Tiempo de lectura: en torno a 20 minutos.
Septiembre
arrancó con una nueva visita al sudeste asiático. El trabajo me llevó de nuevo
a Kuala Lumpur, una estancia de dos semanas con un descanso intermedio forzado causado
por la festividad nacional con motivo del cumpleaños del nuevo rey de Malaysia que tuvo lugar el lunes 9 de Septiembre. Con la idea clara de abandonar
Malaysia durante esos días festivos, extendí un día más el ya de por sí largo
fin de semana y lo aproveché para
descubrir algún nuevo rincón de la región, con la única condición de que el destino debería ser accesible en vuelo directo y a no más de 2 horas de Kuala
Lumpur (que ya llevo bastantes horas de vuelo encima...y las que me quedan). El destino elegido para la escapada fue Phnom Penh, la capital de
Camboya. Para llegar a la capital camboyana elegí volar con Air Asia, que sin
ofrecer los mejores precios para el recorrido en mis fechas (85€, con maleta de
20Kg y reserva de asiento) sí ofrecía los mejores horarios compatibles con mi
actividad profesional, volando a Camboya el viernes tarde y regresando el
martes siguiente a media tarde, con tiempo para poder descansar un poco antes
de retomar la actividad profesional en Kuala Lumpur el miércoles. El vuelo de
ida discurrió sin contratiempos, saliendo y llegando en hora, que no es poco
tratándose de la compañía de bajo coste asiática. La nueva terminal del
aeropuerto KLIA 2 desde la que opera Air Asia fue toda una decepción; no es la
primera vez que utilizo dicha terminal, pero ésta vez el vuelo salió de la zona
L, y en esa zona, una vez que pasas el control de seguridad, es como si entras
en otro mundo, un mundo estrecho (solo hay un pasillo, con los accesos a las
salas de embarque – cerrados – salteadas a lo largo del mismo ), austero (sin
tiendas, sin distracciones, sin espacio, casi sin sitios para sentarse) y en el
que al parecer la gente no tiene derecho a cubrir las necesidades básicas, como
beber: ni un solo lugar en el que comprar una simple botella de agua (solo café
o botellas de bebidas alcohólicas en la diminuta tienda duty free. Sin
comentarios. Esto es una terminal low cost en toda regla. Espero que la idea no
se extienda a otros aeropuertos. Extraño que una terminal tan nueva ofrezca
similares servicios hoy en día.
El aeropuerto de
Phnom Penh está situado a unos 10Km del centro de la ciudad. Una particularidad
de Phnom Penh (no recuerdo que en Siem Reap fuera tan extremo) es que todo se
puede pagar en dólares americanos, y de hecho los precios los suelen indicar en
dólares. Las vueltas, cuando son por debajo de 1$, te las dan en la moneda
local. Lo primero que hice al llegar fue comprar una tarjeta SIM local para mi
estancia (5$, válida durante 7 días con 5GB de datos) e informarme de las
distintas opciones disponibles para llegar al hotel: se puede salir del
aeropuerto en tren (2,5$, con servicio irregular y cuya estación terminal se
sitúa un poco lejos del centro de la ciudad, por lo que aún necesitarás otro
medio de transporte para llegar al hotel), en autobús público (0,5$, con
salidas cada 30-45 minutos y numerosas paradas en su recorrido, aunque no tenía
muy claro – nada claro – cuál era la ruta), en taxi (unos 12-15$ dependiendo de
tu destino en la ciudad) o en tuk-tuk (9-12$ dependiendo también del destino
final – yo pagué 9$). Sin saber si alguna de las paradas del autobús se
encontraba cerca de mi alojamiento, y con la opción taxi descartada de partida
(como de costumbre), solo me quedaba el tuk-tuk, uno de los medios de
transporte más utilizados en el país (aunque el rey es la moto). El trayecto me
sirvió para comprobar el caótico e intenso tráfico reinante en la ciudad, donde
la ley del más pillo es la que vale (nada de respetar semáforos, stops, pasos
de cebra…). Pasar por las intersecciones se convierte en toda una aventura…pero
también he de decir que nunca me sentí inseguro: en general se circula muy
despacio.
