El
último viaje profesional del año me llevó de nuevo a cruzar el Atlántico, en
ésta ocasión con destino a América del Sur, más concretamente a Lima, capital
de Perú. Hace exactamente 10 años de mi primera y única visita al país. En
aquella ocasión viajé a Lima, también por motivos profesionales, pero el viaje surgió literalmente de una semana para otra, con lo
que fue imposible alargar la estancia o planificar una visita a Machu Picchu.
Desde aquella primera visita una idea se asentó en mi cabeza, la de visitar
Machu Picchu, porque la verdad es que en aquella ocasión me sentó fatal no
haber podido visitar la ciudadela Inca y me prometí que si se volvía a dar la
oportunidad haría todo lo que estuviera en mi mano para no dejarla escapar (las
segundas oportunidades no abundan en la vida, y Lima no es un destino habitual
en mi profesión – al menos no en mi área de actividad). Así las cosas, tan
pronto como el viaje a Lima se hubo concretado y se emitieron mis billetes de avion,
me puse manos a la obra para organizar una visita a Machu Picchu, cuadrando
fechas y buscando tiempo donde apenas lo había. Abordar un viaje a Machu Picchu
no es sencillo: el precio es altísimo (y eso sin tener en cuenta el precio del
vuelo hasta Lima), requiere de tiempo en el destino (no es sencillo llegar
hasta allí) y de planificación (las plazas de acceso a la ciudadela están
limitadas). Haciendo encaje de bolillos conseguí cuadrar los viajes de
Diciembre (profesionales y personales) para poder viajar a Perú tres días antes
de lo requerido por mi actividad profesional, días que dedicaría a visitar Machu
Picchu, Cuzco y Ollantaytambo. Uno de los viajes más esperados en mi agenda
viajera se iba a hacer, por fin, realidad.
Unos consejos iniciales.
Si tienes intención de visitar Machu Picchu lo primero que
tienes que hacer en cuanto tengas tus fechas confirmadas en comprobar que hay
disponibilidad para visitar la ciudadela en tus fechas (https://www.machupicchu.gob.pe/inicio).
Anticípate tanto como te sea posible, sobre todo si quieres visitar la montaña
Waynapicchu, ya que el número de accesos emitidos por día es limitado y son las
primeras entradas en agotarse (en temporada de verano se recomienda reservar
con hasta tres meses de antelación). Con las entradas a Machu Picchu en la
mano, te recomiendo reservar el tren entre Ollantaytambo y Aguas Calientes (https://incarail.com/) ya que dependiendo de
las fechas la disponibilidad puede estar comprometida. La oferta hotelera tanto
en Cuzco como en Aguas Calientes es muy amplia, así que no deberías de tener
problema en encontrar un alojamiento a tu medida (pero cuanto antes,
normalmente más barato). Si puedes permitírtelo, viaja un par de días antes a
la zona, para aclimatarte a la altitud; aunque no te afecte el mal de altura,
en Machu Picchu se anda mucho (más aún si subes el Waynapicchu), con lo que
conviene ir preparado.
El viaje.
Esta
es la crónica de un viaje que estuvo cerca de no haber ocurrido. El viaje hacia
Lima fue el más accidentado de cuantos he tenido en mucho tiempo: empezó mal,
ya en Colonia, con la estación central de trenes afectada por una extraña
avería eléctrica que hizo que todos los trenes circularan con un retraso muy
por encima del ya habitual cuando se habla de la DB un viernes tarde. Cuando
llegué al aeropuerto de Dusseldorf el check-in del vuelo a Madrid ya estaba
cerrado, ya que faltaba menos de una hora para la salida (teórica) del vuelo; por
fortuna todavía había personal de Iberia en la zona de facturación y al
comprobar que tenía un vuelo de conexión a Lima accedió (menos mal) a facturar
mi maleta. Primer problema salvado, por los pelos, pero salvado. El vuelo de
Dusseldorf a Lima, vía Madrid, lo realice con Iberia, pero estuvo a punto de no
suceder, gracias a mis “amigos” los controladores aéreos, los franceses en esta
ocasión, que como de costumbre no tienen mejor forma de protestar (vergüenza
les tenía que dar protestar con lo que cobran) que afectando al tráfico aéreo
de medio continente (y por supuesto a los miles de pasajeros que volamos en
esos vuelos). Volando desde Alemania hacia España el impacto estaba asegurado.
