemos un poco antes a disfrutar de nuestra cerveza noruega y tapa española pre-cena a nivel de mar, buscando un remanso al pie del faro. 






     Disfrutamos de una buena cena en el restaurante Arresten, situado frente al apartamento (y me atrevería a decir que era el único restaurante abierto durante nuestra visita, pero justo era el que mi hermana tenía fichado, ¡así que genial!) y como la previsión de auroras no era mala y se veían estrellas en el cielo, mi hermana y yo nos lanzamos a la caza de auroras boreales (¡más moral que el Alcoyano!); mu cuñado no tenía mucha fe en nuestra empresa y se quedó en el apartamento durmiendo. Lo lamentó. Para nuestra sorpresa, al poco de llegar al faro, el lugar elegido para nuestra excursión, el cielo comenzó a iluminarse: primero sobre el mar, luego sobre el faro. Las luces bailaban, se movían rápido y tenían bastante intensidad, la verdad, ¡la magia había vuelto!. Los primeros momentos fueron un poco tensos, porque yo no tenía la cámara preparada y cuando el cielo comenzó a iluminarse no pude captar esos primeros destellos, que a la postre resultaron ser los más intensos, y con el teléfono obviamente el resultado no era el esperado, así que recuerdo que le dije a mi hermana que dejara las fotos y disfrutara del espectáculo. Y eso hicimos. Solo para nuestros ojos y nuestros recuerdos. Tras un período de calma, las hipnóticas luces del norte volvieron a mostrarse, esta vez con menos intensidad, pero ya no nos pillaron por sorpresa (bueno...más o menos, porque nunca aparecen por donde piensas) y al menos conseguimos plasmar algún recuerdo de nuestra excursión. La verdad, tal y como se había dado el día no contaba con ver mucho, pero la fortuna nos sonrió aquella noche. 






Día 3: de Andenes a Svolvær

       Al día siguiente nos cayó el cielo encima, literalmente. Fue, sin duda, el peor día de todas las vacaciones en cuanto a lo que a la climatología se refiere. Nos esperaba un largo día de coche por delante, así que dentro de lo malo no era el peor día para pasar un día de lluvia. Si tiene que llover un día, mejor que sea uno en el que piensas pasar muchas horas en el coche. Durante nuestro viaje hacia Svolvær hubo pocas opciones de improvisar paradas (¡con la que estaba cayendo fuera!), pero sí paramos un par de veces para comprobar los efectos de la lluvia: improvisadas cascadas cubrían de agua las laderas de las montañas, algunas carreteras habían desaparecido bajo las aguas e incluso algunas casas se habían visto sorprendidas por la repentina crecida del nivel de los ríos y se habían inundado. Tratamos de llegar a una de esas improvisadas cataratas originadas por las torrenciales lluvias, pero la carretera había desaparecido, y aunque teníamos un 4x4, la corriente era muy fuerte y recordando las experiencias islandesas decidimos no tentar a la suerte. En éste sentido, tuvimos muy mala suerte, porque ése nivel de lluvias no es para nada habitual en la zona, como luego nos contaron. 



       Pero como en todo viaje, lo importante es llegar. Y finalmente, contra viento y marea (literalmente), llegamos a Svolvær. En Svolvær nos alojamos en las cabañas del Svinøya Rorbuer, todo un lujo: situadas en un islote, las cabañas tenían dos dormitorios con baño privado cada uno de ellos (y los dormitorios estaban en áreas separadas de la cabaña), un enorme salón comedor y cocina equipada. Otro de esos sitios donde podría vivir sin problema. La lluvia parecía remitir y decidimos esperar a que escampara tomando una tapita en tan agradable entorno. 



