Tiempo de lectura: en torno a los 15 minutos.
Tiempo para las fotos: ¡todo el que desees! Hay unas cuantas...
En tan solo 36
horas pasé de estar disfrutando de unas merecidas vacaciones en mi tranquila Palencia
natal a encontrarme inmerso en la vorágine y el caos de una de las mayores megápolis
del mundo: Beijing. Retomé mi actividad profesional sin tiempo para asimilar la
transición, pero la agenda de trabajo y de viajes planificados para después del
descanso estival tampoco daba opción para muchas alternativas. Mi primera
parada después del verano fue China, donde visité Beijing y Haikou, una
turística isla al sur del país de la que pude ver poco más que el hotel, el
aeropuerto donde se desarrolló mi actividad profesional aquella semana y el
colorido y visual espectáculo de luces que da vida al caer la noche a los
edificios cercanos al hotel Hilton (un establecimiento formidable y desde el que se tienen unas vistas estupendas de toda la ciudad desde la inmejorable panorámica que ofrecía mi habitación situada en la planta 50 del edificio) en el que me
alojé (1100 CNY/noche).
No hubo mucho tiempo para el turismo en esta ocasión, y por varios
motivos tampoco extendí la duración de mi estancia en el gigante asiático, pero
sí pude disfrutar de un fin de semana en el país (realmente solo del sábado, ya
que el domingo lo empleé en viajar de Beijing a Hainan, un vuelo de unas 3.5
horas de duración) y de algunas horas durante día de mi llegada, ya que mi
vuelo aterrizó en Beijing cuando los primeros rayos del sol comenzaban a
iluminar la ciudad. La compañía aérea utilizada en esta ocasión tanto para llegar al país asiático como para desplazarme por él fue Air China,
mi primera experiencia hasta la fecha con una compañía de bandera china. Nada
que objetar en cuanto al servicio ofrecido: no ofrece grandes lujos, con una cabina
estándar, un servicio de entretenimiento a bordo un poco limitado para los
gustos occidentales y un tanto obsoleto (con una oferta masiva de títulos
asiáticos, como no podía ser de otra forma), y un servicio de comida a bordo
que más allá de los platos ofrecidos me gustó por la celeridad,
algo que valoré muy positivamente, sobre todo teniendo en cuenta recientes
experiencias donde el servicio de cena se extendió durante casi 3 horas…Un vuelo de unas 9 horas de duración que discurrió de forma muy tranquila y me llevó puntual a mi primer destino en China.
Una vez en
Beijing tuve que esperar varias horas para hacer el registro de entrada en el
hotel, el Novotel Beijing Sanyuan (1010 CNY/noche), establecimiento que sin haber destacado negativamente
por nada en especial, no recomendaría, sobre todo por el personal,
tremendamente poco profesional y antipático, la mala calidad de la conexión a
internet y sobre todo por el hecho de que a pesar de haber solicitado una
habitación de no fumadores, me otorgaron una en la que, a pesar de los anuncios
que indicaban la prohibición de fumar, alguien se había saltado de manera obvia
la prohibición ya que el olor a tabaco era evidente desde el primer momento de entrar
en la estancia; pese a mis quejas, no hicieron nada para solucionarlo ni me
dieron explicaciones al respecto. Lo mejor sin duda fue el espacio que ofrecía la
habitación y la ubicación, justo enfrente de una parada de metro y comunicado
directamente con el aeropuerto, lo que facilitó enormemente que me lanzara a
una (breve) exploración de la ciudad a mi llegada.
Como no estaba
muy cansado, decidí lanzarme a visitar algunos de los lugares de los que mejor recuerdo
guardaba de mi anterior visita, que se produjo en el otoño del año 2012,
comenzando por el populoso y concurrido parque del Templo del Cielo (35 CNY la
entrada al parque y a los recintos de los templos), uno de los espacios más
vistosos de la capital China y, a juzgar por la presencia de gente, de los más
populares (aunque en agosto hay gente en todas partes en China); un extenso
parque (como todo en China: grande, muy grande) en el que se pueden “visitar”
varios edificios religiosos (realmente no se puede entrar en ninguno, solo se
ven desde fuera…pero hay que pagar para entrar al recinto y verlos), con el fabuloso
Templo del Cielo, de forma circular y colores azulados, como reclamo bandera
del recinto.