En una media hora me encontraba en mi alojamiento, el hotel Harmony
Phnom Penh (52$/noche con desayuno), un hotel caro para el país (había opciones
mucho más económicas pero después de aplicar “mis” filtros este fue el elegido)
que ofreció luces y sombras. Entre las luces la ubicación, situado muy cerca de
todo, y el tamaño y estado de la habitación, sin duda uno de los puntos por los
que me decidí por este alojamiento, así como la piscina situada en la azotea
del hotel, en la planta 11 (aunque rara vez uso las piscinas en mis viajes, me
gusta tener la posibilidad de hacerlo…nunca se sabe). Entre las sombras también
la ubicación (sí, aunque resulte difícil de entender), ya que se encuentra en
la calle del mercado Phsar Kandal, y la higiene no es precisamente uno de los
puntos fuertes de los mercados en Camboya, así que el olor era bastante intenso
y desagradable (no hablar del ruido), por lo que no pude hacer uso de la
terraza (opción, la de tener terraza, que irónicamente también subió considerablemente
el precio del alojamiento), el desayuno (bastante limitado y de poca calidad),
solo un ascensor para 11 plantas (con 11 habitaciones por planta os podéis
imaginar que las esperas eran continuas) y el hecho de que me asignaran una
habitación en una planta baja (que al menos me permitió olvidarme del ascensor;
pese a haber solicitado una en una planta alta, me dieron una más grande de lo
normal en una planta baja, pensando que me hacían un favor al darme una
habitación más grande…con favores así…). Me ofrecieron un cambio a una
habitación de tamaño estándar en una planta más elevada a mitad de estancia,
pero francamente no tenía ganas de volver a empaquetar todo y mudarme de nuevo
(con mi maleta para dos semanas, con ropa de turisteo y de trabajo…).
Visitar Phnom Penh
después de haber visitado Siem Reap es como montarse en el tren de la bruja
después de haber probado una súper montaña rusa del six flags. No iba con muchas expectativas, así que el viaje tampoco
me defraudó mucho en ese sentido (tuve incluso más de lo esperado). En mi lista de
sitios de interés de la ciudad apenas figuraban un puñado de lugares, y es que
ciertamente Phnom Penh no ofrece mucho (pensé que encontraría más sitios
interesantes una vez en el destino, pero no fue así).
La visita
estrella para todo aquel que viaje a Phnom Penh es el Palacio Real (10$ la
entrada, abierto de 08:00h a 10:30h y de 14:00h a 16:30h), un conjunto de
edificios y templos que me recordó, aunque muy ligeramente y salvando
diferencias evidentes, al Gran Palacio de Bangkok. El recinto está dividido en
dos áreas: la sección norte es donde se ubican los edificios reales, con el
Real Salón del Trono dominando el espacio, un edificio construido siguiendo los
cánones de la arquitectura jémer tradicional, rodeado de bonitos jardines. En
la sección sur se encuentra el complejo de la Pagoda Plateada, con numerosos
edificios religiosos y estupas, donde destaca el Templo del Buda Esmeralda, que
custodia el que es el símbolo sagrado de la nación, una imagen de Buda de color
esmeralda hecho de cristal y que data del S. XVII (por desgracia no se permite
hacer fotos del interior, y los numerosos vigilantes que hay en todos los
accesos hicieron imposible que pudiera robar una imagen del interior del
templo). El Gran Palacio de Bangkok me impresionó. El Palacio Real de Phnom
Penh no. Es bonito y me alegro de haber tenido la oportunidad de visitarlo,
pero por alguna razón no es de esos lugares que quedarán marcados en mi memoria
viajera.