       Cuando hubo pasado la tormenta, aún tuvimos tiempo de explorar Svolvær y los alrededores de la cabaña, con un mar aún embravecido y azotado por el viento, un espectáculo siempre digno de ver. Svolvær es conocida por su actividad pesquera, y cuenta con extensísimos secaderos de bacalao que ocupan toda la zona portuaria y el paseo que conduce hasta la escultura de "la esposa del pescador", situada en pleno mar. Las características cabañas de color rojo, algunas con el tejado tradicional de turba, se pueden ver a cada paso. El centro de la localidad la verdad es que no tiene mayor atractivo: un par de tiendas de recuerdos (un poco caras), algún restaurante y un bar de hielo, al que nos acercamos con la intención de entrar, pero al ver lo que era en realidad nos lo ahorramos, ya que en realidad es una galería de esculturas hechas en hielo, y con la entrada (20€) te dan una consumición en un vaso de hielo...después de haber visitado Harbin y sus espectaculares esculturas en Enero de 2020 antes de que todo se fuera al garete, nos pareció una actividad totalmente prescindible. Pero el paseo nos dejó unas cuantas imágenes de la localidad que ahora traigo hasta ti. 








Día 4: De ruta  - Blåtinden

      El día amaneció sin lluvia y con vientos más moderados, así que por fin, al cuarto día, pude sacar el dron a dar una vuelta por los alrededores (con avisos constantes por fuertes vientos saltando en la pantalla de mi teléfono, eso sí). A vista de pájaro todo tiene otro aspecto. 

      El objetivo para nuestro primer día en Svolvær era hacer la ruta de Fløya y Djevelporten, la más conocida de la zona, pero como a perro flaco todo son pulgas, nos encontramos con que la ruta estaba cerrada hasta finales de Septiembre, como mínimo, por obras de mejora en la ruta. Otra vez tocaba improvisar...nos dirigimos a la oficina de turismo donde nos dieron (tiraron más bien) un papel con información críptica sobre las posibles rutas en la zona, y nos decantamos por subir al Tuva, que ofrecía buenas vistas (a priori y según el papel informativo, claro). El camino está en buen estado, con tramos empinados, bien señalizado y fácil de andar (obviando el hecho de las pendientes). El tramo inicial atraviesa un frondoso bosque que lucía los colores del otoño, pasando por algún lago interior y alguna catarata con más agua de lo habitual debido a las recientes lluvias. Llegamos a un punto en el que el camino se dividía, con el Tuva a tiro de piedra, pero que no parecía ofrecer mucho más de lo que ya podíamos haber observado, y el Blåtinden algo más lejos, más elevado, pero con la promesa de mejores (o al menos diferentes) vistas. Y hacia allí nos dirigimos. Improvisando, como ya venía siendo costumbre. El camino discurría ascendiendo el lateral de una colina, hasta llegar a la parte final que se hacía un poco más empinada. El esfuerzo de nuevo tuvo su recompensa: las vistas desde arriba son espectaculares y el tiempo nos acompañó, ya que al menos por la mañana el sol lució en todo su esplendor, aunque según fue avanzando el día las nubes empezaron a oscurecer el día, pero pudimos salvar la excursión - en total fueron 6 Km, con un desnivel de 625 metros. 













       Al terminar la ruta aún tuvimos tiempo de acercarnos a una cercana playa de arena blanca, para disfrutar de otro tentempié hispano-nórdico, y visitar la iglesia de Vågan, la catedral de Lofoten, construida en madera y con un llamativo color amarillo. Al final del día, la lluvia hizo acto de presencia, fiel a su cita, lo que arruinó toda opción de intentar siquiera lanzarse de nuevo en busca de auroras. Salvamos el día, considerando las circunstancias, que no fue poco. 