Desde allí me dirigí hacia el Norte, hacia la plaza de Tian Anmen,
donde se encuentran numerosos edificios de relevancia en la ciudad, como el mausoleo de Mao Zedong, el gran salón del pueblo, el Museo Nacional de China o el monumento a los héroes del pueblo, una descomunal plaza famosa por los
lamentables sucesos acontecidos hace años durante una revuelta estudiantil. Las
medidas de seguridad para entrar en la plaza (que en sí misma no ofrece NADA aparte de miles
de metros cuadrados de espacio vacío) son extremas, y actualmente las
autoridades solicitan el pasaporte, que escanean, para poder acceder. Al norte
de la plaza se encuentra la entrada a la Ciudad Prohibida, el recinto más
visitado y conocido de la capital China que alberga una serie de edificios
imperiales y que no visité en esta ocasión por falta de tiempo y porque tampoco
salí de mi primera visita en el año 2012 con la sensación de que tenía que regresar
en algún momento de mi vida (no es que no me gustara, pero tanto como para
repetir….).
Sí visité el adyacente parque de Zongshan (3 CNY la entada), que no conocía y que ofrece un remanso de paz en una de las zonas más bulliciosas de la ciudad; el cercano parque de Jingshan (2 CNY la entrada), desde el que se
tienen unas vistas inmejorables de la Ciudad Prohibida, y el anexo parque
Beihai (10 CNY la entrada), un pintoresco espacio para el disfrute de locales y
visitantes, en cuyo centro se ubica la pagoda blanca Bai Ta, que se alza sobre un
promontorio ubicado en una isla artificial en el centro del lago que ocupa la
mayor parte del parque. A esas alturas del día, y con el cansancio del viaje y
el desfase horario empezando a hacer mella en mi condición física, decidí dar
por terminada mi ”breve” pero intensa jornada turística por el centro de la
ciudad.
Parque de Zongshan
Parque de Jingshan
Parque de Beihai
El plato fuerte
de la visita a Beijing, reservado al sábado, no era otro que la visita a la
Gran Muralla. En mi anterior viaje tuve la fortuna de visitar el tramo de
Mutianyu, experiencia con la que quedé muy contento: organizamos el viaje por
libre, con lo que pudimos disfrutar de la muralla tanto tiempo como quisimos
(recorrimos el tramo "visitable" completo),
las imágenes que ofrece el destino son espectaculares, no se encontraba
muy concurrido y tanto mi hermana, con quien compartí la experiencia, como yo
quedamos muy satisfechos con la experiencia. Además es un destino de acceso
relativamente sencillo (lo organizamos en la tarde anterior a nuestra visita,
después de descartar enrolarnos en una excursión organizada ya que todas
ofrecían un tiempo en la muralla limitado – menos de dos horas – y obligaban a
visitar centros de artesanía y otras turistadas que normalmente nos sobran en
nuestros viajes). En esta ocasión, después de leer mucho sobre los distintos
tramos de la muralla que se pueden visitar desde Beijing, y pese a valorar
regresar a Mutianyu, me decanté por ir a Jinshanling. El motivo fundamental
para la elección no fue otro que un intento desesperado de tratar de huir de
las hordas de chinos que colonizan cada rincón en el mes de agosto. Después de
lo vivido en las escasas horas que pasé visitando parques y templos en Beijing
el día de mi llegada, no quería verme en medio de un lugar tan especial y del
que guardaba tan buen recuerdo “peleando” con cientos de chinos solo para poder
pasar por un tramo de la muralla. El tramo de Jinshanling está más lejos de Beijing,
a priori es más exigente físicamente para recorrerlo y está menos explotado
turísticamente (o al menos eso es lo que había leído en numerosos foros y blogs
al respecto - pero no todo es cierto, como os contaré a continuación), argumentos suficientes para justificar mi decisión.
La primera
dificultad surgió en la planificación del viaje hasta Jinshanling (que hice la
tarde anterior…¡al más puro estilo español!). La información que encontré en
internet no era muy consistente y al final, y a la vista de mi propia
experiencia, puedo afirmar que no encontré ni un solo blog con información
correcta: en muchos sitios se indicaba que había un autobús (el 980) que en los
meses de verano realiza el trayecto entre la estación de Dongzhimen y Jinshanling:
falso, no existe ningún autobús 980 directo. Otros decían que había que coger
el 980 y cambiar en Miyun al bus 51 para llegar a la muralla. También falso, ya
que el autobús 51 no llega hasta Jinshanling. A pesar de madrugar y de estar en
la estación de Dongzhimen antes de las 07:30 de la mañana, no dí con el medio de transporte adecuado para
llegar a Jinshanling, y es que me topé con uno de los principales problemas que
un occidental se encuentra cuando viaja a China: da igual que hables 5 o 50
idiomas; si no hablas Chino estás aislado. Así las cosas, me monté en el 980, por aquello de ir al menos acercándome a mi destino final, y confié
en que la fortuna se aliara conmigo para llegar a mi destino…¡y a ver qué pasaba!
