Translate

Canadá en otoño (Parte 2): Parque Nacional Jacques-Cartier, catarata de Montmorency, Mont Tremblant y Ottawa.

Catarata de Montmorency

      Si lo que has visto y leído en la anterior entrada sobre Quebec no te ha parecido suficiente motivo como para visitar la zona, ahí va uno más: la catarata de Montmorency, situada a unos 15 Km al noreste de Quebec. La entrada a las cataratas es gratuita, no así el aparcamiento (12 CAD). Sin embargo, se puede aparcar gratis muy cerca del aparcamiento oficial: bien en la Av. Saint-Grégoire (que tiene aparcamientos en el lado derecho de la carretera, en el sentido que conduce a las cataratas, y te permite acercarte hasta unos 200 metros del aparcamiento oficial), o en el aparcamiento de la iglesia de Saint-Grégoire (46°52'40.6"N 71°09'22.8"W), a unos 15 minutos andando del aparcamiento oficial. En la parte superior de la catarata se puede aparcar en las proximidades al río en la Ave. Royale o en las calles cercanas, también de forma gratuita, y eso sí que queda a escasos 100 metros de la entrada a la pasarela suspendida sobre las cataratas. No será por opciones. Supongo que en verano pueda resultar complicado aparcar gratis, pero fuera de temporada te puedes ahorrar un dinero a cambio de un paseíllo, lo que te permitirá también ver alguna otra cosilla, como por ejemplo la pequeña catarata de la Dame Blanche, al final de la Av. Saint-Grégoire.




      La catarata de Montmorency (https://www.sepaq.com/destinations/parc-chute-montmorency/) tiene 83 metros de altura, 30 más que las famosas cataratas de Niágara. Sí es cierto que no tienen la espectacularidad paisajística de estas, pero no desmerecen en absoluto. La visita te llevará un buen rato, ya que hay bastantes cosas que hacer (para gustos y según el tiempo del que dispongas y la temporada en la que las visites, claro). Para empezar: el acceso a las cataratas se realiza normalmente por la parte inferior de las mismas, donde se encuentra el centro de visitantes, que está a unos 600 metros del pie de la catarata. Para subir al puente suspendido que las atraviesa en la parte superior hay tres opciones: el teleférico, por un camino que discurre por el lateral de la montaña o por las escaleras. Nosotros optamos por tomar el camino para subir y las escaleras para bajar. El camino discurre por la ladera de la montaña y es una subida muy agradable, en la que apenas se nota la subida. Fuimos testigos de la cambiante meteorología local: pasamos de cielos despejados a soportar una intensa nevada, para de nuevo disfrutar de un cielo casi totalmente despejado en cuestión de minutos. El mismo patrón se repitió en un par de ocasiones durante nuestra visita...¡no veáis qué jaleo con ponerse y quitarse la chaqueta!





       Una vez arriba, se pueden hacer circuitos recorriendo un sendero "colgado" en la montaña sobre un “camino” hecho de soportes metálicos que salen del terreno, o lanzarse en una tirolina, aunque no tuvimos opción de hacer ninguna de las dos ya que la temporada de actividades va desde finales de Junio hasta primeros de Octubre, así que en nuestra visita ya estaba todo cerrado. Sí pudimos disfrutar de la increíble sensación de atravesar la catarata sobre el puente colgante que la atraviesa: ideal para poder disfrutar de la catarata desde una perspectiva distinta y poder valorar en toda su magnitud la fuerza del agua: el sonido del agua cayendo es simplemente fascinante (y eso que, a la vista de las imágenes que he podido ver por internet, en nuestra visita la catarata llevaba poca agua). Experiencia no apta para todos los públicos, ya que el puente se mueve (poco…pero se mueve), y echar la vista hacia abajo desde la pasarela o entre las tablas del puente puede no ser una experiencia agradable para todo el mundo (¡a mí me encantó!)









     En el otro extremo se encuentra el Manoir Montmorency, una especie de palacete situado muy cerca del lugar al que llega el teleférico y que alberga un restaurante y una tienda de recuerdos. El camino de regreso lo hicimos a través de las escaleras, un descenso vertiginoso por una estructura que inspira poca confianza (sobre todo si se mira desde abajo), y que nos permitió tener perspectivas distintas del salto de agua, a cuál más hermosa. Una visita obligada, desde mi punto de vista, si se visita la región y que seguro que no te defrauda.