Día 5: De Svolvær a Hamnøy: Henningsvær, playas de Leknes y Nusfjord

      Un nuevo día gris amaneció en Svolvær, y emprendimos nuestro viaje al sur entre ligeras lluvias. Nuestra primera parada fue la pintoresca localidad de Henningsvær, también conocida como la Venecia nórdica, ya que cuenta con un par de canales (literalmente, un par). El rasgo más identificativo de ésta localidad es, sin embargo, su campo de fútbol, situado al final de la isla secundaria ocupando todo el terreno del islote. Una ubicación, cuando menos, singular. El objetivo era completar la ruta que lleva hasta lo alto del Festvågtind, pero teniendo en cuenta que la niebla no dejaba ni ver la cumbre de la montaña, ni nos planteamos emprender la empresa. Otra vez a improvisar. Dimos una vuelta por la localidad e hicimos algunas compras (en vista de la persistente lluvia, compramos prendas nórdicas para la ocasión, y en mi caso, fue todo un acierto). Al menos la lluvia nos dio una tregua y pude volar el dron para ver desde el aire la imagen más conocida de la localidad.






       Desde Henningsv
ær continuamos hacia el sur, hacia Leknes y sus afamadas playas. Iniciamos nuestro recorrido por la playa de Haukland (hay aparcamiento a la entrada...supongo que en temporada alta vigilen más quién paga y quién no; nosotros para una vueltita corta, obviamente no pagamos...), que la verdad no me dijo mucho. Y continuamos visitando la cercana Uttakleiv, conocida como la playa más romántica de Noruega (todo porque alguien se ha entretenido en colocar piedras en forma de corazón en el suelo, y hay una roca con forma de corazón - tallado - sobre una roca). Opiniones sobre el romanticismo artificial de ésta playa aparte, la verdad es que la playa es muy bonita, con fina arena blanca y verdes pastos tan solo interrumpidos por las montañas que emergen al fondo. Una combinación ganadora siempre. Estas playas tienen fama por el color de sus aguas...supongo que un día soleado la impresión sea distinta, porque desde luego un día nublado y lluvioso (¡¡sí!! nos llovió en la playa) el azul claro del agua brilla por su ausencia. En ésta playa también se puede ver el famoso ojo de Uttakleiv, una formación en una roca que al estar relleno de agua, con el juego de luces se asemeja al ojo de un dragón por su forma y color. La verdad es que no solo hay uno...¡nosotros descubrimos al menos 5 durante nuestra visita! Cuál es el auténtico, que cada uno decida. Una playa interesante que visitar, sin duda. 










     Nuestra penúltima visita antes de llegar a Hamnøy fue la pintoresca localidad de Nusfjord, un antiguo pueblo pesquero reconvertido en establecimiento turístico (la práctica totalidad de las cabañas del lugar ahora son establecimientos turísticos). La localidad es pequeña y se recorre fácilmente andando (el aparcamiento - gratuito - está en la parte superior del pueblo, a escasos 200m). Aquí disfrutamos de los juegos de luz filtrándose entre las nubes y saboreamos otro de nuestros aperitivos hispano-nórdicos (estuvimos prácticamente solos durante nuestra visita). Aún tuvimos tiempo de visitar brevemente la iglesia roja de Flakstad, que data de finales del S. XVIII, y la playa de Skagsanden antes de llegar a nuestro alojamiento en Hamnøy.











      Como ya he comentado, la imagen más conocida de Lofoten corresponde a  Hamnøy: casitas rojas suspendidas en soportes de madera mirando al mar. Pues bien, esas casitas pertenecen a un hotel (de hecho el 80% de las edificaciones de Hamnøy se las reparten entre dos establecimientos hoteleros), y como no podía ser de otra forma fue el alojamiento elegido para pasar nuestras tres próximas noches en la zona (Eliassen Rorbuer) : la cabaña típica de pescador con vistas al mar. Ale, para chulos nosotros. La verdad es que lo que nos encontramos al entrar no fue para nada lo que nos esperábamos (considerando el precio pagado por la bromita de la cabaña típica de pescador...): radiadores que no funcionaban y ventanas rotas. Con ésta carta de presentación, llamé y solicité un cambio de cabaña, y nos realojaron en otra del estilo pero que había sido reacondicionada (curiosamente era más barata que la que habíamos reservado y pagado, pero por supuesto no nos devolvieron ni una corona por el cambio...), pero ganamos con el cambio, porque al menos teníamos una terracita fuera súper amplia y vistas a la montaña más fotografiada de Lofoten. La verdad es que la cabaña no vale lo que cuesta, pero se paga la fama y la ubicación, como de costumbre (y una vez que tienes la fama, ¿para qué preocuparte en dar un buen servicio, si la gente va a seguir acudiendo al lugar?). 