Pese a contar con un colchón de casi 3 horas para tomar el vuelo de conexión,
el retraso en el vuelo (de casi dos horas), hizo que aterrizáramos en Madrid a
la hora a la que comenzaba el embarque del vuelo a Lima (y por supuesto, ese
segundo vuelo salía puntual...Murphy no falla). Contando
con el cierre de puertas unos 20 minutos antes de la salida del vuelo, tenía
unos 25 minutos para que el avión llegara al punto de estacionamiento asignado,
salir del avión, salir de la T4, llegar a la T4S, pasar el control de seguridad
y de pasaportes y llegar a la puerta de embarque, casi nada. Tocaba correr. Únicamente los que teníamos conexión con el vuelo a Lima lo conseguimos aquella noche; el
resto de viajeros con vuelos de conexión a Latinoamérica perdieron sus conexiones. Perder el vuelo a Lima hubiera supuesto no haber
visitado Machu Picchu, ya que todo mi plan de viaje se basaba en la llegada del
vuelo de Iberia a Lima, no tanto a la hora prevista pero sí el día previsto. Por
fortuna pude tomar el vuelo (de otra forma no estarías leyendo estas líneas) y
llegué a Lima con algo de retraso (un mal menor a esas alturas). Del vuelo de
Madrid a Lima poco os puedo contar, porque entre la hora de salida (finalmente
en torno a la 1 y media de la madrugada) y el estrés acumulado durante las
horas previas por todos los problemas relatados, una vez me encontré a bordo
del avion me relajé, me tumbé en cuanto despegamos y me incorporé de nuevo una
hora antes de aterrizar en la capital del pais andino. Vamos, que no me enteré del vuelo.
Ya en Lima, comenzaba la “otra” aventura para llegar a Machu
Picchu. Lo primero que hay que hacer es llegar a Cuzco. Había leído que las
compañías lowcost del país no son muy de fiar, con continuas cancelaciones de
vuelos y otros problemas. La diferencia de precio entre Latam (la compañía de
referencia en el país) y las otras no era mucha (sobre todo si incluyes en el
billete equipaje, asiento, etc.), así que me decanté por hacer el recorrido con
Latam (135€ i/v). No quedé muy contento con la experiencia, la verdad: al
margen de no ofrecer ningún tipo de servicio en la terminal doméstica, los dos
vuelos que hice en mi viaje salieron con bastante retraso (mientras los vuelos
de las compañías lowcost salieron todos en hora, al menos en los días de mis
desplazamientos). El vuelo es cortito (menos de una hora), así que hablar de
servicio a bordo o comodidad de la cabina es un poco ridículo, siendo lo más
importante en estos vuelos una llegada puntual (y con todo tuve suerte porque
fueron varios los vuelos cancelados por Latam entre Lima y Cuzco aquellos
días). El aterrizaje es impactante, ya que al encontrarse el aeropuerto a casi
3500m de altitud y rodeado de los macizos montañosos de los Andes, el viraje
final antes de embocar la pista de aterrizaje se realiza muy cerquita del suelo
– no apto para personas con miedo a volar. Pese al retraso, finalmente me
encontraba el Cuzco, el comienzo de mi viaje hacia Machu Picchu.
Cuzco
Una vez en Cuzco, me dirigí a mi hotel, situado muy
cerca del centro histórico de la localidad, la Plaza de Armas (Uber, 20 soles).
Para mi breve estancia en la ciudad (1 noche) me alojé en el Hostal El Triunfo (34€/noche,
desayuno incluido), un alojamiento muy discreto pero más que suficiente para
una sola noche, muy bien ubicado, a escasos metros de la citada Plaza de Armas
y muy tranquilo. Desayuno aceptable y personal muy amable. Buena conexión WiFi
y limpio. No se puede pedir más, aunque es cierto que el precio fue un poco
elevado.
Cuzco se ubica en la vertiente oriental de la cordillera de los Andes
y según se declara en la Constitución del país es considerada la “capital histórica”.