Santuario de Sainte-Anne de Beaupré

       A algo más de 20 Km al norte de las cataratas de Montomorency, siguiendo por el boulevard Sainte-Anne, se llega al Santuario de Sainte-Anne de Beaupré, un enorme complejo religioso ubicado en un bonito entorno donde los colores del otoño se mostraban en todo su esplendor. La basílica tiene una longitud de 100 metros, similar altura (la de las torres) y una anchura máxima de 60 metros. La basílica es un lugar de peregrinación fundamental en la religión católica (viajar para aprender...yo no había oído hablar de esta Santa en mi vida...), y en los alrededores hay numerosos albergues para acoger a los peregrinos, cuyo pico de afluencia es en torno al 26 de Julio, cuando se celebra la festividad de Sta. Ana. Numerosos milagros se atribuyen a Sta. Ana, el primero durante la construcción de la basílica (en el S. XVII). Debido a la creciente afluencia de peregrinos, la basílica se ha alargado en repetidas ocasiones, y el edificio actual data de 1946. Según dicen, los milagros siguen sucediendo en la actualidad. Bajo la basílica se puede visitar la imponente cripta sobre la que se asienta el edificio actual.













Parque Nacional Jacques-Cartier

       Para finalizar nuestra visita a Quebec, no podíamos irnos sin visitar uno de los parques nacionales de más renombre, el Parque Nacional Jacques-Cartier, situado a unos 50 Km. al norte de Quebec. La entrada al parque (como a todos los parques nacionales del país) cuesta 8,60 CAD, y la recaudación se reinvierte íntegramente en los parques. El parque Jacques-Cartier (https://www.sepaq.com/pq/jac/) tiene más de 100 Km. de senderos para caminar, decenas de lagos en los que pescar o bañarse (en verano, claro), y un buen puñado de lugares donde dormir (bien sea en camping o en cabañas).  He de reconocer que la idea inicial fue la de pasar un par de noches en una cabaña en el parque, pero cuando vimos las condiciones (unos 150-200 CAD por noche, en cabañas que no tenían ni agua corriente, ni aseos, ni luz) nos pareció que quizás era demasiada aventura y decidimos alojarnos en una casita de montaña pero con todas las comodidades. Descartadas todas las llamativas ofertas de agua que tiene el parque (canoas, kayak, baños, pesca, etc.), nos conformamos con visitar el parque andando, haciendo alguna ruta a pie por el mismo para hacernos una idea de lo que ofrece. Uno de los principales atractivos que nos llevaron a incluir el parque en el plan de viaje era la posibilidad (teórica, por las fechas del viaje) de disfrutar del otoño en Canadá en todo su esplendor. Pero nos topamos de bruces con el invierno. Salimos de nuestra alojamiento en otoño y llegamos al parque, solo media hora después, en pleno invierno. Un salto en el tiempo (hacia adelante) en toda regla. Ni rastro del otoño, ni de árboles con hojas de colores imposibles, ni de paisajes donde los colores engañan a la vista…para nuestra desgracia el invierno le había dado una patada al otoño en este rincón de Canadá, algo que parecía había sucedido algún tiempo atrás. Pese a todo, y como el día acompañaba, decidimos seguir la recomendación que nos dio la persona del centro de visitantes y nos embarcamos en la ruta del sendero de los lobos, de unos 11 Km. de longitud pero catalogada de dificultad elevada por el desnivel que salva el recorrido (unos 500 m.). Y así empezamos nuestro ascenso al primero de los miradores de la ruta. Pronto nos dimos cuenta que a la dificultad se iba a ver aumentada por la presencia de la nieve en el recorrido, nieve que también tenía su lado positivo, y es que ¡los paisajes nevados resultan irresistibles! No encontramos el otoño, pero las huellas dejadas por la nieve caída nos sorprendieron.






