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De nuevo mi actividad profesional me brindó, en Noviembre de 2019, la oportunidad de visitar uno de esos lugares especiales que no se visitan con frecuencia. En esta ocasión hablo nada menos que de Nueva Zelanda; el país situado en las antípodas de mi país de origen fue el escenario de una escala profesional de diez días de duración, los que transcurrieron entre sendas visitas a Doha, lugar de origen y final de mi primera incursión en el país de los kiwis (y espero que no sea la última). El final de año fue muy apretado (como el resto del año), y para mi desgracia no pude organizar ni planificar una estancia más larga en un destino tan inaccesible e infrecuente en mi agenda de viajes como me hubiera gustado, pero una cosa sí puedo decirte: no desaproveché prácticamente ni un segundo del tiempo que tuve libre en el país para tratar de descubrir tantos lugares como fuera posible en tan corto espacio de tiempo (y teniendo que trabajar entre medias por allí).
Aotearoa (el nombre maorí del país, que significa "tierra de la gran nube blanca"), se ubica a unos 2000 kilómetros al sureste de Australia, en el mar de Tasmania, un territorio geográficamente aislado como pocos, lo que ha condicionado su fauna y flora locales, siendo las aves las grandes protagonistas. El animal más representativo del país es el kiwi, un ave de aspecto despelujado que no vuela (cosas de la evolución: ante la ausencia de predadores, los kiwis perdieron su capacidad de volar) y que solamente podrás ver en reservas naturales y zoos (nada de verlos en libertad...no quedan muchos). En 2019 el país contaba con una población de unos 5 millones de habitantes; teniendo en cuenta que el territorio del país es similar al de Italia (60 millones de habitantes) o Japón (126 millones de habitantes) los datos dan una idea de cómo es vivir en el país: ciudades pequeñas, naturaleza por doquier y kilómetros y kilómetros en los que puedes estar conduciendo o andando sin ver a nadie. Los paisajes son espectaculares, impactantes: se suceden con una rapidez que dificulta apreciar su belleza en su justa medida. Los prados lucen un verdor único y distinto que no he visto en ninguna otra parte en mi dilatada carrera como viajero, y las montañas se muestran con formas caprichosas. Para mí conducir suele ser un placer, pero hacerlo en Nueva Zelanda cobró una nueva dimensión; por eso me gustan tanto los viajes en coche, por la libertad y la cantidad de sitios que descubres a tu paso, haciendo que la planificación del viaje no cobre tanta importancia - en aquellos casos en los que simplemente no hay tiempo para planificar. Pero todo esto lo irás descubriendo a lo largo de los próximos minutos, todo ilustrado con muchas imágenes, como de costumbre.
El viaje
Viajé a Nueva Zelanda de la mejor manera posible, a bordo de un B777-200ER de Qatar Airways desde Doha, un avión equipado con las ya conocidas Q-suites en la clase de negocios, un auténtico placer viajar así: privacidad, comodidad, espacio, amplia oferta de ocio, buena comida...¡no se puede pedir más! Ni que decir tiene que el viaje, pese a durar cerca de 17 horas, no se me hizo pesado en absoluto. Lo bueno de estos viajes tan largos es que tienes tiempo para trabajar, comer, dormir, ver películas...todo un lujo disfrutar de la clase business de Qatar Airways.
Salí de Doha un jueves por la noche y llegué a Auckland el sábado en torno a las 5 de la mañana, todo con un desfase horario de 10 horas. Pero no había tiempo que perder; como la verdad es que descansé bastante durante el vuelo, al llegar estaba como nuevo, así que me puse en marcha de inmediato...¡tenía todo el sábado por delante para disfrutar de la isla del norte!. Recogí el coche de alquiler, que alquilé con DriveNz, que tenía bastantes buenas evaluaciones, pero mi experiencia no pudo ser peor: me cargaron suplementos por dos conceptos que ya estaban incluidos en mi reserva (que luego la empresa de reservas de Alemania con quien hice la reserva me devolvió, después de reclamar) y el coche que me dieron estaba en muy mal estado: de apariencia bien, pero con muchos kilómetros a sus espaldas y sin aire acondicionado (que sí tenía, pero no funcionaba), algo que lógicamente solo percibes cuando ya estás lo suficientemente lejos como para regresar y reclamar (cuando recogí el coche eran las 6 de la mañana, y no hacía falta aire acondicionado precisamente a esas horas). El personal bastante descortés y poco profesional. Tienen su oficina situada bastante lejos de la terminal del aeropuerto, así que solo puedes llegar en autobús, que solo funciona cuando les llamas para que pasen a recogerte. Una compañía de alquiler de coches que sigue el modelo low cost más radical y que no recomiendo en absoluto por todo lo narrado anteriormente - y que tampoco resultó tan barata, en torno a los 50€/día el coche.