Antigua capital del imperio Inca, su pasado colonial español se entremezcla con
su herencia Inca. Sus calles son un museo al aire libre, con numerosos
edificios coloniales, plazas e iglesias, lo que la convierte en el principal
destino turístico del país. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO
en 1983, también se la conoce como la “Roma de América” por la gran cantidad de
monumentos que posee. A esta impresionante carta de presentación se le añade el
hecho de ser punto de paso casi obligado para quienes visitan Machu Picchu. Cuzco
se sitúa a 3400 metros sobre el nivel del mar, por lo que algunos viajeros
pueden sufrir lo que se denomina mal de altura (nauseas, vértigos, mareos…).
Afortunadamente yo no sufrí ningún impacto por la altitud (mas allá de notar
que subir cualquier pequeña escalera o pendiente cuesta mucho más de lo normal
debido a la ausencia de oxígeno, algo a lo que te acostumbras en un par de días).
El centro neurálgico de la ciudad es la Plaza de Armas, una bellísima plaza
gobernada por la Catedral y la imponente Iglesia de la Compañía de Jesus, cuya construcción
se inició en 1576 y que a menudo es confundida con la Catedral, por su soberbia
fachada, considerada uno de los mejores ejemplos del estilo barroco colonial de
América. Los alrededores de Cuzco albergan varias ruinas Incas, que se pueden
visitar con el denominado “boleto turístico”, que también incluye entre otras
ruinas las de Ollantaytambo. El boleto integral cuesta 130 soles y
tiene una vigencia de 10 días; como no iba a tener tiempo para sacarle mucho
partido y no es precisamente barato, prescindí de comprarlo y me limité a
recorrer las calles de Cuzco, que dan más que de sobra para tener un día de lo más
activo en la ciudad.
Las calles de Cuzco, empedradas y repletas de historia, te
transportan a otra época. Si la Plaza de Armas y otras plazas adyacentes
muestran la herencia hispánica de la ciudad, la distribución de las calles del
centro y muchos otros vestigios atestiguan el pasado como capital del imperio
Inca: se dice que la distribución de las calles se asemejaba a un puma (al
menos en origen), y hay muestras de la destreza de los Incas en el trabajo de
la piedra y la construcción por doquier. Los Incas estaban orgullosos del grado
de destreza que habían alcanzado trabajando su material preferido, la piedra,
siguiendo las premisas de toda construcción Inca: sencillez, simetría, solidez
y monumentalidad, por las grandes proporciones de los bloques de piedra
empleados. Uno de los ejemplos más representativos es la conocida como piedra
de los 12 ángulos, un enorme bloque de piedra cuidadosamente tallada para
hacerla encajar con las otras piezas adyacentes, ya que los asientos se
realizan por contacto directo entre bloques, sin utilizar ningún otro
elemento de unión (de forma similar a cómo los romanos construyeron el
acueducto de Segovia, por ejemplo). Unos trabajos que atestiguan la
meticulosidad con la que los Incas se tomaban la construcción de sus ciudades y
edificios más representativos. Cuzco conserva varios de estos muros Incas en la
parte antigua de la ciudad. La mejor forma de conocer la ciudad es, como de
costumbre, recorriendo sus calles, lo que te llevará a descubrir un número importante
de iglesias, plazas y mercados locales. Desde el mirador de la Plaza de San Cristóbal, ubicada junto a
la Iglesia homónima, se tienen unas vistas formidables de la ciudad, gobernada
por la Plaza de Armas. El mirador se encuentra a un par de cientos de metros de
la Plaza de Armas y se accede por una escalinata que parece no tener fin – los
efectos de la altitud sobre el cuerpo después de un largo viaje desde Alemania
y sin tiempo para aclimatarse a las condiciones locales.
Como mi estancia en el país andino iba a ser muy breve, decidí
tratar de no cambiar el horario completamente, acostándome pronto (en torno a
las 9 de la noche) y levantándome temprano (en torno a las 5 ó 6 de la mañana)
para aprovechar al máximo las horas de sol. Cuando me levanté la mañana del
domingo y salí a dar una vuelta por Cuzco a las 6 de la mañana, pensé que me encontraría
una ciudad desierta, ideal para capturar algunas bellas imágenes de algunos de los
rincones que había descubierto durante mi visita el día anterior. Para mi
sorpresa, a esas horas las calles ya rebosaban actividad, incluso en la
Catedral se estaba llevando a cabo la misa dominical seguida por cientos de
personas. Aun así aproveche el madrugón para descubrir algunos rincones nuevos
de Cuzco, como el Mercado de San Pedro, situado enfrente de la Iglesia de San
Pedro, que aún no mostraba muchos signos de actividad, y recorrer las bellas
calles de esta coqueta localidad andina. Una parada obligada en el país.