En Phnom Penh
también se pueden visitar unos cuantos templos budistas; a lo largo de tu
recorrido por las calles de la ciudad puedes encontrar unos cuantos (aunque no
tantos como hubiera podido esperar a priori), pero entre los más destacados se
encuentran los siguientes:
- Wat Ounnalom, situado muy cerca del hotel (de hecho se veía desde la terraza de la azotea y desde mi infrautilizada terraza en la habitación) se ubica el que se considera el centro del Budismo Camboyano. El nombre (“pelo de ceja” en camboyano) se debe a que su construcción en 1443 tuvo como objeto custodiar dicha reliquia de Buda. A pesar de los saqueos sufridos durante el periodo del régimen de los jemeres rojos, la reliquia sobrevivió. La entrada es gratuita y el recinto está abierto desde el amanecer hasta el atardecer (aunque el acceso al interior del templo tiene un horario de visita más reducido que no acerté a descubrir).
- Wat Phnom se sitúa en lo alto de la colina a la que la ciudad debe su nombre, al norte (1$ la entrada, solo para turistas, claro). De acuerdo con la leyenda, hace unos seiscientos años una adinerada y devota mujer camboyana, de apellido Penh, encontró unas figuras de Buda en las orillas del río Sapa que baña la ciudad. Solicitó la ayuda de sus vecinos para alzar una colina (27m de alto, la montaña más alta de la región – lo tuvieron fácil al menos) en cuya cima mandó construir un templo para guardar las estatuas encontradas. De ahí el nombre de la ciudad, Phnom Penh (la colina de Penh).
- Wat Langka, de acceso gratuito, se encuentra frente al monumento de la independencia y data del año 1442. Contrariamente a lo que sucede con muchos templos budistas camboyanos, las estupas del templo se encuentran en un muy buen estado de conservación. En su dilatada historia, los coloridos templos han sido utilizados como biblioteca, lugar de encuentro y hasta almacén durante el periodo de los jemeres rojos.
Al margen de los
templos, Phnom Penh presenta un claro epicentro de actividad turística:
Sisowath Quay, o lo que es lo mismo, el paseo que discurre paralelo a la orilla
el rio Sapa que baña la ciudad. Este paseo, de unos 3Km de longitud, ofrece la
cara más cosmopolita (y turística) de la ciudad, con sus numerosas tiendas,
bares, hoteles y restaurantes. Uno de ellos se convirtió en mi “favorito”
durante mi estancia, el Olala. La oferta gastronómica es muy abundante en la
zona, pero por algún motivo éste local llamó mi atención (está cerca del hotel, con
una bonita terraza con vistas, buen servicio y ofrece precios en línea con lo que hay en la
zona, caro para ser Camboya), y una vez lo probé no pude menos que repetir a
diario la experiencia culinaria. Al final del paseo en el Norte se encuentra el
mercado nocturno de Phnom Penh, justo enfrente del muelle del que parten los
barcos turísticos de recreo (los viajes por las aguas de los ríos Sapa y Mekong
cuestan 5$, con una duración que oscila entre los 40-60 min. dependiendo de la hora del
día, y con el principal atractivo de ver atardecer a bordo, puestas de sol de las que
no pude disfrutar ni un solo día durante mi estancia debido a las nubes y
tormentas que se produjeron casi a diario al atardecer). El mercado es
básicamente un mercado de ropa, con actuación musical en directo (o algo
parecido) y un mercado de gastronomía local en la parte trasera (que, para mi
sorpresa, resultó ser demasiado local para mí en esta ocasión, tal vez
condicionado por lo visto y olido en el mercado adyacente al hotel). En el
otro extremo de Sisowath Quay se encuentra el parque Wat Botum, flanqueado por
numerosos templos budistas, y que desemboca en otro parque, en el que se
encuentra la estatua del rey padre Norodom Sihanouk y el monumento de la
independencia, símbolo de la liberación del país después de la colonización
francesa que tuvo lugar entre los años 1863 y 1953. Un mastodonte que ocupa el
centro de una confluida rotonda. Y poco más. En menos de 24h en la ciudad ya había
visto todos los lugares de mi lista. Pero también tenía un plan B por si esto
sucedía (que más o menos lo tenía claro). Quedaron fuera de mi lista de lugares relacionados con la oscura historia reciente del país, el
periodo de los jemeres rojos en el que murieron cientos de miles de personas
(campos de concentración y cementerios se encuentran entre los reclamos
turísticos más importantes de la zona). Conozco la historia y personalmente no
me aporta mucho visitar los lugares en los que murieron y sufrieron miles de
personas hace no mucho tiempo, y no entiendo que dichos lugares se traten como
lugares “turísticos”, donde la gente va a hacer fotos y que en la mayoría de
los casos, por lo que he podido ver hasta la fecha en lugares similares visitados
en otros países, se tratan con una frivolidad que, personalmente, me asusta y
avergüenza, pero esta es mi opinión y para ser consecuente conmigo mismo decidí
hace un tiempo no visitar estos lugares de tortura y exterminio.