Mi primera parada fue la playa de Piha, una preciosa y enorme playa de arena negra, desierta a esas horas de la mañana (en torno a las 7 para cuando quise llegar), situada al otro lado de la isla en dirección opuesta a Auckland. En las cercanías se puede visitar la catarata de Kitekite, nada del otro mundo, pero ya que estaba allí...
El destino final de aquel día era Rotorua, donde tenía reservado un motel para pasar un par de noches en la zona, pero por supuesto no tenía nada planificado en la ruta. Como en tantas otras ocasiones, simplemente me dejé llevar, unas veces por instinto, y otras guiado por google maps, para ir descubriendo lugares y haciendo paradas en tan largo recorrido (unas 3 horas desde Auckland, si vas directo...¡pero es que yo di unas cuantas vueltas antes de llegar!). Después de mi visita a la preciosa Piha, regresé en dirección a Auckland para tomar la carretera en dirección a Rotorua, pero pronto me desvié para visitar la cascada de Hunua, una cascada de 30m de altura cuyo caudal depende enormemente del día en el que la visites. Hablando con el ranger del parque, me mostró fotos de la cascada tomadas tan sólo una semana atrás, cuando las abundantes lluvias transformaron la catarata en una tromba de agua y lodo; lejos del estado mostrado por aquellas fotos, el día de mi visita presentaba un caudal más bien escaso. La piscina a los pies de la cascada es muy frecuentada por locales y turistas para darse un baño...¡cuando las temperaturas acompañen algo más! Aún era muy pronto y eso se notaba...
Continué mi camino por la carretera 26 primero, y la 2 después, hasta que un puente sobre la carretera llamó mi atención y decidí parar para investigar el lugar. Todo un acierto. Se trataba de la garganta Karangahake, una reserva histórica con numerosos alicientes. Por un lado, se pueden visitar las antiguas instalaciones de una mina de oro (abandonada...¡lástima!), así como los túneles e infraestructuras construidas para el transporte de tan preciado metal. Se pueden hacer numerosas rutas andando por la zona. Yo me decidí por explorar el camino que bordea el río y los canales excavados en la montaña utilizados para extraer el mineral. El recorrido ofrece unas vistas espectaculares de la garganta, con el río Whaitawheta surcando el fondo de la misma (la zona tiene cierto parecido con algunos tramos de la ruta del río Cares). Una visita que se demoró algo más de lo esperado, pero es que las vistas y el lugar lo merecían, así que no dudé en disfrutar del ocasional descubrimiento.
Muy cerca, siguiendo por la ruta 2 tan solo un par de kilómetros, es parada obligada la catarata Owharoa, una catarata escalonada situada casi al borde de la carretera; y muy cerca se encuentra la pintoresca estación de tren de Waikino, que sin duda también merece una parada.
Continué mi camino por la carretera 2, que bordea la costa Este de la isla, hasta llegar a Katikati. Como ya he comentado, el atractivo de Nueva Zelanda no reside en sus poblaciones, así que algunas de ellas se las han ingeniado para, al menos, aparecer en el mapa y "forzar" la parada de alguno de los muchos turistas que simplemente recorren las carreteras del país en busca de su siguiente destino de naturaleza. Katikati no tiene mucho: sigue el patrón de todas las localidades de la zona, con una calle principal atravesada por la carretera donde se sitúan la mayoría de los negocios, y algunas calles transversales que pasan por ser la zona residencial de esta pequeña localidad de menos de 5.000 habitantes. Pero hace unos años alguien decidió dar un toque de color y de originalidad a las fachadas de los edificios, y en la actualidad Katikati es conocido como el "pueblo de los murales". Una idea cuando menos original - y en mi caso funcionó, porque me detuve e hice algunas compras en la localidad.
En mi camino hacia Rotorua aún tuve tiempo de descubrir unos cuantos saltos de agua, y sobre todo de disfrutar del paisaje, el gran reclamo turístico del país: los paisajes bucólicos abundan y es difícil resistirse a la tentación de parar para tratar de capturar el momento. Finalmente, en torno a las 7 de la tarde, 12 horas después de haber salido de Auckland tras un vuelo de 17 horas desde Doha, finalmente llegué, algo cansado, por qué no admitirlo, a Rotorua. Para mi estancia en la localidad decidí alojarme en el Accolade Lodge Motel (140 NZD/noche con desayuno), un motel económico pero más que suficiente para el propósito de mi estancia en la zona: habitación amplia, con buena conexión a internet, aparcamiento privado, terraza exterior, desayuno aceptable...no es que fuera un chollo, pero con los precios que hay en Nueva Zelanda y la anticipación con que reservé el establecimiento la verdad es que no podía pedir mucho más, y quedé bastante satisfecho con la experiencia.
