Para
una persona que ha hecho de viajar su forma de vida, acostumbrado a visitar
varios países cada mes, éste año no está siendo un año fácil. La situación está
lejos de mostrar alguna mejoría, ya que el virus sigue descontrolado (y lo
estará por mucho tiempo, por desgracia, atendiendo a las noticias disponibles a
fecha de esta entrada - finales de Septiembre de 2020), y a pesar de que las
condiciones no son las más adecuadas ni cómodas para viajar, mi límite personal
de inactividad había sido sobrepasado semanas (meses) atrás y necesitaba embarcarme en
algún viaje, sin importar el destino, solo por el “placer” de volver a viajar. De una
semana para otra reservé los vuelos y el hotel (con la experiencia ganada
durante éstos últimos meses, en los que varios vuelos fueron cancelados después
de haber sido comprados, preferí esperar hasta el último momento para ir,
dentro de lo que cabe, sobre seguro). Desde mi punto de vista, las medidas de
control impuestas por la mayoría de los países para controlar la expansión del
virus están injustificadas, y para tal afirmación me baso en el hecho de que se
han demostrado absolutamente ineficaces, pero son las que son y son las que
marcan nuestras decisiones y nuestra falta de libertad actual para movernos,
una libertad que, personas como yo, añoramos demasiado. En lugar de controlar a
los viajeros en origen y en destino, muchos países han optado por políticas
proteccionistas, exigiendo largas cuarentenas a todo viajero que llegue al país
(opción elegida por la mayoría de los países no comunitarios), o simplemente
prohibiendo la llegada de viajeros de determinados países, lo que a la postre
ha originado la cancelación de muchos vuelos. Así que viajar en tiempos de
pandemia no es tarea sencilla: planificar un viaje se ha convertido en una
quimera por lo dinámico de la situación y las cambiantes decisiones que tienen
un trasfondo más político que práctico. Sea como fuere, encontré una ventana de
oportunidad para poder realizar un viaje a Italia, estableciendo en Nápoles mi
centro de operaciones.
La
llegada y el hotel
El
aeropuerto de Nápoles está muy cerca del centro de la ciudad; para llegar hasta
el centro puedes coger un taxi (cuesta entre 16-20€ dependiendo de la zona del centro
a la que vayas), o para los que tengan aversión a los taxis, como en mi caso,
utilizar el autobús “Alibus” que conecta el aeropuerto con la Plaza Garibaldi y
el puerto (5€ por trayecto), que en mi caso resultó muy conveniente, porque el
hotel elegido para mi estancia se encontraba a unos 10 minutos escasos andando del
puerto. El trayecto dura unos 35 minutos (a medio día entre semana; un
domingo por la tarde el trayecto se cubre en unos 15 minutos, como pude
comprobar el día de mi regreso). Los autobuses no son los más cómodos (como
suele pasar en éste tipo de transportes, destinados al transporte de viajeros con maletas, en los que irónicamente no hay espacio para guardar el equipaje), pero las
restricciones impuestas por el coronavirus hicieron que resultase más agradable
viajar a bordo, ya que el número de asientos habilitados se ha limitado a la
mitad, para mantener la distancia entre viajeros, espacios que se pueden usar
para transportar el equipaje).
Para mi
estancia de 5 noches en la ciudad costera italiana me alojé en el hotel Mercure
Napoli Centro Angioino (110 €/noche con desayuno), un hotel que tiene una
ubicación excepcional, justo enfrente del Castillo Nuevo y que permite acceder
andando a prácticamente todos los sitios de interés de la ciudad, además de
tener una estación de metro al lado (Municipio), para llegar a aquellos
destinos más alejados (los menos). El hotel está un poco abandonado, la verdad,
y no cumple con el estándar habitual de los hoteles Mercure de 4* (máxime
considerando el precio, que no es precisamente económico): el tamaño de la
habitación es correcto, el baño estaba en buen estado, pero el mobiliario de la
habitación y los servicios ofrecidos están un poco descuidados: aire
acondicionado que no funciona o un frigorífico que no enfría, por citar solo un
par de los elementos que fallaron durante mi estancia y que no hicieron que
ésta fuera tan placentera como hubiera debido. El desayuno es muy limitado,
condicionado también en gran medida por el virus, y está regulado por horas de
acceso al comedor (3 habitaciones cada 10 minutos), porque pese a mantener el concepto de
buffet, no te sirves tú mismo si no que le vas diciendo al camarero/a lo que
quieres; no es la situación ideal, pero al menos es una solución. Tampoco tiene
servicio de bar y la terraza exterior solo se abre para el desayuno. Cumplió,
pero por el precio pagado esperaba algo más, la verdad.