(15 CNY hasta Miyun)…en Miyun el conductor me indicó que esa era mi parada, me
bajé y esperé la llegada del autobús 51 en la parada del otro lado de la calle,
cuyo conductor me confirmó que efectivamente no llegaba hasta Jinshanling.
Sospecha confirmada (lamentablemente). Al final tuve que acordar con un
conductor local que me acercara a la muralla (200 CNY después de mucho
negociar, o no tanto, porque ese fue mi precio de salida y final, y al final aceptó a rebajar sus pretensiones iniciales). Algo más de una hora y cuarto después de salir, al fin llegué a la
entrada a la muralla. El trayecto en total se demoró unas 3.5h desde mi salida
de Beijing (después de sufrir el atasco rutinario de salida de la ciudad). En
la entrada a la gran muralla vi un cartel que anunciaba el autobús directo
desde Dongzhimen:
sale a las 07:40h de Beijing y regresa desde Jinshanling a las 16:00h, no tiene
número (solo un cartel en Chino en el parabrisas) y no se coge en la terminal
de autobuses que encontrarás al salir del metro en Dongzhimen, sino que hay que salir a la
terminal exterior y ahí supongo que preguntando pues se podrá dar con él. ¡Ya me
hubiera gustado haber leído este consejo mientras preparaba mi viaje!.
Pero finalmente
allí estaba, a los pies de la gran muralla. El acceso cuesta 65 CNY, pero no
incluye el transporte a las puertas de acceso o el teleférico para subir a la
muralla. Lo primero que me sorprendió fue la organización del sitio:
aparcamiento, un edificio inmenso de información, tiendas…una parafernalia
turística que no esperaba en absoluto y que sobrepasaba con creces lo que
recordaba del acceso a Mutianyu (hace 7 años, claro), en teoría mucho más
turístico (en la práctica, ya no estoy tan seguro…). Desde el centro de
visitantes se puede acceder a la muralla de varias formas (según se indica en
la imagen que os muestro):
- Entrada Este: se accede en transporte privado, que se contrata en el centro de visitantes en una ventanilla al efecto (10 CNY) y luego hay que recorrer una empinada escalinata para acceder a la muralla.
- Entrada Central: desde el centro de visitantes se puede acceder a la muralla de dos formas:
- En teleférico, que se encuentra a unos 2Km del centro de visitantes. Hay que pagar el acceso al teleférico (100 CNY).
- A través de un camino de 1Km de longitud que parte desde la entrada del teleférico (en total unos 3Km desde el centro de visitantes). Este acceso es gratuito.
Yo me decidí por dirigirme
hacia la entrada Este, ya que se encontraba en un extremo, y desde allí podría recorrer
la muralla hacia el Oeste para recorrer el mayor trayecto posible de la misma, y fue todo
un acierto, como os contaré a continuación. Una de las muchas particularidades
de Jinshanling es que combina tramos de muralla restaurada (entre la entrada
del Este y la entrada Central) con otros que no se han renovado (hacia el Este
desde la entrada Este y hacia el Oeste desde el acceso central). Hay una ruta
que conecta Jinshanling con Simatai, otro de los tramos de la muralla que se
pueden visitar, pero por falta de planificación y de tiempo no pude hacerlo (¡en
otra ocasión será!). Una vez en el acceso Este, una larga escalera conduce
hasta la muralla (a mí me llevó unos 20-25 minutos completar la subida).
Durante el ascenso las vistas de la muralla, imponente, te animan a seguir: el
objetivo estaba cada vez más cerca.