Después de un reconfortante descanso, comencé un nuevo día con el objetivo de visitar algunos de los parques geotermales que abundan en la región. Rotorua entró en el plan de viajes después de hablar con mi amigo Iñi que visitó la isla unos años atrás y me comentó que la zona "estaba chula". La oferta de parques geotermales es abrumadora, y la verdad es que pese a la información que hay disponible en internet, no fui capaz de decidirme por uno u otro, porque cada uno ofrece alguna particularidad que lo hace único (y todos comparten muchas similitudes), así que después de analizar mucho la situación la tarde anterior en el hotel me decanté por visitar los siguientes:
Y sin tiempo para más, me vi obligado a abandonar la isla del Norte para dirigirme a Christchurch, en la isla del Sur, para continuar con la actividad profesional. El vuelo lo realicé con Air New Zealand, un vuelo de una hora de duración que discurrió de forma muy plácida, y puntual (y acompañado por unas vistas espectaculares). El compañero con el que viajé a Christchurch me comentó que la primera vez que él visitó la ciudad, allá por el año 2014, apenas había hoteles, ya que la ciudad aún luchaba por levantarse del duro golpe que supuso el terremoto del año 2011. La situación ha mejorado bastante desde entonces y hoy en día abunda la oferta de alojamientos hoteleros para casi todos los gustos y bolsillos. Para la estancia en la ciudad decidimos alojarnos en el Whitewood Motel Inner City Luxury Apartments (215 NZD/noche), un alojamiento completamente nuevo (de hecho había empezado a operar tan solo 3 días antes de nuestra llegada), apartamentos con servicio de limpieza completamente equipados y por supuesto con todo a estrenar. El inconveniente fue que hubo varias cosas que, desde el punto de vista de la gestión del establecimiento, fueron bastante deficientes, achacables a la novedad del establecimiento y más que probable falta de experiencia del personal tanto de recepción como del servicio de habitaciones, pero por todo lo demás la verdad es que el establecimiento resultó muy cómodo y es absolutamente recomendable: cocina completa equipada, buena señal WiFi, aparcamiento privado y mucho espacio.
Christchurch como ciudad no tiene mucho; la localidad aún muestra las heridas provocadas por el devastador terremoto ocurrido en 2011 que cambió para siempre la fisonomía de la ciudad y el modo de vida de sus habitantes. La catedral aún sigue en ruinas (en su lugar se construyó otra, mucho más colorida y de forma triangular, a base de PVC y madera, destinada a cubrir de forma temporal las necesidades de sus feligreses) y muchos edificios siguen apuntalados con contenedores para evitar que se vengan abajo, pero la vida continúa. Christchurch era antes del terremoto la segunda ciudad en importancia del país, y hoy lucha por recuperar ese prestigio perdido. Pero la realidad es que tiene poco que ofrecer: un bonito jardín botánico (y eso a pesar de que el día de mi visita llovía bastante), una calle comercial que centraliza casi toda la actividad local, el puente del recuerdo, un memorial de guerra erigido a modo de arco de triunfo, y poco más. El resto es un parque por aquí y un solar vacío por allá. Vamos, que no es precisamente el lugar en el que quieras pasar unas vacaciones (o incluso permanecer largo tiempo por motivos profesionales).
Pero todo lo que no ofrece la ciudad, lo ofrecen los alrededores. Empezando por el muelle de New Brighton, una zona situada al norte de la ciudad, en la zona costera, que alberga un puñado de sitios en los que disfrutar de una cerveza local mientras contemplas unas vistas estupendas del mar y de la playa, enorme y casi desierta; o visitar alguno de los muchos parques y montes que rodean la ciudad, y desde los que se tienen unas vistas fabulosas de la ciudad y el mar que lo baña. Al finalizar el trabajo una tarde aprovechamos para visitar Lyttelton y Governors Bay, una ruta muy escénica para recorrer en coche y que ofrece múltiples oportunidades para disfrutar del paisaje y de la naturaleza que rodea la ciudad. Una grata recompensa a un día de duro trabajo, sin duda.
Descubiertos los alrededores de Christchuch, el fin de semana nos alejamos un poco más, hasta la catarata Washpen (www.washpenfalls.co.nz) y el cercano lago Coleridge. El destino de la escapada era lo de menos, la verdad, lo que importaba era aprovechar el día en la isla sur y tratar de sacar partido al coche de alquiler y la compañía de mi compañero de viaje. La catarata Washpen en sí no vale mucho: un pequeño chorro de agua que cae a una piscina, en un entorno muy bonito, eso sí. La particularidad reside en que se encuentra en una propiedad privada (hay que pagar 10 NZD/persona por entrar), y para llegar a ella hay que hacer primero un pequeño treking por un terreno montañoso, atravesando un cañón que ofrece unas bonitas vistas. La excursión nos deparó la posibilidad de pasear en barca por un lago verdoso y muchas posibilidades fotográficas. Pero Washpen era solo la excusa para alejarse un poco de nuestro centro de operaciones y descubrir algo más hacia el Oeste de la isla sur.