Moverse
en la zona
La red de transporte público de Nápoles es muy limitada, y no invita a su uso: infraestructuras vetustas, escasez de servicio e incomodidad son las constantes en los servicios de transporte público (metro, tren, autobús). La red de metro es muy reducida (tan solo dos líneas, que cubren solo una parte de la ciudad, debido a la orografía de la misma, complementadas por alguna línea más de tranvía que ayudan a salvar los desniveles de la ciudad), aunque se está trabajando en la ampliación de las líneas de metro existentes y en la mejora de las infraestructuras (siendo las renovadas estaciones de metro de Toledo y Municipio dos buenos ejemplos de lo que pretende ser el metro de Nápoles en el futuro). El tren conecta los principales núcleos urbanos de la periferia, y es el método más cómodo para llegar a lugares como Pompeya, ofreciendo un servicio económico, aunque lento y poco fiable en cuanto a horarios. Resulta más fácil moverse por vía marítima que por tierra, y es que la ciudad cuenta con una considerable oferta de ferris que unen la zona continental con las numerosas islas que salpican el litoral costero.
Para los viajeros que llegan y quieran desplazarse por la región hay básicamente dos opciones prácticas: las excursiones organizadas (con las limitaciones que presentan y el sobrecoste que conllevan) o alquilar un vehículo para ganar en independencia (y ahorrar un buen puñado de euros). La reina de los medios de transporte en la ciudad es la motocicleta: las infraestructuras y la forma de conducir local se asemejan más a los propios de una ciudad asiática que a una Europea: las líneas que delimitan los carriles de las carreteras urbanas no existen, se adelanta por la derecha o por la izquierda (básicamente por donde haya sitio), los semáforos rojos a menudo no se respetan…un auténtico caos. Para alguien que llegue por primera vez y solo conozca “la otra Europa”, puede ser todo un impacto. Por fortuna yo estoy curtido en mil y una batallas conduciendo en motocicleta por Asia, así que el reto no fue tal. También hay que decir que la situación mejora sensiblemente tan pronto se abandona el núcleo de Nápoles, en cuanto a condiciones de conducción y estado del firme.
Para moverme por la zona decidí alquilar una motocicleta para poder explorar la región a mi aire; me decidí por alquilarla en Gallo sport, una empresa de alquiler de motocicletas que no recomiendo en absoluto: ofertan precios por internet que luego no mantienen cuando acudes a por tu moto, Luciano (el dueño) es el típico caradura italiano (sí, es un estereotipo pero Luciano lo cumple a la perfección) que te vendería a su madre o a toda su familia por unos cuantos euros y utiliza estrategias de negocio poco honestas: sabedor de la mentalidad italiana y al no haber obtenido respuesta a mis correos y whatsapps enviados, me pasé por la tienda el día de mi llegada para asegurar que el alquiler fuera rodado al día siguiente. No sirvió de mucho. Me ofreció probar una moto que me convenció, hablamos del precio, quedamos para primera hora del día siguiente y todo parecía correcto. Al día siguiente Luciano me tuvo esperando una media hora hasta que llegó, la moto que había probado el día anterior no estaba disponible y me ofreció una más pequeña, de menor cilindrada y en mucho peor estado (algo que solo compruebas cuando ya has andado unos kilómetros con ella). No tuve mayores problemas durante el periodo de alquiler y la moto cumplió (justita), pero la devolución volvió a ser un desastre por parte de Luciano y le hice saber de mi descontento; publiqué mi experiencia en google, porque me llegó a ofrecer una rebaja en el precio del alquiler (o incluso devolverme la totalidad del precio pagado) para cambiar mi opinión sobre su empresa en las redes, algo a lo que no accedí ya que para mí la relevancia de esas opiniones es que sean útiles y reales. En definitiva, no sé cómo serán las otras empresas del ramo, pero si puedes evitar ésta ganarás en seguridad y tranquilidad durante tus desplazamientos.