Día 6: Ryten

      Para no perder la costumbre, el día amaneció gris; ninguna novedad, por desgracia, a éstas alturas de viaje (ésta vez con arcoiris, que al menos era una novedad bonita). Disfrutamos de las vistas desde la terraza de la cabaña antes de dirigirnos a Reine, la principal localidad de la zona (en Hamnøy aparte de hoteles no hay mucho más, ni un supermercado). Y para seguir con la improvisación, nos encontramos con que la ruta más famosa de la zona, Reinebringen, estaba cerrada de nuevo por obras de mejora. Aparentemente la ruta es bastante peligrosa y decenas de personas se han matado en los últimos años por el estado del terreno (o seguramente también por la falta de preparación de algunos, que se lanzan a lo que sea con tal de hacer una foto, aunque no estén preparados ni tengan la experiencia ni el equipo mínimo necesario para afrontar una ruta de montaña...). Sea como fuere, nos quedamos sin subir al Reinebringen (¡pero volveré!). 








      Salimos con algo de sol de Reine, y llegamos con sol al aparcamiento del que parte la ruta que lleva al Ryten. Pero la alegría duró poco. Conforme avanzábamos hacia nuestro objetivo, las nubes se iban haciendo más y más presentes. La ruta es, posiblemente, la más sencilla de todas cuantas hicimos, ya que el terreno, pese a ser ascendente, no presentaba ninguna pendiente extrema. La dificultad en ésta ocasión residía en el abundante barro del camino, muy castigado por las lluvias de los días anteriores y la masiva afluencia de gente. Conforme nos acercábamos a la cima, estaba más claro que el esfuerzo podría ser en balde, ya que la niebla cubría por completo la cima de la montaña. Llegando a la cumbre nos sorprendió (no tanto, la verdad) una fuerte ventisca con aguanieve y abundante lluvia, una buena ocasión para comprobar que la prenda que había comprado días atrás era totalmente impermeable y tenía un buen aislante térmico, todo lo contrario de lo que le sucedió a mi hermana, que iba muy mona, como siempre, pero terminó totalmente empapada mientras se acurrucaba en una piedra tratando de minimizar los "daños". Y todo esto en un sitio en el que se suponía que las vistas eran espectaculares. Por suerte, o simple casualidad, el fuerte viento alejó la niebla de la cumbre y dejó al descubierto el maravilloso paisaje que se encontraba a nuestros pies, así que se organizó un pequeño lío allí arriba - principalmente por la presencia de un grupo de Erasmus, como no, Españoles, que no supieron comportarse como hubieran debido - ya que todo el mundo quería tomar una imagen mientras durara la ausencia de niebla. Nosotros al final tuvimos nuestra pequeña recompensa en forma de recuerdo fotográfico después de las adversidades sufridas. Estuvimos un rato en la cumbre, y la niebla iba y venía a ratos, así que decidimos emprender el descenso, sin prisas. Al final fueron cerca de 8 Km salvando un desnivel de 550 metros de altura. 