Y una vez arriba, la recompensa, que sobrepasó con creces lo esperado: la entrada Este marca el límite entre la sección restaurada de la muralla y la sección en estado original, así que la primera imagen que tienes al llegar arriba y mirar hacia el Este es la de una muralla infinita serpenteando sobre la cresta de la montaña…¡y sin nadie! Ni rastro de visitantes en esta sección. Por lo que pude observar durante mi visita, la mayor parte de la gente elige acceder por la entrada central (la más cómoda y accesible), y desde allí da un pequeño paseo hacia el Este o hacia el Oeste, para tener una aproximación a la muralla, ya que esa es sin lugar a dudas la sección más accesible (que no la más llamativa). Esa sección central es la que concentra un mayor número de visitantes, pero también es justo decir que para nada excesivo, teniendo en cuenta que la visita se produjo durante un sábado de Agosto (la mayor parte de las fotos que pude tomar reflejan la ausencia de gente, incluso en el tramo central). Y éste es otro de los atractivos de Jinshanling: se puede recorrer en sentido lineal, sin tener que regresar al punto de partida inicial, ya que a lo largo del recorrido hay un par de salidas (en Mutianyu el acceso se realiza por una única entrada, y después de completar el recorrido abierto al público – hasta llegar a una torre situada al final de una empinadísima y larguísima escalinata – hay que deshacer lo andado por el mismo camino hasta llegar al punto de entrada/salida). Con el tiempo como única limitación (maldita limitación…pero no podía arriesgarme a perder el autobús de regreso a Beijing ya que no veía muchas más posibilidades de regresar ante la ausencia de conductores locales esperando a cazar a algún turista despistado), me dispuse a recorrer la muralla, adentrándome al principio hacia el Este para descubrir un tramo de muralla sin restaurar.
La sensación que tuve durante aquellos primeros minutos en la muralla es simplemente indescriptible: júbilo, alegría, excitación, ilusión…un torrente de emociones que encontró la manera de salir de mí en la forma de un grito, un grito al aire, un grito espontáneo que me sorprendió incluso a mí mismo, un grito que encontró como respuesta el silbido del aire, el único sonido que se atrevió a romper el silencio de aquel momento que siguió a mi explosión de júbilo. El momento mágico de la visita, sin lugar a dudas. Cada paso, una experiencia. Cada mirada, una sensación. Cada imagen, un momento por recordar. Uno de esos lugares de los que no quieres moverte, que observas con atención tratando de retener cada detalle, un lugar y un momento en el que te sientes feliz. Pero aún quedaba, por fortuna, mucha muralla por descubrir, así que tuve que abandonar mi refugio de soledad para seguir recorriendo la muralla y, de paso, aprovechar para sacar alguna foto de tan impresionante escenario (en esos instantes iniciales estuvimos solo la muralla y yo y me olvidé por completo de la cámara, pero luego me desquité y ¡saqué fotos para dar y tomar!)
Y una vez arriba, la recompensa, que sobrepasó con creces lo esperado: la entrada Este marca el límite entre la sección restaurada de la muralla y la sección en estado original, así que la primera imagen que tienes al llegar arriba y mirar hacia el Este es la de una muralla infinita serpenteando sobre la cresta de la montaña…¡y sin nadie! Ni rastro de visitantes en esta sección. Por lo que pude observar durante mi visita, la mayor parte de la gente elige acceder por la entrada central (la más cómoda y accesible), y desde allí da un pequeño paseo hacia el Este o hacia el Oeste, para tener una aproximación a la muralla, ya que esa es sin lugar a dudas la sección más accesible (que no la más llamativa). Esa sección central es la que concentra un mayor número de visitantes, pero también es justo decir que para nada excesivo, teniendo en cuenta que la visita se produjo durante un sábado de Agosto (la mayor parte de las fotos que pude tomar reflejan la ausencia de gente, incluso en el tramo central). Y éste es otro de los atractivos de Jinshanling: se puede recorrer en sentido lineal, sin tener que regresar al punto de partida inicial, ya que a lo largo del recorrido hay un par de salidas (en Mutianyu el acceso se realiza por una única entrada, y después de completar el recorrido abierto al público – hasta llegar a una torre situada al final de una empinadísima y larguísima escalinata – hay que deshacer lo andado por el mismo camino hasta llegar al punto de entrada/salida). Con el tiempo como única limitación (maldita limitación…pero no podía arriesgarme a perder el autobús de regreso a Beijing ya que no veía muchas más posibilidades de regresar ante la ausencia de conductores locales esperando a cazar a algún turista despistado), me dispuse a recorrer la muralla, adentrándome al principio hacia el Este para descubrir un tramo de muralla sin restaurar.