Nápoles
Para
esta entrada he decidido ir “in crescendo”, empezando por lo que menos me ha
gustado del viaje para ir avanzando hacia lo mejor (o al menos lo que más me ha
gustado) y así dejar un buen sabor de boca, en lugar de seguir el orden cronológico
de actividades, lo que me llevaría a terminar ésta crónica con mi último día en Nápoles, que fue un día aciago de principio a fin. En base a éste criterio, Nápoles es mi indiscutible
primera parada (no podía ser de otra forma). Para ser honesto con vosotros
(como siempre), Nápoles me ha horrorizado. No tenía depositadas grandes
esperanzas en la ciudad pero es que lo que me he encontrado ha sido ciertamente
decepcionante, en todos los sentidos: la ciudad está abandonada, y no es porque
sea una ciudad antigua e histórica, es simplemente porque está descuidada: basura
por todas partes, pintadas en todas las paredes (pintadas que, salvo algunas raras excepciones, no pueden ser
consideradas arte, me refiero más bien a vandalismo), edificios a punto de
caerse…me vino a la mente varias veces La Habana, con la diferencia de que allí
hay una explicación y las construcciones están viejas, pero no dan el aspecto
de abandono y suciedad que transmite Nápoles; o de Lisboa, cuyas calles
transmiten un cierto aire decadente pero con encanto, un encanto que no
transmite la ciudad italiana. Las infraestructuras son más propias de un país
en vías de desarrollo que de un país Europeo: se podría decir que las
carreteras están sin asfaltar; no llamaría asfalto a lo que presentan muchas de
las carreteras de la ciudad, y no me estoy refiriendo a las típicas calles
adoquinadas del centro histórico, me estoy refiriendo a calles que conectan con
puertos, autopistas y carreteras principales, con baches que parecen socavones
causados por una explosión y que, sobre todo de noche y en motocicleta,
resultan ciertamente peligrosos. El transporte público es de los peores que he
probado a nivel mundial: poca frecuencia, accesos angostos, trenes desfasados,
ineficiente (un día de diario, sobre las 8 de la tarde, tuve que esperar el
metro 18 minutos…y ¡era el último tren del día!)…El placer de pasear y descubrir
rincones perdidos no existe en Nápoles. Muchas áreas y edificios están siendo
sometidos a trabajos de restauración (como los que se están llevando a cabo en
el teatro real, el Palacio Nuevo o la plaza del Plebiscito) y al resto de la
ciudad no le vendría mal una mano de mejoras. No me he imaginado ni por un
segundo como puede ser vivir en Nápoles…desde luego no es una ciudad para mí,
eso me ha quedado claro.
Pero
también hay puntos positivos (¡menos mal!); en el aspecto gastronómico no puedes abandonar la
ciudad sin probar una de sus famosas pizzas; por lo que he podido comprobar (y
he probado unas cuantas, ya que mi dieta ha sido básicamente a base de pizzas
durante mi estancia) se diferencian bastante de las que estamos acostumbrados a
comer por aquí (al menos de las que yo estoy acostumbrado a comer): la masa es muy fina y está poco cocinada, el borde es muy
grueso y crujiente, y suelen tener pocos ingredientes, pero bien regados con aceite de oliva en
abundancia. El sitio más famoso de Nápoles es el Sorbillo (via dei Tribunali,
muy cerca de la Capela Sansevero), pero honestamente no estaba dispuesto a
hacer cola para cumplir con la tradición turística gastronómica de la ciudad. Probé en
varios otros sitios, y te puedo recomendar dos: Lombardi a Santa Chiara, en la via
Benedetto Croce, al lado del complejo religioso de Sta. Chiara, y la pizzería
Prigiobbo, en el barrio español, un local histórico cuya apariencia invita poco
a entrar, pero muy frecuentado por los locales (y ya sabes lo que significa
eso) y muy, muy económico.
El
centro histórico de Nápoles es Patrimonio de la Humanidad, y acoge un
importante número de iglesias y edificios sacros; éstos tal vez no tienen ni la
relevancia ni el número que se pueden encontrar en otras ciudades (como Roma o
Florencia), pero hay visitas que ciertamente pueden merecer la pena. Yo me fijé
una lista de 4 ó 5 sitios que quería visitar de entre las decenas de lugares de
culto que ofrece el centro histórico de la ciudad. Algunas de esas visitas no
pudieron concretarse, ya que los sitios estaban siendo sometidos a trabajos de
renovación, y otros hubiera sido mejor no visitar por lo poco que ofrecen por
el precio pagado, pero eso ya supongo que para gustos. De entre las visitas que
realicé me permito recomendarte (o advertirte) los siguientes:
- Iglesia de San Domenico Maggiore, una opulenta iglesia que incorpora una construcción anterior que data del S. X. El edificio data de finales del S. XIII y el exterior no le hace justicia en absoluto al interior: viendo la pequeña y sobria fachada que da acceso a la iglesia, nada hace imaginar la grandeza que se oculta tras sus puertas. El acceso es gratuito (por donación), y la iglesia alberga numerosas reliquias y obras de arte sacras.
- Catedral de Sta. Maria Assunta, la catedral de Nápoles (de acceso gratuito), cuya construcción concluyó en el S.XIV, una iglesia que se asienta sobre restos griegos y romanos de construcciones anteriores. El interior, adornado con ricos mármoles y valiosas obras de arte sacro, resulta muy vistoso.
- Museo Capella Sansevero, situada muy cerca de la iglesia de San Domenico Maggiore se encuentra ésta preciosa y diminuta capilla (cierra los lunes y martes), ricamente ornamentada con frescos en la bóveda (semejantes a los de la Capilla Sixtina – salvando las diferencias, obviamente) y valiosas esculturas realizadas en mármol. La entrada (8€) resulta, a mi entender, excesivamente cara para lo que ofrece el lugar, que como ya he dicho es muy reducido (una única sala de unos 30 metros de largo por 12-14 metros de ancho). Para colmo, no permiten la toma de fotografías en su interior, algo de lo que solo te advierten cuando accedes al recinto (pero no durante la compra de las entradas, ya que no hay ninguna indicación al respecto). Conviene comprar las entradas con antelación por internet porque a pesar de todo, es un sitio muy popular en la ciudad y parece ser visita obligada. Visita totalmente prescindible desde mi punto de vista, atendiendo al elevado precio de la entrada y lo poco que ofrece el lugar.