      Terminada la jornada activa, decidimos acercarnos al final de la carretera E10 en su extremo sur, donde se encuentra el pueblo con el nombre más corto del mundo: Å. El pueblo es el típico pueblo de las Lofoten, con casitas de colores vivos flotando sobre las aguas del mar, una visita obligada estando en la zona por la curiosidad del nombre del lugar. Un poco turistada, la verdad,  pero turistada con encanto. Finalizamos el día disfrutando del atardecer (entre nubes) desde nuestra cabaña, y vislumbrando una fugaz aurora entre nubes desde la terraza de la cabaña: eso sí que fue un lujo, poder vigilar desde dentro, al calorcito, si había auroras y salir solo para encender la cámara y tomar la foto. No tuvimos mucha suerte, pero de nuevo, considerando cómo había transcurrido el día y lo nublado que estaba, ver un destello de aurora fue toda una sorpresa, una siempre agradable sorpresa. 









Día 7: Mannen

      Un nuevo día amaneció y ¿adivinad qué? Sí, llovía a mares. A mí ya se me cayó la poca moral que me quedaba por los suelos. Pasamos la mañana en la cabaña porque la verdad es que fuera estaba para pocas excursiones...imaginaos, de vacaciones y tener que pasar una mañana entera encerrado. Cuando parecía que la lluvia remitía decidimos salir y nos acercamos de nuevo a Leknes para hacer la ruta del Mannen, que a priori no era muy complicada, pero el barro lo complicó todo hasta el punto que solo yo me aventuré a subir (mi hermana se resbalaba cada dos pasos y ella y mi cuñado decidieron dar un paseo por la playa). Yo sí me aventuré y subí hasta un punto en el que el sentido común me recomendó dar la vuelta porque estaba realmente resbaladizo y empinado, y la verdad las vistas, considerando la climatología del día tampoco eran para tirar cohetes (y más arriba la cosa no mejoraba porque estaban metidas las nubes y no se veía ni la cumbre...). Hasta las piedras de la carretera lloraban desconsoladas fruto de las abundantes lluvias. Poco más dio de sí aquel triste día de vacaciones en Lofoten.  






                                       Día 8: Festvågtind

      Octavo día en Lofoten. Vaya por delante que éste sería nuestro último día completo en las islas, ya que el día siguiente regresaríamos a nuestros distintos puntos de origen. Con éste importante dato en mente es fácil adivinar que aquella mañana...¡tuvimos sol! ¡cómo iba a ser de otra manera! El último día siempre hace bueno, para que te cueste más irte...y en nuestro caso a modo de venganza, como queriendo decir: mira lo que te he privado de ver durante los días anteriores y cómo lucen las Lofoten iluminadas por la luz del astro rey. Nada que ver. Otro mundo. Bueno, pues así dejamos Hamnøy, con mucha tristeza, un puntito de frustración y disfrutando del espectáculo de ver las islas bañadas por la cálida luz del sol de la mañana. El vuelo de regreso salía al día siguiente a media mañana, y preferimos pasar la noche cerca del aeropuerto en lugar de pegarnos el mega-madrugón para llegar al aeropuerto a tiempo, así que dijimos "hasta luego" a Hamnøy, con la esperanza de volver más pronto que tarde y emprendimos el camino de regreso hacia Harstad, despacito, descubriendo unas Lofoten distintas, llenas de color, vida y alegría. Más vale tarde que nunca...pero es que ¡ésta vez fue demasiado tarde!.
















      Y así, entre parada y parada, entre vuelo y vuelo, entre maravilla y maravilla, siempre acompañados por el radiante sol, llegamos a Henningsvær, y ésta vez sí, con un cielo claro, nos aventuramos a completar la ruta de Festvågtind, posiblemente la más exigente de todas las que hicimos, para cerrar el viaje a lo grande. La ruta no es larga, pero es muy empinada (menos de 4.5 Km ida y vuelta y un desnivel cercano a los 550 metros). La primera parte es accesible...sobre todo cuando das con el camino, porque los primeros metros hay que buscarse un poco la vida entre grandes piedras. Hacia la mitad del recorrido se llega a un llano donde uno ya puede decidir si afronta la segunda parte o no. A mí, personalmente, la primera parte no me pareció exigente. La segunda parte me pareció algo más dura (lo digo porque si en la primera parte ya vas con el corazón fuera, mejor no sigas...). Nosotros seguimos hacia arriba, con bastantes pausas (mis compañeros de viaje no me seguían el ritmo para nada, la verdad :-P) y no lo lamentamos. Las vistas desde arriba, sobre todo en un día despejado como aquel, son increíbles. Personalmente me quedé con ganas de llegar hasta el mirador de Presten, pero mis compañeros de viaje no se aventuraron y decidí regresar con ellos...¡queda pendiente para la próxima!. En el descenso, yo me acerqué al mirador de la parte media del recorrido (la verdad, si subes hasta arriba, el mirador de la primera parte del recorrido no ofrece mucho) y así completamos nuestra actividad diaria, terminando unos en mejores condiciones que otros, todo sea dicho ;-). 