El plan B no era
otro que alquilar una motocicleta para recorrer los alrededores de Phnom Penh.
Y eso hice. Alentado por las buenas críticas del lugar (y por el hecho de que
se encontraba a unos 200m del hotel), decidí alquilar una moto en Victory (https://victorymotorbike.com/en/). Elegí una honda automática de 125cc (8$/día), principalmente porque era la que
mejor pinta tenía (dentro de lo mal que estaban todas, como suele suceder en
estos países) y el depósito de combustible casi lleno. Hablar de seguros de
motos de alquiler en Camboya es como hablar de ética en política en España, una
quimera. Así que para cubrirse en salud, ellos no piden depósito en dinero,
pero se quedan con tu pasaporte. No mi hizo ninguna gracia, y traté de
cambiarlo por otro documento de identidad o dinero, pero solo aceptan el
pasaporte (y por supuesto el que hayas usado para entrar al país, con el sello
del visado). Mal empezamos. Para colmo, cuando ya me entregaron la moto,
comprobé que habían vaciado el depósito por completo (al arrancar, la aguja del
combustible ni se movió). Lo justo para llegar a la estación de servicio más
cercana y gracias. Llenar el depósito desde 0 me costó 3$. Sinceramente, por
este dinero no entiendo que alguien actúe de forma tan ruin. Después de la
experiencia, y habiendo comprobado el estado de la moto durante los dos días
que estuve con ella, la verdad es que no recomiendo el sitio, ni por trato ni
por la calidad del producto: los frenos frenaban lo justito, los amortiguadores
como que no existieran (también es cierto que el estado de las carreteras en
Camboya no ayuda a mantener los amortiguadores en buen estado), el segundo día
de regreso a Phnom Penh se encendió la luz de avería en el motor…crucé los
dedos, vigilando la temperatura, para poder regresar a la ciudad; cuando la
devolví y reporté el estado de la moto, prácticamente me mandaron a paseo. Un 0
en toda regla para motos Victory.
Al menos, eso sí,
la moto me permitió descubrir unos cuantos de sitios de interés. El primer día
motorizado me dirigí hacia Oudong, una pequeña población situada a unos 40Km al
norte de Phnom Penh, antigua capital del reino y centro espiritual de
referencia en el país. De camino a Oudong fui parando continuamente a cada
paso, bien para descubrir nuevos templos, bien para disfrutar del paisaje,
hidratarme un poco (el calor y la humedad fueron sofocantes), comprobar la ruta en el navegador o para reponerme del estrés de conducir en Camboya: la carretera estaba en
bastante buen estado en general (una autopista con dos carriles por sentido,
separados), pero circular en Camboya, incluso por lo que ellos llaman autopista, requiere de todos
tus sentidos: lo de menos es que te encuentres algún coche/moto/camión
circulando en sentido contrario frente a ti, eso es habitual. Pero la forma de
conducir de la gente allí no tiene parangón: lo mismo deciden pararse
(literalmente) en el carril rápido por cualquier razón, o hacer un cambio de
sentido, o incorporarse a la circulación a paso lento y por supuesto sin
mirar…tienes que estar pendiente de lo que sucede delante, detrás, a los
lados…y todo ello entre vacas que casualmente pasaban por allí, carpas de boda
que ocupan uno de los carriles de la autopista o socavones en los que bien
podría caber mi moto entera. En fin, toda una aventura. Lo que me gusta, en
definitiva lo que al final queda después un viaje.