      Completado el primer hito de la subida, el primer mirador, nos dirigimos hacia el segundo, situado – en teoría – a solo 45 minutos de marcha desde el primero. El asunto se complicó pronto, porque la nieve dio paso al hielo, y en un terreno de rocas y piedras, con un gran desnivel, y sin el calzado adecuado (llevábamos calzado de montaña, pero no para hielo) hizo que la empresa nos llevara más tiempo del inicialmente previsto (un contratiempo menor en todo caso porque no teníamos prisa ninguna). Algunos tramos estaban realmente en muy malas condiciones, y fue necesario echar las manos (o el culo, o la rodilla, o ambos en mi caso) para salvar más de un obstáculo. Finalmente llegamos al segundo mirador donde pudimos disfrutar de nuestro bien merecido bocadillo al abrigo de unas vistas estupendas…aunque yo solo podía pensar en imaginar cómo hubiera sido ese paisaje tan solo unas semanas antes, con los colores rojizos, ocres, cobrizos y amarillos inundando el valle. Con eso me quedé, con la imaginación. Y con el recuerdo de mi longaniza de chorizo ibérico, comprada en mi reciente viaje a España, que se había quedado en el frigorífico del piso en Colonia...¡cómo me hubiera sabido allí un bocadillo de ese chorizo que me compra mi madre!




     Como el frío apretaba, emprendimos el camino de regreso tan pronto terminamos nuestro ágape rupestre. Al final, completamos la ruta en 4.5 horas (una hora más de lo que la guía decía), pero teniendo en cuenta las dificultades adicionales originadas por la nieve y el hielo, nos dimos por satisfechos. Antes de dar por terminado el día aun tuvimos la oportunidad de disfrutar de la fantástica compañía de un curioso zorro que se mostró de lo más confiado con nosotros. Un bello ejemplar, sin duda.




       Emprendimos el camino de regreso hacia la entrada/salida del parque, pero antes de abandonar el parque aún tuve tiempo para completar – parcialmente – la ruta de las cascadas, que no tenía cascadas sino más bien rápidos de agua. Personalmente el parque me gustó, aunque bien es cierto que no era lo que esperaba. A pesar de que habíamos pensado visitarlo en otra ocasión durante nuestra estancia, en vista de lo que ofrecía y el clima invernal, acordamos no regresar, con la esperanza de poder disfrutar de esos paisajes otoñales soñados en alguno de los otros parques que aún nos quedaban por visitar.







Parque Nacional de la Mauricie

     Completada nuestra fantástica experiencia en Quebec, nos dirigimos hacia el Parque Nacional de la Mauricie, situado a unos 150 Km de Quebec, iniciando ya, poco a poco, nuestro camino de regreso hacia Toronto. Decidimos hacer el camino a través de carreteras secundarias, mucho más atractivas visualmente y entretenidas para el conductor. De camino y casi por casualidad, al atravesar un puente vimos unos rápidos que nos llamaron la atención (bueno, la de M, que fue quien lo vio), así que nos paramos a explorar algo más. Sin quererlo, dimos con el Parque de las cataratas de Montauban, donde se encuentra la conocida como catarata de los 5$, por ser la que figuraba en el antiguo billete de 5$ emitido en 1954, una caída de agua de 10 metros precedida de otros saltos menores. Una bonita parada y una agradable sorpresa de camino a la Mauricie








        En el plan de viaje inicial habíamos planificado pasar 3 noches en la zona del Parque de la Mauricie, para descubrir a fondo el parque nacional y los alrededores, y también para tener algún momento de descanso en el viaje. Para nuestra estancia nos alojamos en uno de los pocos alojamientos de la zona, lo más cerca posible del parque nacional, el hotel Aux Berges de St. Maurice (130 CAD/noche), un estudio con cocina equipada (sin lavadora, ni secadora, ni lavavajillas), un pequeño dormitorio y poco más. Un alojamiento de lo más normalito (incluso escaso, considerando el precio), pero lo cierto es que en la zona no había mucha oferta, al menos para nuestras fechas.





      La segunda sorpresa del viaje saltó en cuanto llegamos al hotel y se presentó la persona encargada de hacer el registro de entrada (solo había otro estudio ocupado, así que no había nadie en recepción y la persona solo acudía cuando contactabas con él/ella a través del teléfono que había en la puerta de la recepción): el parque nacional que nos había llevado hasta allí estaba cerrado por obras en los accesos al parque…una decepción en toda regla, porque la zona, a priori, no ofrecía muchos más atractivos, y se abría ante nosotros la incertidumbre de saber en qué ocuparíamos los próximos dos días.
  