- Complejo de Santa Chiara (entrada 6€), un complejo monástico que data del S. XIV que incluye una iglesia, un claustro, biblioteca, tumbas y hasta excavaciones arqueológicas. Con el acceso a la iglesia cerrado, el mayor interés se centra en el claustro exterior porticado, adornado con coloridos murales. De nuevo, demasiado poco para lo que se cobra por la entrada. Otra visita prescindible, desde mi punto de vista.
Caminando por las calles de la ciudad antigua te encontrarás con numerosas capillas de reducido tamaño; los horarios de apertura de muchas de ellas son muy limitados, y un gran número ya ni se abren al público por haber sido desconsagradas y encontrarse en estado de abandono, una constante en el centro de la ciudad. La Vía San Biagio dei Librai y la perpendicular vía de San Gregorio Armeno son dos de las calles que seguramente visitarás en tu devenir por las calles del centro histórico de Nápoles, dos calles con mucha actividad y donde podrás encontrar todo tipo de recuerdos de la ciudad, restaurantes y numerosas tiendas de artículos de decoración navideños, en cualquier época del año.
Al otro
lado de la ciudad, un poco alejado del centro histórico, se encuentra la parte más "moderna" de la ciudad, donde se pueden visitar el Palacio Nuevo (actualmente
sumido en medio de las obras de ampliación del metro que se están llevando a cabo),
las fotogénicas Galerias de Umberto I, muy similares a las que se pueden
visitar en Milán, o la Plaza del Plebiscito, una enorme plaza con muy poco
encanto en la que se encuentran el Palacio Real y la basílica real pontificia
de S. Francisco de Paula; la plaza no transmite ningún tipo de sensación: un
espacio desangelado, muy amplio, que ofrece muy poco contenido.
En la plaza que se ubica frente a la iglesia de San Antonio a Posillipo se encuentra uno de los miradores más conocidos y frecuentados de la capital napolitana: desde el mirador se tienen unas vistas formidables de toda la ciudad, de la zona portuaria y en días claros hasta se puede divisar claramente el monte Vesubio al fondo, amenazante y desafiante. Como ya había comentado, Nápoles gana en las distancias largas, y éste es un claro ejemplo.
Otro de
esos lugares donde Nápoles gana adeptos es el camino de acceso al Castell Saint
Elmo, un camino con muchas escaleras (conocido como la Pedamentina), muy
escénico y desde cuyo mirador se tienen unas vistas excepcionales de la ciudad,
para mi gusto, las mejores. La subida es exigente (tendrás que salvar algo más
de 600 escalones para obtener la recompensa), pero es muy bonita en sí misma,
con numerosos rincones únicos, no solo por las vistas que ofrecen de la ciudad,
sino por la experiencia del auténtico Nápoles que tendrás durante la subida,
que atraviesa el barrio español para continuar la ascensión hasta la cima en la
que se encuentra el mirador. Durante las fechas de mi visita, pese a estar en
Septiembre, hizo mucho calor, así que el aire fresco que se respira y la brisa
con que te recibe el mirador que se alza sobre la ciudad se agradecen
muchísimo. Una de las visitas imprescindibles en la ciudad (¡yo hasta repetí!).
Vesubio
El
monte Vesubio domina el paisaje de la región; en contraste con la llanura sobre
la que se asienta la mayor parte de la ciudad de Nápoles, situada al borde del
mar, a unos 10 kilómetros al Este se alza el volcán Vesubio, un volcán activo
que lleva dormido mucho tiempo, tal vez demasiado, considerando la actividad de
la que ha hecho gala en recientes tiempos pasados: desde la segunda mitad del
S. XVII hasta la actualidad el Vesubio ha entrado en erupción en más de una
veintena de ocasiones, con un periodo máximo de inactividad entre erupciones de 20 años. La última erupción
tuvo lugar en 1944, convirtiéndole en el único volcán continental europeo que
entró en erupción en el S. XX. Desde esa última erupción, que fijó la altura
del volcán en los 1280 metros, el volcán ha permanecido dormido, tal vez
exhausto de tanta actividad, o tal vez cogiendo fuerzas para volver a recordar
a los hombres quién manda en la zona. Sea como fuere, el estado de inactividad
total del volcán permite que sea visitable. El acceso al parque del Vesubio (11
€, ojo, ¡las entradas solo se pueden comprar por internet!) es bastante cómodo por
carretera (aunque no está bien señalizado, como casi todo en la zona, y me
equivoqué en un par de ocasiones), pero con la moto te permiten llegar hasta la
mismísima entrada al parque (si vas en coche tendrás que dejarlo unos 3
kilómetros antes de la entrada, y subir esa distancia andando). Si vas en viaje
organizado o con los autobuses de servicio regular, también llegarás hasta el
acceso al volcán. Pese a llegar pronto para la visita, tuve que esperar unas
horas para acceder ya que no tenía entrada y no hay taquillas en el acceso,
aceptando únicamente entradas compradas por internet, y éstas se asignan por
hora de entrada…y dentro de lo malo tuve suerte porque llegué sobre las 10 de
la mañana y conseguí entrar al mediodía. No había leído en ninguna parte que no
hubiera taquillas, así que fue toda una sorpresa…desagradable, pero sorpresa.