Ollantaytambo
Para mi estancia en Ollantaytambo me alojé en el Peru Quechua's Lodge Ollantaytambo (21€/noche, desayuno incluido), un coqueto establecimiento situado un poco a
las afueras de la población (a unos 5-7 minutos andando de la Plaza de Armas, toda una distancia considerando las dimensiones de la localidad. La
habitación era un poco justa de tamaño (sobre todo por el espacio que
necesitaba para mi equipaje), pero todo estaba en perfecto estado, con una
decoración muy cuidada y buena señal WiFi. El establecimiento está regentado
por un belga con un gran entusiasmo y cuya mayor preocupación es que te sientas
cómodo durante la estancia. La verdad es que quedé encantado, tanto con el
trato recibido como con el establecimiento en sí, situado al borde del rio que
baña esta pequeña localidad andina. El único punto negativo como ya he
comentado es la distancia al centro, un inconveniente anecdótico más que real.
Si tuviera que regresar a Ollantaytambo sin duda regresaría a este alojamiento.
Ollantaytambo es a menudo una localidad de paso para los
viajeros que visitan Machu Picchu, pero aunque reducidos en número, presenta
lugares interesantes que bien merecen una visita. La localidad se ubica en un
entorno privilegiado (como casi todos los emplazamientos Incas, y es que de una
cosa no cabe duda: los Incas sabían elegir lugares para asentarse).
Ollantaytambo es lo más parecido a una ciudad detenida en el tiempo. Con la
Plaza de Armas como epicentro de la actividad local, la localidad es conocida
por sus ruinas incas, unas de las mejor conservadas (se accede con el boleto
turístico, que no tenía). Como esta visita sucedió en el tiempo después de
visitar Machu Picchu, la verdad es que creo que no me hubiera aportado mucho
visitar las ruinas en ese momento (quizás de haberlas visitado antes de ir a
Machu Picchu podrían haber sido un buen comienzo para imbuirme en la cultura
incaica). No obstante las ruinas son “visibles” desde prácticamente cualquier
lugar en la localidad, así que puedes comprobar in situ si la visita te
interesa o no.
Al margen de las ruinas incas mencionadas anteriormente, al
sur de la localidad se pueden visitar otras ruinas, las de Quellorakay, de
acceso gratuito, que la verdad no ofrecen mucho. Se sitúan a unos 10 minutos
andando desde la Plaza de Armas.
Lo más llamativo de la localidad es sin duda, bajo mi punto
de vista, sus callejuelas empedradas: en la zona antigua de la ciudad las
calles se ordenan siguiendo un patrón cuadricular; nada diferencia –
aparentemente – las calles longitudinales que desembocan en la populosa Plaza de Armas
de las transversales: suelo empedrado y murallas del mismo material son la
tónica. Sin embargo las calles longitudinales presentan la curiosidad de estar
recorridas por canales de agua que la conducen por estos regueros que
actúan a modo de alcantarillado abierto, algo similar a las “levadas” de
Madeira pero en una ciudadela Inca. La tranquilidad y el silencio es la tónica
dominante cuando se recorren estas callejuelas.
En una de esas calles acanaladas se sitúa la entrada a
Pinkuylluna, una de las visitas imprescindibles en Ollantaytambo (pese a que un
cartel a la entrada del camino desaconseja el acceso, al tiempo que indica los
horarios de apertura y su dependencia del Ministerio de Cultura…curioso cuando
menos). El camino es muy empinado y está en un estado un tanto precario, pero
el esfuerzo bien merece la pena: una vez se llega a los edificios de los
antiguos almacenes las vistas que se tienen de la localidad, protegida por las montañas y gobernada por las ruinas de la ciudadela Inca, son espectaculares. En
la parte alta unas señales desaconsejan seguir la escalada; por una vez hice
caso a la recomendación y no continué subiendo (las vistas no iban a cambiar de
forma dramática por ganar algo más de altura, así que me ahorré el esfuerzo
extra). E hice bien, entre otras razones porque al bajar me cruce con un
vigilante del sitio que subía, supongo que para controlar que nadie hiciera
caso omiso de las recomendaciones. Sin duda una de las visitas más
recomendables en la localidad, y gratis.