En nuestro recorrido pudimos disfrutar del paisaje de la isla, contemplar el tamaño de los cauces de los ríos por estas latitudes (parcialmente vacíos, pero para que el río tenga ese cauce, ¡imaginad cómo tienen que bajar de agua!), disfrutar del fotogénico lago Coleridge y de los paisajes que lo rodean, contemplar la naturaleza en definitiva. Un recorrido bastante entretenido que nos tuvo ocupados todo el día, poniendo casi el punto final a mi primera (y breve) visita al país kiwi.
Aún tuve un día más en Christchuch para explorar la ciudad (bajo la intensa lluvia, en ésta ocasión), antes de emprender el viaje de regreso hacia Doha, donde debía continuar con mi actividad profesional. El vuelo de regreso discurrió de la misma forma que el de ida: casi 18 horas de duración en ésta ocasión (cosas de la rotación de la tierra), uno de los vuelos comerciales más largos del mundo, que se pasó casi sin darme cuenta. El vuelo diurno me dio la oportunidad de disfrutar de una especia de auroras boreales marinas y de los increíbles paisajes del centro Australiano, a medida que sobrevolábamos el país de Este a Oeste; con vistas así, ¿quién necesita entretenimiento a bordo?.
18 horas después, sin contratiempos y completamente descansado (menos mal...), llegamos a Doha en torno a la medianoche (no es el mejor de los horarios para llegar a tu destino de trabajo si al día siguiente empiezas a trabajar a las 8 de la mañana - entre trámites de pasaportes, recogida de maleta y llegar al hotel prácticamente tuve 5 horas de descanso, que no de dormir, antes de empezar a trabajar de nuevo).
Las sensaciones que me traje de Nueva Zelanda fueron contradictorias: por supuesto que me gustó el viaje, las ciudades que vi, la naturaleza del país y el relajado estilo de vida de sus habitantes, condicionado por el aislamiento geográfico, pero me pregunto si el esfuerzo que supone llegar hasta allí (tanto económico como en tiempo) merece la pena, teniendo destinos mucho más accesibles que ofrecen frondosos paisajes verdes (como Irlanda), o paisajes dantescos originados por la actividad terrestre, mezclados con glaciares, paisajes lunares y preciosas playas, como Islandia. Es cierto que de Nueva Zelanda he conocido una parte muy reducida del país (reducidísima), pero a día de hoy queridos lectores, puestos a visitar un territorio aislado y diferente me sigo decantando por Islandia (que además tiene auroras boreales...aunque yo nunca las haya visto nunca allí...¡al menos de momento! Esperemos que pronto cambie la situación... :-)). ¡Hasta la próxima!
La isla del Norte
Salí de Doha un jueves por la noche y llegué a Auckland el sábado en torno a las 5 de la mañana, todo con un desfase horario de 10 horas. Pero no había tiempo que perder; como la verdad es que descansé bastante durante el vuelo, al llegar estaba como nuevo, así que me puse en marcha de inmediato...¡tenía todo el sábado por delante para disfrutar de la isla del norte!. Recogí el coche de alquiler, que alquilé con DriveNz, que tenía bastantes buenas evaluaciones, pero mi experiencia no pudo ser peor: me cargaron suplementos por dos conceptos que ya estaban incluidos en mi reserva (que luego la empresa de reservas de Alemania con quien hice la reserva me devolvió, después de reclamar) y el coche que me dieron estaba en muy mal estado: de apariencia bien, pero con muchos kilómetros a sus espaldas y sin aire acondicionado (que sí tenía, pero no funcionaba), algo que lógicamente solo percibes cuando ya estás lo suficientemente lejos como para regresar y reclamar (cuando recogí el coche eran las 6 de la mañana, y no hacía falta aire acondicionado precisamente a esas horas). El personal bastante descortés y poco profesional. Tienen su oficina situada bastante lejos de la terminal del aeropuerto, así que solo puedes llegar en autobús, que solo funciona cuando les llamas para que pasen a recogerte. Una compañía de alquiler de coches que sigue el modelo low cost más radical y que no recomiendo en absoluto por todo lo narrado anteriormente - y que tampoco resultó tan barata, en torno a los 50€/día el coche.
Mi primera parada fue la playa de Piha, una preciosa y enorme playa de arena negra, desierta a esas horas de la mañana (en torno a las 7 para cuando quise llegar), situada al otro lado de la isla en dirección opuesta a Auckland. En las cercanías se puede visitar la catarata de Kitekite, nada del otro mundo, pero ya que estaba allí...