Muchas paradas improvisadas, como de costumbre, dejándome llevar por lo que el recorrido me iba monstrando, así que me "costó" (en tiempo, se entiende) llegar a una de las pocas visitas planificadas de mi recorrido, que no era otra que visitar el templo de Oudong que se
alza en lo alto de la montana Phrear Reach Traop, a escasos kilómetros de la
ciudad (entrada a la zona 1$, 0,5$ el aparcamiento de las motos). Para llegar
al templo hay que subir muchas escaleras, pero muchas, muchas. Con el calor, la
subida se mi hizo eterna. Una vez arriba, al menos obtuve una doble recompensa:
la primera en forma de estupendas vistas de la zona, y la segunda el poder
admirar de cerca la belleza de las estupas que se alzan en lo alto de la colina
dominando la región. Sin duda, solo por estas dos cosas, la excursión ya
mereció la pena. Y para muestra, unas imágenes.
Como suele suceder cuando ves las cosas desde las alturas, pude identificar un templo que se situaba en la falda de la colina, y hasta allí me fui (por si quedaba alguna duda...). Resultó ser un centro de meditación budista; un recinto muy cuidado y amplio, con numerosas viviendas para los monjes, estanques y jardines, todo en torno al templo principal, un precioso edificio dorado ricamente ornamentado.
Como suele suceder cuando ves las cosas desde las alturas, pude identificar un templo que se situaba en la falda de la colina, y hasta allí me fui (por si quedaba alguna duda...). Resultó ser un centro de meditación budista; un recinto muy cuidado y amplio, con numerosas viviendas para los monjes, estanques y jardines, todo en torno al templo principal, un precioso edificio dorado ricamente ornamentado.
Con todas las paradas del recorrido, la visita al templo de Oudong y al centro de meditación budista, prácticamente llegué al que era el destino inicial de mi viaje, Oudong, al atardecer. Tiempo, sin embargo, más que suficiente para descubrir que Oudong no tiene absolutamente nada que ofrecer (es el Leverkusen de Camboya, vamos): un par de templos – nada especial –, un mercado local (al estilo tradicional) y poco más. En poco más de media hora me encontraba emprendiendo el camino de regreso hacia Phnom Penh. La lluvia apareció de forma tímida durante el viaje de regreso, pero me permitió llegar al hotel sin tener que parar para ponerme el chubasquero o el pantalón de lluvia. Tiempo para descansar y visitar de nuevo Olala para dar por finalizado un nuevo día en Phnom Penh.