Machu Picchu
Desde Ollantaytambo hasta Aguas Calientes se puede llegar
por carretera o en tren; la opción del autobús la descarté casi de inmediato,
ya que había leído (y comprobado de primera mano en el trayecto entre Cuzco y Ollantaytambo) que la carretera no está en muy buen estado y son bastante
frecuentes los accidentes mortales (buena gana de complicarse el viaje…). Es
sin duda la opción más económica, pero también la más peligrosa (más aún con lo
visto en el viaje de Cuzco a Ollantaytambo, con numerosos derrumbes debido a
las abundantes lluvias estacionales). Durante y después de mi estancia leí
varias noticias relativas a diversos incidentes ocurridos en puentes (incluso
algunos de ellos fueron literalmente arrastrados por la fuerza de la crecida
del rio). El tren es más seguro, e infinitamente más caro: es un tren
turístico, y eso se nota, y mucho, en el precio. El precio dependerá del tipo de tren que
elijas y del horario, pero no te costará menos de 110€ i/v (yo pagué en torno a
130€ en categoría “expedition”). Los vagones son muy cómodos, con bastante
espacio, ventanales panorámicos y servicio de bar a precios más que razonables.
Salida y llegada puntual para completar un recorrido de una hora y media hasta
llegar a Aguas Calientes, penúltima estación antes de poder abordar Machu
Picchu. Y es que para acceder a la ciudadela tienes dos opciones: andando,
salvando las decenas de metros de desnivel que separan Aguas Calientes de Machu
Picchu (una caminata de varias horas, estimo), o en autobús (24€ i/v). Es recomendable
comprar los billetes del autobús el día antes de la visita para la hora a la
que tengas la visita, y estar al menos 45min. antes de tu hora de entrada asignada
en la ciudadela esperando al autobús, que emplea una media hora en salvar el
brutal desnivel que te separa de tu objetivo final.
Durante mi estancia en Aguas Calientes me alojé en el Hostal La Payacha (31€/noche con desayuno), un establecimiento arrinconado (como muchos
otros) entre la vía del tren de entrada en la ciudad y el rio. La habitación
que me asignaron (previa petición mía) estaba orientada hacia el rio: con el
caudal que llevaba el rio y el estado de las ventanas, que no cerraban, el
ruido en la estancia era bastante intenso. Un establecimiento con un personal
muy amable (como en todas partes en Perú, de acuerdo a mi experiencia personal)
pero al que no regresaría, ya que no era muy cómodo, y eso que la conexión WiFi
era bastante buena y el desayuno era aceptable. Para una estancia de una noche
(breve, porque para visitar Machu Picchu normalmente hay que madrugar) es
suficiente, no obstante.
Aguas Calientes (o Machu Picchu pueblo) no ofrece mucho, la
verdad. El pueblo ha crecido al abrigo de la ciudadela que se oculta montaña
arriba, y me aventuraría a decir que la práctica totalidad de sus habitantes
viven del turismo, en sus distintas variantes: hoteles, albergues,
restaurantes, conductores turísticos, oficinas de turismo, etc. En la zona de la
estación de trenes (que tiene la particularidad de que los trenes no llegan a
la estación, sino a una vía paralela situada unos metros más abajo, al lado del
rio) hay un mercado con cientos de puestos de recuerdos y artesanía local –
bastante caros, como se podría aventurar, y donde el regateo es la tónica
general. Saliendo de la localidad se puede visitar la cascada de Alcamayo, a
la que se accede a través de un camino natural (unos 20 minutos de marcha).
Nada espectacular. Ya en el pueblo, atrapado entre montañas y casi ahogado
entre los ríos Alcamayo, Aguas Calientes y el bravo Vilcanota, merece la pena
visitar la plaza Manco Cápac, en la que se encuentra la Iglesia de la Virgen
del Carmen y la estatua de Machu Picchu pueblo homenajeando la cultura Inca.