     Antes de emprender el camino hacia nuestro alojamiento para nuestra última noche en Lofoten, dimos una última vuelta por Henningsvær, por aquello de verlo con otra luz, aunque para nuestra sorpresa estaba todo cerrado: ni una cañita nos pudimos tomar en una terracita. Yo hice un último vuelo por la zona, para ver atardecer a vista de pájaro, y poco más. Nos dirigimos hacia nuestro alojamiento al lado del aeropuerto, el Bogen Hostel, a donde llegamos en torno a alas 11 de la noche. Nos recibió una india, de la mismísima India, sí, sí: carteles en hindú, motivos hindúes...por un momento pensamos que habíamos saltado en el espacio y viajado miles de kilómetros en un segundo. Curioso cuanto menos. Mi habitación era muy amplia, tenía cocina, terraza, un baño un tanto raquítico, pero de nuevo, para unas horas más que suficiente. Nada más llegar nuestra anfitriona nos comentó que se esperaban auroras aquella noche, y el cielo estaba claro, así que consulté la web de auroras y ¡bingo! se esperaban intensas auroras aquella noche. Tiramos las maletas en la habitación y nos montamos de nuevo en el coche para buscar un claro despejado para nuestra espera (que por cierto, hacía buenísimo), y allí esperamos, y esperamos, y esperamos...pero inexplicablemente no vimos nada (o casi nada). Bien es cierto que la predicción de auroras no es una ciencia exacta, pero no esperaba que con la intensidad anunciada (Kp6) y estando donde estábamos geográficamente hablando, no viéramos nada de nada. Fue toda una decepción, porque se daban las condiciones para haber terminado el viaje con un broche de oro (que nos debía Lofoten, por lo que nos había hecho pasar los días anteriores de lluvia...). Pero no pudo ser. 









Día 9: el regreso

     Y nuestra visita a Lofoten no dio más de sí. Quedaron muchas cosas pendientes, porque la climatología nos hizo ir a contra corriente durante todo el viaje, pero es lo que hay: no todos los viajes salen como se planifican, aunque lo importante al final es vivirlos, aunque sea de forma distinta. Aquella mañana, como no, también brillaba el sol...nos dirigimos al pequeño aeropuerto de Harstad, donde tomamos un desayuno digno de lo que somos, unos campeones, y nos dijimos adiós porque yo volaba con SAS a Oslo y mis compañeros lo hacían con Norwegian. Debido a la cancelación del vuelo que inicialmente había comprado para ese día, mi vuelta fue un poco larga, ya que volé a Oslo, desde allí a Copenhague y desde allí a Dusseldorf (con escalas cortas, en torno a la hora, en todos los casos, eso sí). Y todos los vuelos en hora (una de las pocas cosas buenas que ha traído la pandemia: la des-saturación del tráfico aéreo en Europa). Con unas vistas estupendas me despedí de Lofoten, con la esperanza, como siempre, de poder repetir visita, más pronto que tarde...pero ya veremos. Hay muchos planes por delante, y solo resta que me dejen llevarlos a cabo...¡a ver cómo se da 2022! ¡Hasta pronto!





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