     El hotel ofrecía excursiones para ver el oso negro canadiense por las tardes (28 CAD), así que de momento, mientras superábamos (sobre todo yo) la noticia, nos enrolamos en la excursión. Anunciaban un 95% de éxito, y nos comentaron que todos los días de esa semana habían visto osos, así que allá que nos fuimos M y yo, con todo nuestro equipo de senderismo, dispuestos a adentrarnos en el bosque en busca de un remoto santuario de osos. Nada más lejos de la realidad: a apenas 300 metros del hotel, por la parte trasera, tomamos un pequeño camino hasta llegar a una caseta desde la que esperaríamos avistar algún plantígrado (la ansiada ruta por los bosques canadienses se limitó a unos 10-15 minutos andando, el tiempo empleado en llegar a nuestro destino). Todo rodeado de una gran puesta en escena, eso sí: la guía nos explicó (en realidad lo leímos en un panfleto, porque la visita era solo en francés…) cómo comportarnos si nos encontrábamos por sorpresa, de camino al refugio, con un oso, que camináramos en silencio y despacio para evitar atraer a los osos, tratando de no hacer ruido con nuestras prendas,  nada de hablar…y así, casi andando de puntillas, hicimos los últimos metros del recorrido. Una vez en la caseta, en teoría solo debíamos hablar entre susurros, para no ahuyentar a los animales…pero ella no dejó de hablar, en un tono razonablemente alto para que todos pudiéramos escucharla.  A los pocos minutos de llegar, y para mi sorpresa, vimos a un oso que se acercaba bajando de la montaña. Previamente habían colocado comida en los árboles (mazorcas de maíz en las partes altas, una pasta de cereales en la corteza de los arboles…) para “facilitar” la visita de los osos y que estos adoptaran posiciones más llamativas tratando de alcanzar su recompensa. El oso hizo un recorrido con el que parecía más que familiarizado, se llegó a acercar a unos 10 metros de la caseta en la que nos encontrábamos, y todo esto entre el ruido de las cámaras de fotos, la guía hablando sin parar…una feria en toda regla. A nuestra amiga (era una hembra) solo le faltó pasar por delante de la caseta saludando al personal. A los pocos minutos se fue, pero luego regresó, llegando prácticamente del mismo sitio que la primera vez y siguiendo un recorrido análogo. A la hora y media después de iniciada la excursión iniciamos el camino de regreso al hotel, con la osa todavía comiendo a sus anchas en las proximidades de la cabina de observación, pero esta vez ya salimos hablando, haciendo ruido, sin preocuparnos demasiado de la presencia del oso solo unos metros atrás, y es que tuvimos la sensación de que todo estaba muy preparado (demasiado) como para que fuera algo “natural” (M llegó a pensar que el pobre oso estaba enjaulado y solo lo soltaban por las tardes para hacer su particular show frente a los turistas y ganarse su comida). Yo no llegué a pensar en tal extremo, pero es cierto que el oso estaba más que hecho a los humanos: con la guía hablando sin parar y toda clase de ruidos (fácilmente detectables para estos animales), ni se inmutó y no reparó en nuestra presencia ni por un solo instante. Vimos osos (uno, varias veces eso sí), que era de lo que se trataba, aunque no en las condiciones que imaginaba.





      Una vez regresamos al estudio, comprobamos que la temperatura era excesivamente baja…vamos, que hacia frío, pese a que habíamos subido la calefacción antes de ir a nuestro encuentro con el oso. No os voy a aburrir con los detalles, pero el resumen es que tuvimos que encender el horno de la cocina para calentar la habitación; a cambio conseguimos “rescindir” el contrato que nos ataba a aquel lugar por tres noches y pudimos irnos al día siguiente en cuanto nos levantamos sin coste adicional.