El
acceso al cráter del volcán se realiza a través de un camino muy arenoso,
siendo ésta tal vez la mayor dificultad que presenta la corta ruta que lleva
desde la entrada del parque hasta el cráter; había leído en muchos blogs que la
subida es dura, que hay que ir preparado, que hay que llevar el calzado
adecuado…en fin. El camino que conduce al cráter (donde te puedes unir a
una de las visitas guiadas que parten cada 15 minutos, o seguir tu recorrido
por libre) es ascendente, sí, pero es un paseo de unos 15-20 minutos que
cualquier persona puede hacer (¡yo vi hasta a uno con muletas bajando!). La
gente para estas cosas es un poco exagerada, la verdad…personalmente me “costó”
bastante más subir los 600 escalones de la Pedamentina a mediodía que acceder
al cráter del volcán. Una vez arriba, las vistas son espectaculares. El cráter
en sí la verdad es que no tiene mucho interés, aunque supongo que depende de
cada uno: yo me he asomado (literalmente...un tropiezo me hubiera llevado al fondo del volcán) a cráteres humeantes y en ebullición en Bromo
(Indonesia), he visto cráteres con lagos ácidos y emitiendo gases azulados
(Ijen) o activos cráteres humeantes disfrazados de vistosos colores (en Nueva
Zelanda y Costa Rica), así que ver el cráter de un volcán sellado y sin
actividad (apenas unas tenues hileras de humo que se filtraban por algunas
rocas en el lateral dejan constancia de que el volcán está vivo) la verdad es que no llamó mi atención en absoluto. Pero
bueno, quería hacerlo y verlo por mí mismo, y al menos no me quedé con las
ganas.
Pompeya
Otra de
las visitas “obligadas” en la zona, muy vinculada al Vesubio, es la visita a
las ruinas de Pompeya, localidad que quedó cubierta por los restos de la
erupción del volcán acontecida en el año 79 de nuestra era. También se pueden
visitar las ruinas de Hercolano, la otra localidad que sufrió la ira del
Vesubio en aquellos años, pero me decanté por Pompeya (ver dos ruinas de
ciudades de la misma época ya me pareció un poco excesivo y, seguramente,
repetitivo). Las ruinas de la antigua Pompeya se descubrieron en el año 1748 de
forma casual, bajo una capa de ceniza de ¡¡30 metros!!. Después de siglos en el olvido, se iniciaron los trabajos de excavación para recuperar la ciudad,
aunque el objetivo de aquellas primeras excavaciones no era precisamente
filantrópico, sino algo más interesado, ya que se buscaban joyas y tesoros que
hubieran podido quedar ocultos por las cenizas. Las ruinas recuperadas del
olvido y las cenizas tampoco se libraron de los bombardeos de la II Guerra
Mundial. Un pasado convulso que, gracias a los arduos trabajos de restauración
llevados a cabo durante las últimas décadas, han llegado hasta nosotros.
A
Pompeya accedí en tren (2,70€ el trayecto, unos 40 minutos de recorrido), que
resulta muy cómodo porque te deja en la misma puerta de acceso al recinto
arqueológico. Con la lección de la visita al Vesubio aprendida, compré mi
entrada por internet desde el tren (17,50 €), aunque al llegar comprobé que, en
contra de lo que ponía en la web oficial, también hay taquillas en las que
puedes comprar las entradas. En fin. Italia.
El
recinto de Pompeya es enorme; no en vano se calcula que en la época de la
erupción del Vesubio contaba con unos 15.000 habitantes. Se necesitarían varios
días para recorrer las ruinas por completo y con el necesario detalle, pero no
te desanimes, porque la mitad del recinto está cerrado a las visitas (para
proteger los edificios y por trabajos de mantenimiento) y para los neófitos y
no expertos en la materia, con un recorrido de unas 3 ó 4 horas habrás visto la
mayor parte de las ruinas, y suficientes piedras para el resto de tu viaje. Hay
dos recorridos señalizados, pero están francamente mal indicados.