Una de las imágenes más fotogénicas de la localidad.
Después de una breve pero reparadora noche, por fin llegó el
momento que tanto tiempo había estado esperando. Hablar de Machu Picchu es
hablar de uno de los lugares más fantásticos y misteriosos del mundo, amén de
la multitud de reconocimientos que tiene, entre ellos el de ser lugar
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Pero antes de abordar lo que dio de
sí la visita, un poco de historia sobre los Incas y unos consejos para elegir
la entrada correcta a la ciudadela.
Machu Picchu se enclava en las faldas de las montañas Machu
Picchu y Huayna Picchu, a unos 2500 metros de altitud. El motivo que llevó a
los Incas a elegir esta ubicación, en la cima de un cerro con abundante
vegetación y de difícil acceso, es uno de los grandes enigmas que a día de hoy
aún no han sido resueltos. La ciudadela presenta varios sectores claramente
diferenciados (el urbano, el agrícola, el religioso, el dedicado a la corte,
etc.). El imperio Inca tuvo su periodo de máximo esplendor en torno a mediados del S. XV (justo
antes de la llegada de los españoles, curiosamente). Una civilización cuyo
esplendor fue tan grande como breve, ya que desaparecieron sin dejar rastro
apenas 100 años después. Pese a su grandeza como civilización, cabe destacar
que a mediados del S. XV los Incas aun no conocían ni la rueda ni el metal, motivo
por el que todas sus construcciones son en piedra, cuidadosamente trabajada con
herramientas de piedra, algo en lo que eran verdaderos maestros. Si a estas limitaciones técnicas se añade la dificultad
(incluso a día de hoy) de acceder a la zona y el tamaño (impresionante) de los
bloques de piedra que emplearon para dar forma a los edificios más representativos de la
ciudadela, el misterio de cómo se levantó esta ciudadela en tan solo 50 años se
acrecienta. Y es que Machu Picchu es puro misterio: sobre su construcción,
sobre su ubicación, los motivos de los templos, sobre la civilización que le
dio vida y sobre el abandono centenario en el que se vio sumido el lugar hasta
que fuera redescubierto en torno al ano 1911.
A la hora de preparar la visita a Machu Picchu la primera
dificultad es elegir el tipo de entrada a la ciudadela; en la web oficial del
sitio (https://www.machupicchu.gob.pe/inicio) tienes toda la información sobre los distintos tipos de entrada
disponibles, en número limitado, ya que la entrada a la ciudadela se permite
solo en ciertos horarios, en función del tipo de entrada. Hay tres entradas: la
general, otra que además permite subir al pico Machu Picchu, y la más demandada
es la que da acceso al pico Huayna Picchu, el característico y reconocible pico
que sale en todas las fotos de la ciudadela. Yo compré este último (200 soles)
con la idea (equivocada) de que solo desde allí podría tener una vista perfecta
de la ciudadela. Error. Las mejores imágenes de la ciudadela se tienen desde el
mirador conocido como “la casa del vigilante”, al que se tiene acceso con la
entrada general y que es el primer punto de interés de la visita a Machu
Picchu. La segunda limitación de la visita es el horario de entrada y el tiempo
de permanencia: para la entrada general, el tiempo de permanencia en la
ciudadela está limitado a 4 horas (que nadie controla, pero la limitación está
ahí), y 6 horas si compras la entrada con acceso a alguno de los picos. Yo
compré la entrada con acceso a la ciudadela a las 07:00am, y acceso al pico
Huayna Picchu de 07:00 a 08:00am. A las 07:00am ya estaba en la puerta de
entrada, junto con otras decenas (o cientos) de personas. Tan pronto entras, si
tienes la entrada general te dirigen hacia “la casa del vigilante”, y si tienes
la entrada a uno de los picos tomas una ruta alternativa para llegar a la
entrada al pico. El recorrido por la ciudadela se realiza en un solo sentido,
siguiendo una ruta establecida de la que no te puedes desviar ni regresar hacia
atrás, así que antes de avanzar asegúrate de que todo lo que querías ver lo has
visto (hay numerosos vigilantes que se toman demasiado en serio su trabajo…).