El destino final de aquel día era Rotorua, donde tenía reservado un motel para pasar un par de noches en la zona, pero por supuesto no tenía nada planificado en la ruta. Como en tantas otras ocasiones, simplemente me dejé llevar, unas veces por instinto, y otras guiado por google maps, para ir descubriendo lugares y haciendo paradas en tan largo recorrido (unas 3 horas desde Auckland, si vas directo...¡pero es que yo di unas cuantas vueltas antes de llegar!). Después de mi visita a la preciosa Piha, regresé en dirección a Auckland para tomar la carretera en dirección a Rotorua, pero pronto me desvié para visitar la cascada de Hunua, una cascada de 30m de altura cuyo caudal depende enormemente del día en el que la visites. Hablando con el ranger del parque, me mostró fotos de la cascada tomadas tan sólo una semana atrás, cuando las abundantes lluvias transformaron la catarata en una tromba de agua y lodo; lejos del estado mostrado por aquellas fotos, el día de mi visita presentaba un caudal más bien escaso. La piscina a los pies de la cascada es muy frecuentada por locales y turistas para darse un baño...¡cuando las temperaturas acompañen algo más! Aún era muy pronto y eso se notaba...
Continué mi camino por la carretera 26 primero, y la 2 después, hasta que un puente sobre la carretera llamó mi atención y decidí parar para investigar el lugar. Todo un acierto. Se trataba de la garganta Karangahake, una reserva histórica con numerosos alicientes. Por un lado, se pueden visitar las antiguas instalaciones de una mina de oro (abandonada...¡lástima!), así como los túneles e infraestructuras construidas para el transporte de tan preciado metal. Se pueden hacer numerosas rutas andando por la zona. Yo me decidí por explorar el camino que bordea el río y los canales excavados en la montaña utilizados para extraer el mineral. El recorrido ofrece unas vistas espectaculares de la garganta, con el río Whaitawheta surcando el fondo de la misma (la zona tiene cierto parecido con algunos tramos de la ruta del río Cares). Una visita que se demoró algo más de lo esperado, pero es que las vistas y el lugar lo merecían, así que no dudé en disfrutar del ocasional descubrimiento.
Muy cerca, siguiendo por la ruta 2 tan solo un par de kilómetros, es parada obligada la catarata Owharoa, una catarata escalonada situada casi al borde de la carretera; y muy cerca se encuentra la pintoresca estación de tren de Waikino, que sin duda también merece una parada.
Continué mi camino por la carretera 2, que bordea la costa Este de la isla, hasta llegar a Katikati. Como ya he comentado, el atractivo de Nueva Zelanda no reside en sus poblaciones, así que algunas de ellas se las han ingeniado para, al menos, aparecer en el mapa y "forzar" la parada de alguno de los muchos turistas que simplemente recorren las carreteras del país en busca de su siguiente destino de naturaleza. Katikati no tiene mucho: sigue el patrón de todas las localidades de la zona, con una calle principal atravesada por la carretera donde se sitúan la mayoría de los negocios, y algunas calles transversales que pasan por ser la zona residencial de esta pequeña localidad de menos de 5.000 habitantes. Pero hace unos años alguien decidió dar un toque de color y de originalidad a las fachadas de los edificios, y en la actualidad Katikati es conocido como el "pueblo de los murales". Una idea cuando menos original - y en mi caso funcionó, porque me detuve e hice algunas compras en la localidad.
En mi camino hacia Rotorua aún tuve tiempo de descubrir unos cuantos saltos de agua, y sobre todo de disfrutar del paisaje, el gran reclamo turístico del país: los paisajes bucólicos abundan y es difícil resistirse a la tentación de parar para tratar de capturar el momento. Finalmente, en torno a las 7 de la tarde, 12 horas después de haber salido de Auckland tras un vuelo de 17 horas desde Doha, finalmente llegué, algo cansado, por qué no admitirlo, a Rotorua. Para mi estancia en la localidad decidí alojarme en el Accolade Lodge Motel (140 NZD/noche con desayuno), un motel económico pero más que suficiente para el propósito de mi estancia en la zona: habitación amplia, con buena conexión a internet, aparcamiento privado, terraza exterior, desayuno aceptable...no es que fuera un chollo, pero con los precios que hay en Nueva Zelanda y la anticipación con que reservé el establecimiento la verdad es que no podía pedir mucho más, y quedé bastante satisfecho con la experiencia.