También hay numerosos carteles que te informan sobre los edificios más notables
o puntos de interés de la zona arqueológica, pero de nuevo a menudo te encontrarás
con caminos cortados o accesos cerrados, así que lo mejor es simplemente
identificar qué quieres ver (por ejemplo a través de google maps), y dejarte
guiar por tu teléfono en la visita. Claramente el sistema está pensado para que
contrates una visita guiada al recinto, así que hacerlo por libre puede no
resultar una tarea sencilla.
La
ciudad conserva muchos de los edificios que dieron forma a ésta gran ciudad de
la antigüedad, con el foro, epicentro de la vida pública y administrativa de la
ciudad, como referente. Se pueden visitar los restos de numerosos templos, de varias
termas, de lugares destinados al deporte y al ocio, viviendas particulares, los
recintos donde se llevaban a cabo representaciones teatrales o los juegos de
gladiadores…una instantánea única congelada en el tiempo de la vida en el S.I
de nuestra era, perfectamente conservada gracias a las cenizas del Vesubio, un
referente de incalculable valor histórico.
Uno de
los elementos que causa más asombro (o curiosidad, o morbo) son los “cuerpos”
que han llegado hasta nuestros días de las personas que murieron de forma
súbita durante la erupción del volcán. En realidad no estamos hablando de
cuerpos; durante los trabajos de recuperación, ocasionalmente se encontraban
huecos en la ceniza, huecos que habían albergado restos de seres vivos
(personas o animales). En 1860 y siguiendo la idea de un arqueólogo italiano,
se decidió rellenar los huecos con yeso, para poder así tener una
representación de los cuerpos; un testimonio
único de cómo fueron los últimos momentos de vida de los habitantes que
murieron a causa de la erupción del volcán del año 79, una muerte que pudo ser
mucho más rápida de lo que inicialmente se pensaba, según muestran estudios
recientes, ya que la mayoría de las víctimas murieron por fuertes golpes de
calor de hasta 600 grados centígrados. En la actualidad se han recuperado unos
2000 cuerpos, lo que hace pensar que muchos habitantes consiguieron escapar al
desastre. Pompeya, una visita imprescindible por su incalculable valor histórico
si se visita la región.
Costa
Amalfitana
Cubierto el cupo de turismo histórico y cultural, le llega el turno a la parte más lúdica del viaje, el recorrido en motocicleta por la preciosa costa amalfitana. Los municipios que forman parte de la región fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997. La zona constituye un excepcional ejemplo de la capacidad de adaptación de sus habitantes a las condiciones geográficas de la región: los pueblos han ido creciendo anclados a las montañas, literalmente colgando de ellas, estableciendo cultivos escalonados para poder sacar el máximo partido al terreno. La costa de Amalfi ha sido un conocido destino turístico desde tiempos romanos. En la actualidad, y merced al impulso turístico del S. XX, la costa amalfitana es uno de los destinos turísticos más reconocidos de Italia. La ruta costera que recorre la zona, la carretera estatal 163, pasa por ser una de las rutas por carretera más bellas del mundo, y doy fe de que así es. Los algo más de 45 kilómetros que separan Vietri Sul Mare en el Norte con los límites de Positano al Sur son un auténtico placer para el conductor: la carretera, en muy buen estado, discurre paralela a la línea de costa, ofreciendo múltiples oportunidades para detenerse a contemplar el imponente paisaje que se muestra detrás de cada curva. Un consejo: recomiendo hacer el recorrido de Sur a Norte, ya que la belleza paisajística es, a mi entender, mucho mayor que haciendo el recorrido en sentido contrario (aunque también dependerá de a qué hora haces el recorrido para tratar de tener el sol de espaldas).
La costa está salpicada de
pequeñas poblaciones, inicialmente dedicadas a la pesca y reconvertidas en
destinos turísticos de primer nivel, que bien merecen una visita, algo más
pausada que la yo pude realizar. Como ya he comentado, la zona es muy turística:
incluso viajando en medio de una pandemia que dificulta mucho los viajes
internacionales, en septiembre (que no es pleno verano) y recorriendo la costa
en motocicleta, la mayor dificultad para visitar los pueblos fue…¡dónde aparcar
la moto! Si, aunque parezca increíble, las poblaciones son muy pequeñas y
tienen un número de aparcamientos muy limitado. Si esto me sucedió en
Septiembre y viajando en moto, la verdad no quiero imaginar cómo puede ser un año
normal en Agosto y con coche (mejor evitarlo, desde luego, bajo mi punto de vista). La
semana de mi viaje hizo un calor excepcionalmente alto en la región, para las
fechas de que se trataba, lo que dio lugar a numerosos incendios; de uno de
ellos fui testigo directo, al observar un poco de humo en la montaña al
volverme a hacer una foto del paisaje que había dejado atrás; la pequeña columna
de humo se convirtió en un voraz incendio en cuestión de segundos e hizo falta
la presencia de un helicóptero para controlarlo. Al día siguiente, la carretera
costera estaba cortada por un fuerte incendio, y dos días más tarde el humo de
los incendios inundó Nápoles. Sin duda la peor parte de las altas temperaturas
y el prolongado verano que ha sufrido ésta región, algo que se adivinaba al
observar el color verde pálido que lucía la vegetación en la zona, algo que
denotaba una evidente falta de agua.