La organización de la visita, por todo lo que he comentado anteriormente, es
nefasta, un cero organizativo en toda regla. Por suerte el sitio es de 10, así
que incluso con una nefasta gestión del turismo y del espacio natural, la
visita sigue mereciendo la pena, y mucho.
Yo, como soy muy obediente (el carácter alemán va
calando en mi), y no conocía los truquillos de la visita, seguí las indicaciones para ir al pico Huayna Picchu,
tranquilamente, eso sí, para evitar la marabunta inicial de gente, disfrutando
del precioso día que me brindaba el lugar y la espectacularidad del lugar. Al
poco de entrar, la ciudadela se muestra en toda su grandeza. Queridos lectores,
les presento a la magnífica ciudadela inca de Machu Picchu:
Todavía había cola para entrar, y es que a la entrada al pico te hacen firmar un libro de registro, que no es tal, porque aparentemente lo que firmas (que nadie lee, porque no está visible en la página de firmas) es que declinas toda acción legal contra el sitio de Machu Picchu en caso de que durante la subida o bajada del pico te sucediera algún accidente. Listos (y pillos) estos de Machu Picchu. El acceso a Huayna Picchu permite subir a dos montanas: Huayna Picchu y Huchu’y Picchu. La subida y bajada a Huayna Picchu se debe realizar – en teoría – en dos horas, ya que entrando a las 08:00h, hay que estar fuera a las 10:00h, que es cuando el siguiente turno inicia la subida. Os puedo adelantar que para la inmensa mayoría de la gente es simplemente imposible realizar el ascenso y el descenso en dos horas. La subida es muy exigente, con mucho escalón alto tallado en la roca de la montaña, no apto para todos los públicos. Yo adelanté a muchísima gente que simplemente trataba de recuperar el aliento haciendo un alto en el camino a los pocos minutos de comenzar el ascenso. Completé el ascenso hasta alcanzar los 2670m de altitud de la cima, donde comprobé que las vistas que se tienen de la ciudadela, aun siendo muy llamativas, quizás no hubieran merecido el esfuerzo: la ciudadela se ve a lo lejos, y se pierde un poco la perspectiva de la grandeza de la misma, por no hablar de la pérdida de la referencia paisajística que el propio pico Huayna Picchu supone. El marco es incomparable, de eso no hay duda.
Un tanto contrariado por la experiencia, que no me había ofrecido
todo lo que esperaba de ella, emprendí la bajada en dirección a la salida,
pasando por algún paso muuuuy estrecho en el descenso. Unos cientos de metros
antes de la salida se encuentra el desvío que conduce al otro pico, el Huchu’y
Picchu, con una leyenda que indica que el acceso requiere de 45 minutos. Nada
más lejos de la realidad; el pico es mucho más accesible y en apenas 10 minutos
de dura subida me planté en lo más alto del pico, para comprobar que las vistas
eran, en mi opinión, infinitamente mejores que las que me habían ofrecido el
afamado Huayna Picchu solo unos minutos atrás: la ciudadela se distingue con
claridad desde este pico, donde se pueden apreciar claramente los sectores
agrícolas y urbano de la misma, apareciendo mucho más accesible, y encima estaba solo en la cima. Como de
costumbre, la fama de algunas visitas no justifica la experiencia: me atrevo a
decir que casi nadie se detiene en subir a este pico, a la sombra del
omnipresente Huayna Picchu, pero las vistas que ofrece son mucho mejores que
las que ofrece aquel. Para gustos, colores, como de costumbre, pero yo me quedo
con Huchu’y Picchu – en realidad una vez finalizada la visita y habiendo
comprobado lo que ofrece la montaña, si volviera a visitar la ciudadela prescindiría
sin duda de subir al Huayna Picchu y me dedicaría por completo al sitio
arqueológico. Pero hasta que no lo vives no lo sabes (y seguro que a mucha
gente la parece una experiencia imprescindible, pero a mí, honestamente, no).
Finalizada la visita a Huayna Picchu (que completé dentro de
las dos horas teóricamente asignadas), hay que recorrer toda la ciudadela por
la ruta marcada hasta la salida, requisito necesario para volver a entrar al
recinto con la misma entrada y comenzar el recorrido por la ciudadela. Lo
dicho, un desastre de organización en toda regla. Sin duda fue lo peor de la
visita – con lo fácil que es hacer las cosas bien y de forma sencilla, hay que
ver cómo lo complican en algunas partes.