Parque Nacional Mont Tremblant

      Como este cambio de planes no entraba en el guión, decidimos sobre la marcha dónde pasar los dos días que nos quedaban antes de llegar a Ottawa, y el destino elegido fue otro parque nacional, Mont Tremblant (https://www.sepaq.com/pq/mot/). No teníamos ni idea ni del parque ni de la zona, pero entre donde estábamos y Ottawa parecía ser la opción más parecida a lo que pretendíamos haber hecho en la Mauricie. Con las prisas del cambio, reservamos dos noches en el Cap Tremblant Mountain Resort (150 CAN/noche), establecimiento de cuatro estrellas formado por varios edificios repartidos por la colina. Con el tema de la temporada baja, la mayoría de los servicios estaban cerrados (piscinas, restaurantes, etc.), y solo se encontraba abierto un jacuzzi exterior en el edificio de la recepción, al que había que llegar en coche desde cada uno de los otros edificios, así que no encontramos el sistema muy práctico. El apartamento estaba totalmente equipado con todo, y era súper amplio (incluyendo bañera de hidromasaje), muy buena conexión Wifi, aparcamiento privado, buenas vistas…todo estupendo. El lado menos positivo es que pese al nombre y la ubicación del establecimiento, Mont Tremblant no tiene acceso al parque homónimo. Extraño, pero en Canadá algunas cosas son muy raras (o por lo menos no obvias). Así que el parque nos quedaba a unos 25 Km desde nuestro alojamiento, construido sobre los límites del parque nacional, pero sin acceso al mismo. 








       La localidad de Mont Tremblant no ofrece muchos puntos de interés (tan solo la oficina de información turística merece una visita, al menos para hacerse con mapas de la región, sobre todo para viajeros de última hora como nosotros). Más al norte se ubica Tremblant, una ciudad construida en torno a la estación de esquí de Mont Tremblant, un lugar muy pintoresco pero con un aspecto también muy artificial. Así que nuestra estancia se centró en el Parque Nacional de Mont Tremblant (¡¡abierto!!, entrada 8,60 CAD), donde disfrutamos de una meteorología estupenda e hicimos algunas rutas de senderismo, ya que eran cortitas y/o sencillas.




  • El lago de las mujeres, un bonito recorrido circular de unos 3 kilómetros de duración por terreno fundamentalmente llano, que discurre entre bellos parajes arbolados y rodea un pequeño lago.




  • La catarata del diablo, una preciosa cascada de 15 metros de altura a la que se llega después de un corto recorrido a lo largo del río Diablo (aproximadamente 1,5 Km el camino de ida y vuelta).



  • La catarata Crosches, una sucesión de pequeños rápidos (no llegaría a llamarlos cataratas) en uno de los muchos afluentes del río Diablo. El recorrido muy sencillo, unos 700m de ida y vuelta.


  • La corniche, un recorrido de unos 3,5 Km hasta llegar al mirador de la Corniche, que ofrece unas vistas estupendas del lago y del parque. Sencillo, pero claro, ¡hay que subir!






      El parque me gustó bastante (también hay que decir que tuvimos un día estupendo, con buenas temperaturas y cielos despejados). Es pequeño, pero ofrece bonitos paisajes y un buen puñado de actividades al aire libre. Todo lo necesario para pasar un bonito día en la montaña.


Parque Omega

      El viaje estaba llegando a su parte final, y después de la improvisada visita a Mont Tremblant nos dirigimos hacia la última parada de nuestro recorrido, Ottawa, la capital de Canadá. Antes de llegar allí hicimos una parada en el Parque Omega (31 CAD/persona), una especie de Cabárcenos (el parque de la naturaleza cántabro que te recomiendo que, si no lo has visitado aun, visites), pero que, a diferencia de aquel, solo tiene animales autóctonos del país y que se recorre en coche, en plan safari (en tu propio coche, a tu ritmo). Tiene un par de zonas para recorrer andando (la “tierra de las primeras naciones”, donde pudimos ver las representaciones de los tótems de los antiguos pobladores y disfrutamos de un bonito paseo alrededor del lago, vestido con sus mejores galas otoñales; y la "tierra de los pioneros", una zona de ocio donde hay un pequeño restaurante y se puede visitar el recinto en el que se encuentran los lobos blancos), pero todo el recorrido se hace en coche, y como los animales están sueltos, obviamente no puedes salir del coche. En el centro de visitantes del parque venden bolsas de zanahorias para poder dárselas a los animales (no a todos – hay zonas a cuya entrada se indica claramente que no se puede dar de comer a los animales), pero no te hará falta, porque los animales se acercan a los coches de todas formas, por si acaso hay comida. 