Las
poblaciones de la costa amalfitana resultan, como es fácil de adivinar, mucho más
atractivas en la distancia, desde donde se puede observar el desarrollo de las
poblaciones y su ubicación, con sus características casas de colores ancladas a
las montañas. A pie de calle, suelen presentar una calle principal con todo
tipo de comercios y un laberinto de callejas que discurren entre túneles y
angostas escaleras que sirven para acceder a las casas situadas en zonas más elevadas. Tratar de descubrir estas callejas resulta una experiencia
interesante, pero también un poco decepcionante, ya que tanto esfuerzo de subir
escaleras a menudo no obtiene recompensa, ya que no se llega a ninguna parte,
solo a entradas de casas a un lado y otro de las escaleras, y más escaleras que
continúan subiendo para ganar acceso a las viviendas superiores; tiene que ser
agotador vivir en una de esas casas altas (¡aunque las vistas deben ser
excepcionales a cualquier hora del día!).
De entre las numerosas poblaciones que riegan la geografía de esta región yo me detuve en las siguientes:
- Vietri sul Mare, el mejor ejemplo del característico colorido de esta región, representado por las famosas cerámicas que han otorgado una identidad propia a la zona y a la localidad: las cúpulas de las iglesias están a menudo cubiertas por coloridas piezas de cerámica, y las casas muestran sus mejores galas para los visitantes.
- Cetara, una población que merece la pena observar desde el mar (o desde el muelle en ausencia de barco, como en mi caso), ya que permite observar a la perfección el entorno montañoso en el que se encuentra. Destacan su torre y la iglesia de San Pedro Apóstol.
- Minori, población en la que se puede visitar la villa marítima romana
del S. I, para aquellos ávidos de historia. Yo ya había tenido suficiente y me
limité a recorrer la localidad y disfrutar de sus playas y vistas panorámicas.
- Ravello, una localidad con aire medieval situada en lo alto de la montaña desde la que tendrás unas vistas espectaculares de la costa. Si te fías demasiado de Google maps, como hago yo, verás que se indica un mirador llamado “Terrazza dell’infinito”; con ese nombre…¿Quién se resiste a ir? Lo que no dice google es que el mirador de la terraza se encuentra dentro de la Villa Cimbrone (entrada 7€), un complejo de jardines que, aparte del mirador, la verdad es que ofrece más bien poquito. Las vistas estupendas, eso sí. Peeeeero, si hubiera empleado un poco de tiempo en investigar el pueblo antes (como dos minutos, no más), hubiera reparado en que hay otro mirador, de nombre no tan atractivo (“Panorama Amalfi Coast”) que ofrece prácticamente las mismas vistas, pero gratis. En fin, como suelo decir, perder para aprender. En cualquier caso, si el día está claro, te recomiendo subir hasta Ravello porque las vistas son espectaculares (¡y la carretera es súper entretenida!).
- Atrani, una pequeña localidad, prácticamente conectada con Amalfi, encajonada entre los montes Civita y Aureo, muy pintoresca. Por desgracia la iglesia estaba en restauración y los andamios le restaban parte de belleza a la panorámica, pero la vista de la población llegando desde Ravello es una de las más características y fotografiadas de la zona.
- Amalfi es el centro neurálgico de la costa que toma su nombre, el epicentro turístico de la región. Dentro de la población destaca el Duomo di Saint’Andrea, a la que se accede mediante una fotogénica escalinata – aunque de nuevo las obras que se están llevando a cabo le restan atractivo a éste bello edificio. Hay numerosos restaurantes en los que disfrutar de una relajada cena, acompañado por un helado de limón, tan característico de la zona (a precio de oro, por cierto, el heladito en cuestión…). Las mejores imágenes de la localidad se obtienen desde el muelle que se adentra hacia el mar. Precioso.
- Positano, en lucha con Amalfi por alzarse con el trono de “capital” turística de la costa amalfitana. La verdad es que Amalfi transmite una imagen mucho más tranquila, de pequeña localidad, mientras que Positano es mucho más grande y se ha extendido más allá de los limites originales de la localidad (en mi visita, los coches estaban aparcados en la carretera 3 kilómetros antes de llegar a la localidad…). Desde luego, si es por afluencia de gente, Positano es mucho más dinámica (y más turística) que la, en comparación, tranquila Amalfi. Las mejores imágenes de la localidad se obtienen desde la playa (sobre todo cuando la gente ya la ha abandonado) y desde el pequeño “mirador” público situado en la via Cristoforo Colombo (en realidad es un recodo de una escalinata que baja hacia la playa), casi en la intersección con la carretera de la costera amalfitana, desde donde se tienen unas vistas estupendas de la localidad. La vista es preciosa a todas horas, pero al caer la tarde, con la cálida luz del atardecer bañando el cielo y las lucen comenzando a iluminar las coloridas casas, la vista cobra otra dimensión; simplemente ¡no te lo pierdas!.