Después de un reconfortante descanso, comencé un nuevo día con el objetivo de visitar algunos de los parques geotermales que abundan en la región. Rotorua entró en el plan de viajes después de hablar con mi amigo Iñi que visitó la isla unos años atrás y me comentó que la zona "estaba chula". La oferta de parques geotermales es abrumadora, y la verdad es que pese a la información que hay disponible en internet, no fui capaz de decidirme por uno u otro, porque cada uno ofrece alguna particularidad que lo hace único (y todos comparten muchas similitudes), así que después de analizar mucho la situación la tarde anterior en el hotel me decanté por visitar los siguientes:
- Waimangu Volcanic Valley (42 NZD). (www.waimangu.co.nz). El parque abre a las 08:30h, así que a esa hora ya andaba yo por allí, que el día se presentaba intenso de nuevo. El origen del valle data del año 1886, año en el que se produjo la erupción volcánica del monte Tarawera. El recorrido por el parque se puede realizar andando, aunque hay un servicio de autobuses con 3 ó 4 paradas y que pasa a ciertas horas (los horarios son muy limitados), cuyo uso está incluido en el precio de la entrada, y que puede ser de utilidad, sobre todo para ganar algo de tiempo al regreso, ya que el recorrido es lineal y se regresa por el mismo camino que se emplea en el trayecto de ida. Entre las singularidades del parque se encuentran la piscina esmeralda, situada en el cráter sur y que debe su espectacular y llamativo color a las algas y musgos que allí habitan; o el cráter Echo y el lago que lo ocupa, un lago ácido (Ph 3.5) con emisiones de gases que dan la sensación de que el lago está hirviendo y lo convierten en el lago caliente más grande del mundo (200.000 metros cúbicos y una profundidad media de 6 metros). Y por supuesto, el parque ofrece numerosos miradores, fumarolas, terrenos bañados con colores ocres y rojizos y corrientes de agua caliente que no faltan en ningún parque geotérmico.
- Wai-O-Tapu (32.5 NZD). (www.waiotapu.co.nz). Wai-O-Tapu es uno de los parques geotermales más conocidos y visitados de la región. Dispone de tres recorridos circulares que recorren todos los puntos de interés del parque, de 1,5, 2 y 3 Km (los recorridos se van encadenando, así que si te lanzas a hacer todo el parque lo recorrerás en unos 90 minutos - 3 Km). En el recinto se pueden ver numerosos cráteres con barro en ebullición, restos de antiguas erupciones así como lagos y terrenos sulfurosos, pero son tres las estrellas del recinto: en primer lugar el mirador conocido como "la paleta del pintor", un mirador que ofrece unas espectaculares vistas sobre el parque en el que se pueden observar todo tipo de tonalidades en el terreno, fruto de siglos de actividad geotérmica; en segundo lugar, el cráter Karikitea, de un brillante color verdoso; el asombroso color se debe a los depósitos de minerales que reflejan la luz del sol, con lo que el color es mucho más vivo en los días soleados que en los nublados. El lago se encuentra a una temperatura constante de 14ºC, y tiene una acidez de Ph 2, así que mejor ni acercarse. Y el absoluto rey del recinto es la "piscina de champagne", el recinto más grande de estas características de todo el país, con 65 metros de diámetro y nada menos que 62 metros de profundidad. La temperatura de la superficie asciende hasta los 74ºC. Las características burbujas que dan lugar al efecto Champagne se deben al dióxido de carbono. El lago se formó hace unos 800 años y contiene minerales tan variados como oro, plata, mercurio, azufre, arsénico, talio y antimonio...¡menuda mezcla!. La belleza del resultado de la mezcla salta a la vista. En las cercanías de Wai-O-Tapu hay un "geyser"...o algo parecido, porque solo erupciona a las 10 de la mañana todos los días (una erupción provocada). Para esto...¡mucho mejor visitar Islandia!
- Orakei Korako Geothermal Park (39 NZD). (www.orakeikorako.co.nz). Una de las particularidades de este parque es que se accede a él por medio de una barca, ya que se encuentra al otro lado del río en el que se ubica el centro de visitantes y el aparcamiento del recinto. Fue una de las grandes sorpresas, ya que ofrece unos paisajes absolutamente fascinantes. La actividad geotérmica ha dejado multitud de colores en el terreno de este parque que puede recorrerse fácilmente en una hora, ya que no es muy grande. Presenta sitios increíbles para fotografiar y no es muy concurrido, a juzgar por la gente que había durante mi visita (lo visité en solitario - tan solo llegaron un par de turistas cuando casi iba a abandonar el parque). Sin tener nada distinto al resto de los parques, la combinación de muchos de los elementos presentes en todos ellos en tan reducido espacio y los colores de la "paleta del pintor" (sí, es un nombre muy empleado en todos estos sitios) fueron sin duda de los que más me gustaron de todos los parques que visité. Sin duda, uno de los escenarios dantescos más hermosos de todos cuantos he tenido la fortuna de haber podido visitar (aunque suene a contradicción).