La sensación que tuve durante aquellos primeros minutos en la muralla es simplemente indescriptible: júbilo, alegría, excitación, ilusión…un torrente de emociones que encontró la manera de salir de mí en la forma de un grito, un grito al aire, un grito espontáneo que me sorprendió incluso a mí mismo, un grito que encontró como respuesta el silbido del aire, el único sonido que se atrevió a romper el silencio de aquel momento que siguió a mi explosión de júbilo. El momento mágico de la visita, sin lugar a dudas. Cada paso, una experiencia. Cada mirada, una sensación. Cada imagen, un momento por recordar. Uno de esos lugares de los que no quieres moverte, que observas con atención tratando de retener cada detalle, un lugar y un momento en el que te sientes feliz. Pero aún quedaba, por fortuna, mucha muralla por descubrir, así que tuve que abandonar mi refugio de soledad para seguir recorriendo la muralla y, de paso, aprovechar para sacar alguna foto de tan impresionante escenario (en esos instantes iniciales estuvimos solo la muralla y yo y me olvidé por completo de la cámara, pero luego me desquité y ¡saqué fotos para dar y tomar!)
Durante algo menos
de 4 horas tuve la inmensa fortuna de poder disfrutar y de recorrer la gran
muralla, posiblemente la mayor construcción completada por el hombre. El día,
espectacular, contribuyó en gran medida al éxito de una jornada que no había
comenzado de la mejor de las maneras. Una de las ventajas de comenzar por el
extremo Este es que la mayor parte del recorrido por la muralla hacia el Oeste
es descendente (obviamente hay que subir algún tramo, pero en general el
recorrido es claramente descendente). El desconocimiento de mi recién estrenada
cámara de fotos me jugó una mala pasada y la batería dijo basta mucho antes de
lo deseado (y de lo esperado), sucumbiendo al torrente de imágenes que ofrece
el recorrido – por suerte también estrenaba teléfono móvil en el viaje y éste acudió al rescate. Pero como suele
suceder en éste tipo de escenarios, una imagen no puede captar toda la belleza
y profundidad que un lugar como éste ofrece; al margen de la muralla en sí, el
entorno en el que se ubica es sublime. La combinación de ambos factores
simplemente me enamoró.
Completado el
recorrido “oficial” del tramo de muralla restaurado, me adentré hacia el oeste
por un tramo de muralla sin restaurar; en ésta zona el perfil de la muralla es
mucho más uniforme, sin las subidas y bajadas que caracterizan el tramo
central, pero no por ello el recorrido resulta menos llamativo. El hecho de que
el sector no haya sido restaurado le añade un aliciente especial y único al
recorrido. Y de nuevo esa sensación de estar solo en tan fabuloso escenario. No
hubo grito en aquella ocasión, pero la magia volvió a surgir. Cuando desperté
de mi estado de letargo emocional emprendí el camino de regreso hacia la
salida, con mucha pena, con la sensación de que el lugar ofrecía muchísimo más,
pero no hubo tiempo para descubrir si mi sensación era cierta o no. Con suerte,
espero poder regresar en el futuro, con mucho más tiempo para poder cubrir un
tramo aún mayor de la muralla (posiblemente hacia el Este). Oportunidades de
viajar a China por motivos de trabajo no van a faltar (si las cosas continúan
como hasta la fecha), así que espero poder planificar mejor alguna visita en el
futuro.
El autobús de
regreso a Beijing partió puntual a las 16:00h del aparcamiento (50 CNY), un
viaje de regreso que duró unas 3 horas (si por la mañana sufrí el atasco de
salida de la ciudad, por la tarde sufrí el correspondiente de entrada, con unos
últimos 25Km para los que empleamos casi una hora y media). Regresé a Beijing
al caer la tarde, con el cansancio acumulado después de un día repleto de
emociones, sensaciones y actividad física, así que me dirigí al hotel (después
de tomar una cena típicamente china en un restaurante local que encontré de regreso
al hotel – y que preferiría no haber experimentado – donde se servían
especialidades culinarias al estilo de testículos y pene de oveja, tendones de
ternera, cabeza de pato…), dando por finalizado mi tiempo “libre” en la ciudad
imperial. La primera visita a la gran muralla me fascinó. Esta segunda me ha
maravillado. Y espero que haya una tercera ocasión en la que pueda seguir
disfrutando de los encantos de éste monumento universal, símbolo por excelencia
de China. Pero hasta que ese momento llegue, hay muchas otras actividades y destinos programados, viajes de los que os mantendré puntualmente informados a través de éste canal.¡Hasta pronto!
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