Así que unas horas más tarde de mi primera entrada, me
encontraba de nuevo en el punto de inicio para recorrer, finalmente, la
ciudadela. La primera parada, como no podía ser de otra manera, fue el mirador
de la “casa del vigilante”, el lugar desde el que se obtienen las mejores
vistas de la ciudadela y del maravillo entorno en el que se ubica. Las llamas, acostumbradas a
la presencia humana, recorren la zona libremente, ajenas al revuelo que causan
a su paso y a la cantidad de focos que atraen con su sola presencia.
Una
vez dentro, hay numerosos recorridos y puntos que se pueden visitar, en función
del tiempo y las energías de cada uno. Por desgracia yo tenía poco tiempo, pero
energías me sobraban (incluso después de haber subido a los dos picos
anteriormente mencionados). Yo inicié mi visita descubriendo el puente inca
suspendido en la cornisa de la montaña, un paseo de unos 45 minutos que ofrece
unas vistas impactantes de la zona.
Y después me dediqué de lleno a seguir el recorrido
establecido para visitar la ciudadela. En el sector religioso destaca el Templo
de las Tres Ventanas, formado por enormes bloques de piedra (no puedo evitar preguntarme cómo las llevarían hasta allí). Lugares en los que llevar a cabo rituales religiosos, las viviendas
de la clase alta y de los trabajadores, templos, áreas dedicadas a la
experimentación con los cultivos, zonas de recreo y hasta un cementerio: Machu
Picchu ha sobrevivido al paso del tiempo y al abandono en el que estuvo sumido
durante varios cientos de años para traernos un pedazo de la historia de una de
las civilizaciones prehispánicas más asombrosas y enigmáticas que han existido.
Cada rincón de la ciudadela, que pese a todo ha llegado a nuestros días en un
excelente estado de conservación, es una oportunidad para un recuerdo, una
imagen que perdurará en la memoria del viajero que tenga la inmensa fortuna de
poder visitar este rincón del pasado hecho presente.
La salida de mi tren de regreso hacia Ollantytambo marcó el
final de mi visita (obligada, porque me hubiera quedado mucho más tiempo allí,
como os podéis imaginar) a uno de esos lugares que por conocidos (en cuanto a
fotos e imágenes) no deja de asombrar; y es que una imagen no se puede comparar
a la sensación de vivir la experiencia en primera persona, inigualable. Como
los enamorados que no dejan de mirarse mientras se despiden ante la inminente
partida de uno de ellos en un viaje que los separará temporalmente, yo me
despedí de Machu Picchu echando la mirada hacia atrás, tratando de capturar un
último recuerdo de un sitio único, un recuerdo imborrable que espero poder
refrescar en el futuro en una nueva visita, porque ésta región de Perú tiene
muchos más alicientes y rincones que esperan a ser descubiertos; pero en ésta
ocasión el tiempo era muy limitado y la prioridad estaba clara: Machu Picchu,
una visita que llevaba esperando 10 años.
Sin tiempo para más emprendí el viaje de regreso, en tren
hasta Ollantaytambo, y en “colectivo” desde allí una vez hubo concluido mi
estancia en la ciudad Inca hasta Cuzco (10 soles) (los “colectivos” son coches
particulares autorizados para el transporte de pasajeros que solo parten cuando
el conductor considera que el número de pasajeros que tiene le compensa el
gasto del viaje – yo viajé estupendamente en el asiento delantero de un
novísimo SUV). Una vez en Cuzco, Uber hasta el aeropuerto (30 soles), y de
regreso a Lima. En Lima no hubo tiempo para mucho turisteo, porque la agenda de
trabajo fue bastante exigente – por otro lado, con la excepción hecha de la Plaza
de Armas y calles aledañas, Lima ofrece más bien poquito al viajero (desde mi
punto de vista).
De esta forma concluyó 2019, con uno de los viajes más
esperados de todo viajero, al corazón de la civilización Inca en los andes
peruanos. Machu Picchu, un lugar que sin duda merece la fama que le
precede.
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