      Entrar al parque no resultó sencillo, ya que había, literalmente, una barrera infranqueable de ciervos (o similares, córvidos en definitiva) que esperaban ávidos la entrada de los vehículos en busca de comida, y comprobamos que ellos no se mueven…aunque no haya comida; siguen curiosos chupeteando el cristal y el marco de la puerta, así que lo único que resta es avanzar muy despacio para tratar de abrirse paso entre ellos. Durante nuestra visita era época de celo, así que nos advirtieron de no acercarnos a los machos, porque su comportamiento en esta época es impredecible (no sé cómo hubieran reaccionado los de la empresa de alquiler de coches si se lo devolvemos con un abollón causado por un alce enfadado...¿lo cubriría el seguro?). El camino es muy amplio y el recorrido está muy bien indicado, y se recorre en un único sentido, por lo que no te puedes encontrar con ningún coche de frente (al menos coches de visitantes, no así vehículos del parque, ya que nos cruzamos con unos cuantos). La mayoría de los animales están libres, aunque algunos están en recintos cerrados (lobos, osos, coyotes, cabras, alces y similares). Además de los ya mencionados, durante el recorrido se pueden ver lobos árticos, lobos negros, toda clase de gamos y ciervos, los imponentes y aparentemente tranquilos búfalos o caribúes. Las áreas están claramente diferenciadas y las indicaciones a la entrada de cada área informan al visitante sobre lo que se puede o no hacer en la zona (salir del coche, dar de comer a los animales, etc.). Pero hubo una zona donde aparentemente no había animales sueltos, y vi un coche aparcado al borde del camino y un hombre fuera tomando fotos, y como yo para eso soy muy español, pues obviamente me detuve para coger mi cámara de fotos que estaba en el maletero…y claro, una vez fuera me dije “voy a aprovechar para hacer una foto a estos bonitos animales (aunque no sé qué son)”, y me acerqué confiado al recinto vallado en el que se encontraban y recibí lo que merecía: una tremenda descarga eléctrica. Estuve soltando chispas cada vez que bajaba del coche hasta el día siguiente. Así que queridos niños, si veis una señal que os dice que no hagáis algo…no lo hagáis porque seguramente haya un motivo para ello.
















      Finalizada nuestra visita, continuamos nuestro camino hacia Ottawa. De nuevo preferimos ir por carreteras secundarias y nos topamos con las cataratas de Plaisance (http://www.chutesplaisance.ca/). La entrada cuesta 6 CAD, pero cuando llegamos era tarde (en torno a las 4 ó 5 de la tarde) y no había nadie en la taquilla, así que la visita me salió gratis (por fortuna no cerraron el acceso). Las cataratas salvan un desnivel total de 63m en varios tramos, y hay un sendero de un kilómetro de longitud que recorre el curso del río, con acceso a los distintos miradores creados para poder disfrutar del entorno en toda su magnitud. Muy bonitas, sin duda. 






Ottawa

      Ottawa fue la última parada de nuestro viaje por Canadá. Pasamos 3 noches en la ciudad y nos alojamos en un apartamento de Airbnb (80€/noche), situado muy céntrico, a solo una manzana de Bank St., la principal arteria comercial de la ciudad. La foto de la web de Airbnb estaba muy bien hecha, porque el apartamento no es que estuviera en muy buenas condiciones. Ubicado en una vivienda muy antigua del centro de Ottawa (como todas las viviendas en la zona), clamaba a gritos una reforma íntegra, del baño a la cocina, pasando por el salón-dormitorio. El apartamento estaba muy mal acondicionado: sin trapos para la cocina, ni estropajos para fregar…pequeños detalles con los que yo no quedé muy contento personalmente.