Procida
En los alrededores de Nápoles se pueden visitar numerosas islas; algunas de ellas son muy conocidas, como Capri, y otras menos, como Procida o Ischia. Para una excursión de un día me decanté por la opción de la “desconocida” Procida, a la que se accede mediante ferry (yo viajé con la compañía Caremar, que ofrece varias frecuencias diarias conectando Nápoles con Ischia vía Procida) en un trayecto de una hora de duración (12.8 € la ida, 10.8€ la vuelta, viajando sin vehículo). Los ferris, por lo que pude comprobar, funcionan con puntualidad británica, son muy cómodos y ofrecen asientos tanto en el interior de la nave como a cielo abierto. Dudé en visitar Ischia en el mismo día (se encuentra a solo 20 minutos de Procida), pero me pareció demasiado, incluso considerando las reducidas dimensiones de Procida, que apenas tiene 4 kilometros de longitud, y creo que fue un acierto. Nada más llegar a Procida ya tienes una imagen de lo que te espera en la diminuta isla: coloridas casas brillando al sol en torno a la iglesia de la localidad. Una estampa bonita, pero no la más conocida de Procida.
Pese a que la idea inicial era recorrer la isla andando, al
desembarcar vi una tienda de alquiler de motos y bicis eléctricas y no pude
resistirme: alquilé una bici eléctrica por 20€/día (las motos costaban 30€/día,
también se alquilan barcos, www.generalrental.it),
que me pareció lo más apropiado para las reducidas dimensiones de la isla, y la
verdad es que fue todo un acierto, porque te puedes meter por cualquier calle
(las calles en Procida suelen ser de sentido único y muy estrechas, y con la
bici puedes encontrar “atajillos”) y la batería dio más que de sobra para todo
un día subiendo y bajando: en Procida hay muchísimas cuestas, y hacerlo andando
hubiera resultado agotador. Como de costumbre cada vez que pruebo algo eléctrico,
quedé encantado con la experiencia.
Además
de la zona del puerto, el otro epicentro de la actividad turística y principal
reclamo de la isla se encuentra justo al otro lado de la isla (700 metros
andando, vamos, que no es una caminata), la Marina Corricella, un espectacular
y precioso conjunto de coloridas viviendas que transmiten toda su vitalidad a
la zona. No puedes dejar de subir hasta Terra Murata, desde donde se tienen
unas vistas inigualables de la Marina Corricella. Uno de esos lugares de los
que no te querrás mover; yo de hecho, después de haber visitado la isla, como
me sobraba tiempo – la e-bike iba como un tiro :-), me hice con un cargamento de
refrescos, agua y algo para picar y pasé un buen rato en el mirador mientras esperaba la salida del ferri que me llevaría de regreso a la península itálica,
simplemente observando la maravillosa vista que se mostraba ante mí, con
recompensa añadida al atardecer.
La
verdad es que después de haber visitado Terra Murata y la Marina Corricella, el
resto de la isla tiene poco que ofrecer que pueda competir con éstos fantásticos y bellísimos lugares.
En el Oeste, siguiendo la costa de la Marina Corricella, hay un mirador que
ofrece unas vistas estupendas de toda la zona, incluida Terra Murata, otro
sitio en el que sentarse tranquilamente a disfrutar del paisaje, y no tan
frecuentado como Terra Murata. No recomiendo ir hasta el extremo más
occidental de la isla, Solchiaro, porque todo son propiedades privadas y no se ve nada (y además se consume mucha batería de la bici porque la carretera
sube y baja bastante). En el Sureste se puede visitar la Marina Chiaiolella, que
no es nada espectacular pero es bonita de ver, y alguna que otra playa e iglesia de la
zona, pero nada espectacular.
Y esto es todo lo que dio de sí mi improvisado viaje a Nápoles; quedaron posiblemente muchos lugares por explorar, pero me traje una idea bastante ajustada de lo que la zona ofrece, con algunos destinos a los que no me importaría regresar (fuera de la temporada turística), como la costa amalfitana, y otras zonas que me aportaron más bien poco y a las que una segunda visita tal vez sería demasiado, considerando todo lo que queda por explorar por ahí cuando el virus éste nos deje continuar con nuestras vidas (que espero que sea más bien pronto…). Seguid atentos a “el viajero de las nubes”, ¡nos encontramos pronto!.
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