- Wairakei Terraces & thermal health spa (15 NZD). (www.wairakeiterraces.co.nz). Para finalizar el recorrido por los parques geotermales que pude descubrir, una visita a las terrazas Wairakei, un recinto que combina baños termales (la entrada se paga aparte), en unas aguas que, según la cultura maorí, tienen propiedades curativas, con terrazas de sílice, formadas por la acumulación de tal material a lo largo de los años, con pequeñas piscinas de agua hirviendo que provocan pequeñas explosiones. El recinto también alberga un centro de interpretación de la cultura maorí. El recorrido es muy corto (se puede recorrer fácilmente todo el recinto en una media hora larga), así que es accesible para todos los públicos.
Hay muchos otros parques en la zona que seguramente también merezcan una visita (Hells Gate, Te Puia, Tokoanu Thermal Walk), pero me temo que quedarán pendientes para una futura visita (si tuviera la fortuna de que ésta oportunidad se diera...). De regreso a Rotorua pasé por las cataratas de Huka, una impresionante demostración de fuerza de la naturaleza, y empleé las últimas horas del día de recorrer un poco la localidad de Rotorua, que se asienta frente al lago que le da nombre, y que la verdad es que ofrece más bien poco. Un consejo: hay múltiples productos de belleza y termales con el nombre de Rotorua; compres lo que compres, no lo compres en Rotorua, sin duda el lugar más caro de todos. Yo cometí el error de hacer mis compras allí, ya que al ser un sitio turístico y el origen de todos los productos termales, pensé que sería más barato, pero en cualquier localidad que pude visitar después (Christchurch, Auckland, pequeños pueblos), puedes encontrar exactamente los mismos productos a mucho menos precio. En Rotorua se encuentra el parque Kuirau, de acceso gratuito, que también tiene un par de piscinas de barro hirviendo - curiosamente al lado de cuidados jardines de flores.
Temprano al día siguiente emprendí el camino de regreso a Auckland, ésta vez por la ruta más corta, pero aún con tiempo para hacer un par de paradas, para disfrutar del paisaje o simplemente hacer un alto en el camino. En el camino, pasé por la localidad de Tirau, otro ejemplo de localidad ingeniosa. Si en Katikati decidieron dar color a sus paredes para atraer visitantes, en Tirau se han especializado en la creación de edificios con divertidas formas, hechos de acero corrugado. Ingenio no se les puede negar, desde luego.
En Auckland hubo poco tiempo para el turismo, pero algo tuve. Como ya he comentado, me pareció una ciudad interesante, tal vez no para pasar una semana allí, pero sí definitivamente para pasar un par de días. Para la ocasión me alojé en el City Garden Lodge (90 NZD), un establecimiento muy económico pero bien situado para el propósito de mi visita, que fue lo que condicionó mi elección. Alojamiento correcto pero que no destacó por nada en especial. Auckland es una ciudad moderna; el perfil de la ciudad está dominado por la Sky Tower, la torre de telecomunicaciones situada en el centro de la ciudad y que con sus 328 metros de altura pasa por ser la construcción más alta del hemisferio sur. La torre tiene un mirador situado a 192 metros de altura, e incluso se puede saltar desde su plataforma exterior (guiado por sendos cables que te conducirán sano y salvo hasta el suelo), pero por falta de tiempo no pude ni plantearme subir al mirador. La zona del puerto me resultó muy atractiva, con múltiples sitios de restauración (bastante caros, por cierto, pero la ubicación se paga), una zona que se ha regenerado recientemente (los trabajos aún continúan - de hecho moverse por la zona en obras resta bastante atractivo a la visita, pero la zona restaurada es una preciosidad), ya que hasta hace no mucho era una zona portuaria de mercancías y materias primas (los silos son buenos ejemplos de éste pasado reciente). Las calles del centro no presentan un interés especial, ya que carecen de personalidad o características que las hagan particulares, pero sí te recomendaría visitar los siguientes puntos: Albert Park, la Catedral de St. Patrick y St. Joseph y la plaza Aotea, en la que se encuentra el ayuntamiento de la ciudad. Y por supuesto, no puedes irte de Auckland sin visitar el Monte Eden, desde cuya cima, situada al borde del cráter de un volcán extinto, se tienen unas vistas formidables de la ciudad de Auckland. Una parada más que obligada si visitas la ciudad.