En Ottawa nieva de lo lindo...así que para identificar dónde están las
bocas de agua, las ponen esas barras para que no queden
ocultas por la nieve en invierno...¡impresionante!
      Ottawa presenta un puñado de sitios de interés, con el edificio del Parlamento como epicentro de todas las actividades turísticas, sin duda el punto más fotografiado de la ciudad, desde todos los ángulos posibles, y es que la belleza del edificio y del entorno es innegable. Ottawa también tiene numerosos museos, de cuya visita prescindimos como de costumbre, aunque sí pasamos por el exterior de algunos de ellos, como el Museo Canadiense de la Historia – un edificio con formas curvilíneas muy llamativo situado en la otra orilla del río – o la Moderna Galería Nacional de Canadá. El distrito financiero carece de los rascacielos que normalmente caracterizan a estos barrios en las grandes capitales, y Ottawa aún rezuma ese ambiente a ciudad pequeña, o a gran barrio. La actividad comercial está muy localizada en un puñado de calles y distritos: en cuanto te sales de esa senda perfectamente indicada por los letreros de los comercios y locales de restauración, te encuentras en medio de nada, pero a solo unos metros de todo. Una ciudad un tanto especial en este sentido, y es que el contraste entre la actividad de las calles principales y la soledad de las calles transversales es, en ocasiones, difícil de comprender (¡cómo puede cambiar tanto una ciudad en sólo unos metros!)









De entre los puntos de interés de Ottawa, destaco los siguientes:

  •           Canal Rideau: viendo su aspecto actual (prácticamente seco), cuesta creer que este canal, icono de la ciudad de Ottawa, fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2007. Y es que seguramente el canal ha vivido tiempos mejores. La escasez de agua, palpable en todas las cataratas de la zona, se hace mucho más patente en Ottawa; el agua apenas llega al palmo de altura, dejando al descubierto los sedimentos del canal. El canal (con agua) se convierte en la pista de patinaje más larga del mundo (unos 8Km, aunque el canal tiene ¡200Km de longitud!)...al menos hasta ahora, porque este invierno, si la situación no cambia, los habitantes y visitantes de Ottawa se pueden quedar sin uno de sus principales emblemas turísticos. Las esclusas del canal (en su desembocadura al río Ottawa) son consideradas una obra maestra de la ingeniería de su época (finales del S. XIX). Pese a la escasez de agua (que le quita cierto atractivo al conjunto, comparado con algunas imágenes que pueden verse en internet), fue una de las zonas que más me gustaron de Ottawa, con los coloridos árboles que bordean las esclusas dando fuerza y calor a este rincón de la capital canadiense. 






  •           Basílica Catedral de Notre Dame: la construcción comenzó en 1841 y en la actualidad es la iglesia más antigua de la capital. No tiene la grandeza de la de Quebec, ni el esplendor de la de Montreal, pero ya que estábamos allí no nos íbamos a privar de visitarla. Si bien el exterior no dice mucho, a mí el interior sí que me gustó.




  •           El Mercado By Ward: una de las zonas más vibrantes y animadas de la ciudad, con una infinidad de mercados de productos frescos, derivados del arce, cafeterías, restaurantes...un sitio con mucha historia en el centro de la ciudad. 


  •           Las cataratas Rideau: unos 2 Km al norte de la ciudad, donde desemboca el río Rideau al río Ottawa, se puede disfrutar de estas pequeñas cataratas. En los alrededores se pueden visitar las cercanas islas del Arce y Verde, dos pequeños islotes que mostraban la mejor cara del otoño. Si bien las cataratas no son gran cosa, el paseo y los alredores bien merecen una visita. Eso sí...no hay nada para comer por la zona, así que conviene ir bien avituallado. 





  •    Chinatown: no cesamos en nuestro empeño de visitar los distintos Chinatowns de las ciudades canadienses. El de Ottawa es posiblemente el más pobre de todos cuantos hemos visitado hasta la fecha: una única calle en la que tan solo el arco de la entrada y una congregación de restaurantes de comida asiática ligeramente mayor que la que se da en el resto de la ciudad hace pensar que te encuentras en este barrio étnico, en el que no encontramos ni una sola tienda de recuerdos ni restaurantes típicamente chinos. Como en el resto de la ciudad, la actividad se concentra en la calle principal, y tan pronto te alejas unos metros por cualquiera de las calles transversales, ni rastro de actividad (ni restaurantes, ni tiendas, ni nada….)