La isla del Sur
Y sin tiempo para más, me vi obligado a abandonar la isla del Norte para dirigirme a Christchurch, en la isla del Sur, para continuar con la actividad profesional. El vuelo lo realicé con Air New Zealand, un vuelo de una hora de duración que discurrió de forma muy plácida, y puntual (y acompañado por unas vistas espectaculares). El compañero con el que viajé a Christchurch me comentó que la primera vez que él visitó la ciudad, allá por el año 2014, apenas había hoteles, ya que la ciudad aún luchaba por levantarse del duro golpe que supuso el terremoto del año 2011. La situación ha mejorado bastante desde entonces y hoy en día abunda la oferta de alojamientos hoteleros para casi todos los gustos y bolsillos. Para la estancia en la ciudad decidimos alojarnos en el Whitewood Motel Inner City Luxury Apartments (215 NZD/noche), un alojamiento completamente nuevo (de hecho había empezado a operar tan solo 3 días antes de nuestra llegada), apartamentos con servicio de limpieza completamente equipados y por supuesto con todo a estrenar. El inconveniente fue que hubo varias cosas que, desde el punto de vista de la gestión del establecimiento, fueron bastante deficientes, achacables a la novedad del establecimiento y más que probable falta de experiencia del personal tanto de recepción como del servicio de habitaciones, pero por todo lo demás la verdad es que el establecimiento resultó muy cómodo y es absolutamente recomendable: cocina completa equipada, buena señal WiFi, aparcamiento privado y mucho espacio.
Christchurch como ciudad no tiene mucho; la localidad aún muestra las heridas provocadas por el devastador terremoto ocurrido en 2011 que cambió para siempre la fisonomía de la ciudad y el modo de vida de sus habitantes. La catedral aún sigue en ruinas (en su lugar se construyó otra, mucho más colorida y de forma triangular, a base de PVC y madera, destinada a cubrir de forma temporal las necesidades de sus feligreses) y muchos edificios siguen apuntalados con contenedores para evitar que se vengan abajo, pero la vida continúa. Christchurch era antes del terremoto la segunda ciudad en importancia del país, y hoy lucha por recuperar ese prestigio perdido. Pero la realidad es que tiene poco que ofrecer: un bonito jardín botánico (y eso a pesar de que el día de mi visita llovía bastante), una calle comercial que centraliza casi toda la actividad local, el puente del recuerdo, un memorial de guerra erigido a modo de arco de triunfo, y poco más. El resto es un parque por aquí y un solar vacío por allá. Vamos, que no es precisamente el lugar en el que quieras pasar unas vacaciones (o incluso permanecer largo tiempo por motivos profesionales).
Pero todo lo que no ofrece la ciudad, lo ofrecen los alrededores. Empezando por el muelle de New Brighton, una zona situada al norte de la ciudad, en la zona costera, que alberga un puñado de sitios en los que disfrutar de una cerveza local mientras contemplas unas vistas estupendas del mar y de la playa, enorme y casi desierta; o visitar alguno de los muchos parques y montes que rodean la ciudad, y desde los que se tienen unas vistas fabulosas de la ciudad y el mar que lo baña. Al finalizar el trabajo una tarde aprovechamos para visitar Lyttelton y Governors Bay, una ruta muy escénica para recorrer en coche y que ofrece múltiples oportunidades para disfrutar del paisaje y de la naturaleza que rodea la ciudad. Una grata recompensa a un día de duro trabajo, sin duda.
Descubiertos los alrededores de Christchuch, el fin de semana nos alejamos un poco más, hasta la catarata Washpen (www.washpenfalls.co.nz) y el cercano lago Coleridge. El destino de la escapada era lo de menos, la verdad, lo que importaba era aprovechar el día en la isla sur y tratar de sacar partido al coche de alquiler y la compañía de mi compañero de viaje. La catarata Washpen en sí no vale mucho: un pequeño chorro de agua que cae a una piscina, en un entorno muy bonito, eso sí. La particularidad reside en que se encuentra en una propiedad privada (hay que pagar 10 NZD/persona por entrar), y para llegar a ella hay que hacer primero un pequeño treking por un terreno montañoso, atravesando un cañón que ofrece unas bonitas vistas. La excursión nos deparó la posibilidad de pasear en barca por un lago verdoso y muchas posibilidades fotográficas. Pero Washpen era solo la excusa para alejarse un poco de nuestro centro de operaciones y descubrir algo más hacia el Oeste de la isla sur.
Las sensaciones que me traje de Nueva Zelanda fueron contradictorias: por supuesto que me gustó el viaje, las ciudades que vi, la naturaleza del país y el relajado estilo de vida de sus habitantes, condicionado por el aislamiento geográfico, pero me pregunto si el esfuerzo que supone llegar hasta allí (tanto económico como en tiempo) merece la pena, teniendo destinos mucho más accesibles que ofrecen frondosos paisajes verdes (como Irlanda), o paisajes dantescos originados por la actividad terrestre, mezclados con glaciares, paisajes lunares y preciosas playas, como Islandia. Es cierto que de Nueva Zelanda he conocido una parte muy reducida del país (reducidísima), pero a día de hoy queridos lectores, puestos a visitar un territorio aislado y diferente me sigo decantando por Islandia (que además tiene auroras boreales...aunque yo nunca las haya visto nunca allí...¡al menos de momento! Esperemos que pronto cambie la situación... :-)). ¡Hasta la próxima!
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