  •     El Parlamento y la torre del reloj: asentado sobre la colina del Parlamento se encuentra este impresionante conjunto de edificios que dominan toda la ciudad. La torre que se alza en el centro del complejo recibe el nombre de torre de la paz; con sus casi 100m de altura domina toda la ciudad. En la parte posterior se encuentra la biblioteca. Tanto el parlamento como la biblioteca se pueden visitar de forma gratuita; las entradas (que se pueden conseguir en la oficina de información situada al otro lado del Parlamento) son sólo válidas para el día en el que se emiten. Durante nuestra visita se encontraba de viaje oficial el Presidente de Holanda y los servicios de visitas estaban suspendidos, así que no pudimos entrar. Nos comentaron que quizás al día siguiente al que mostramos interés, haciendo cola desde las 08:30am, pudiéramos conseguir una entrada...¿¡de vacaciones y haciendo cola a las 08:30am!?...Desde la zona posterior del parlamento se tienen unas vistas formidables del río Ottawa y del puente Alexandra












      Al margen de los sitios mencionados anteriormente, personalmente lo que más me gusto de Ottawa fueron las vistas que se tienen de la ciudad desde la orilla contraria del río homónimo. Algunas de las imágenes son simplemente de esas que recuerdas en la memoria con especial mimo, algunos de los lugares desde los que se observan esas imágenes son de esos lugares de los que no te quieres mover, donde quisieras que se detuviera el tiempo. El contraste de la colina sobre la que se asienta el parlamento con el agua, el reflejo de la ciudad en el río, las esclusas del canal, el romanticismo que emana del puente Alexandra, los increíbles colores del otoño, que esta vez sí, se mostraba en toda su belleza…todo junto contribuye a crear ese recuerdo especial con el que he regresado de Ottawa.















      Pero Ottawa no es solo una ciudad. Al norte, a escasos 5Km del centro,  en la región de Quebec, comienza el parque de la Gatineau, que se extiende muchos más kilómetros al norte, un verdadero paraíso natural y un lugar muy visitado por los locales. El parque, de entrada gratuita, ofrece decenas de kilómetros de senderos para descubrirlo tanto en verano como en invierno, a pie o en bicicleta. Nosotros empleamos uno de los días de nuestra estancia en descubrir el parque, e hicimos un par de rutas:


  • La montaña del Rey, un recorrido que discurre por la ladera de una pequeña montaña (345m de altura, la más alta de todo el parque), entre frondoso bosques y bordeando un lago, que culmina en lo alto de esta pequeña elevación desde la que se obtienen unas vistas del entorno estupendas, pudiéndose incluso llegar a divisar la ciudad de Ottawa al fondo. El recorrido es de algo más de 2 Km en total, con un desnivel de unos 80m. Dificultad sencilla. 





  • El lago Pink (Pink lake), que debe su nombre a la familia Pink que se asentó en estas tierras mucho tiempo atrás. El lago, que es un lago meromíctico (no me digas que no sabes lo que significa...¡yo tampoco lo sabía! - reciben este nombre los lagos cuyas aguas superiores nunca se mezclan con las de las capas más bajas), se puede recorrer por un bonito camino que serpentea por su contorno, ascendiendo y descendiendo en numerosas ocasiones (se suben muuuuchas escaleras en el recorrido). El día de nuestra visita el tiempo era fabuloso, y las vistas inigualables. Y como ante tanta belleza es mejor no decir o escribir nada, te dejo con algunas de las imágenes que nos regaló el lago Pink:









      Todo llega a su fin (o como dicen otros...¡todo tiene un límite!), y el final de nuestro fabuloso viaje por tierras canadienses tocaba a su fin. El último día lo empleamos en recorrer los casi 500Km que separan Ottawa del aeropuerto de Toronto, lugar de salida de nuestro vuelo con destino Amsterdam. Al final, 2400Km de viaje recorriendo las carreteras de Canadá y coleccionando imágenes, recuerdos y fotos, esas fotos que como siempre he compartido gustoso contigo, esperando que te hayan servido de inspiración para un próximo viaje o simplemente para pasar un rato entretenido. El vuelo de regreso al viejo continente se desarrolló sin ningún contratiempo y Jet Airways nos llevó puntuales a nuestro destino. Fin de la ruta canadiense. ¡Pero los viajes continúan! ¡Te mantendré informado!








No hay comentarios:

Publicar un comentario