Mi segundo día
con moto lo tenía reservado para descubrir algunos templos en ruinas en los
alrededores de Phnom Penh. Después de mucho mirar, tratando de encontrar algo
parecido, aunque remotamente, a Angkor Wat, decidí visitar los templos de Tonle
Bati y el monte Chisor, situados a unos 35 Km al sur de Phnom Penh. En esta ocasión
la carretera quedaba bastante lejos del concepto de autopista, siendo una
carretera de doble sentido, con un tráfico muy intenso y al estilo camboyano
(sin reglas, vamos). Me tomé el viaje con calma, disfrutando del paisaje y de
la experiencia de moverte por libre por aquellos parajes. Tras un par de
paradas (beber, comprobar la ruta, una foto por aquí, un atasco por allá),
llegué a mi primera visita, Ta Phrom, uno de los templos que más recuerda a
los templos de Angkor por su arquitectura. La estructura general se conserva en
bastante buen estado (teniendo en cuenta que el templo data del S. XII), no así la estructura que delimita el complejo religioso. Los muros conservan los trabajados grabados tallados en la piedra con motivos de la mitología hindu. Durante la visita estuve prácticamente solo, acompañado únicamente por los
camboyanos que han hecho del templo su modo de vida y su hogar, pero con
ausencia total de occidentales, por lo que pude realmente descubrir y disfrutar
del templo a mi aire, sin prisas, sin interferencias. Todo un lujo. La visita
me dejó un puñado de buenos recuerdos e imágenes, algunas de las cuales os
muestro a continuación. Muy cerca (50 m) se encuentra la pogada de Tonle Bati, de reciente construcción, pero edificada cerca de los restos del antiguo templo.
Desde allí me
dirigi al cercano templo de Neang Khmao, construído, al igual que el templo de Tonli Bati, en torno a los vestigios del antiguo templo, del que apenas quedan dun par de estupas en pie. Bonito. Y ya. Poco. Muy poquito.
Y ahí empezó la
verdadera aventura del día (y del viaje). El destino final era el templo situado en lo alto
del monte Chisor. Para llegar hasta él siguiendo la ruta marcada por google
maps, mi navegador de viaje, tuve que circular por algunas vías, digamos, poco
convencionales. Ni que decir tiene que me perdí en un par de ocasiones, lo
habitual en estos casos. Finalmente llegué a lo que parecía ser el acceso
principal al templo, con muchos chiringuitos montados en el acceso y
entusiastas camboyanos reclamando mi atención para dirigirme a su aparcamiento
y no al contiguo. En el mapa de la zona había visto que frente a la entrada al
monte Chisor había otro templo, y como donde estaba no había más templos decidí
continuar en busca del templo perdido, al más puro estilo Indiana Jones (pero
con moto cutre y sin mi sombrero ni mi camisa de explorador, que me dejé olvidados en Colonia).
Todo un acierto (no la de dejarme el sombrero y la camisa en Colonia...). Posiblemente esa decisión me permitió disfrutar de los mejores
momentos del viaje (a mi manera, claro). Para llegar al templo Rovieng me tuve
que adentrar por caminos por los que muchas personas sin sentido aventurero o viajero no se
hubieran adentrado (y menos con una moto, alquilada, y en el estado de aquella…), pero aún conservo ese puntillo
aventurero (y que me dure mucho tiempo!) que me hizo seguir adelante. Al final
de aquel “camino” finalmente llegué a mi destino: nada del otro mundo. Para ser
francos, aquello no tenía aspecto de templo ni de nada. Un grupo de piedras
descolocadas que parecían delimitar lo que en otros tiempos fue una
construcción gloriosa. Como diría M, piedras viejas. Sin faltarle razón, yo veía algo más, no por las
piedras (que en cierta medida también), sino por la “aventura” que había
supuesto llegar hasta allí, estar de nuevo completamente solo en aquel lugar
(no me crucé absolutamente con nadie en todo el recorrido por aquellos
caminillos) y tener la sensación de haber descubierto un pequeño lugar
desconocido en este mundo de turismo de masas.
Desde allí me dirigí, finalmente, al monte Chisor. En la base de la escalera que da acceso al templo ubicado en lo alto de la montaña pude visitar lo que queda del templo Thmoul, en esta ocasión sí simplemente un puñado de piedras que sin duda vivieron mejores tiempos. Con cierto recelo y desconfianza abandoné la moto a la sombra de un árbol junto a aquellos restos de un antiguo templo (en la tienda de alquiler me habían dicho que utilizara siempre aparcamientos vigilados porque en Camboya se roban muchas motos) y emprendí la subida por las escaleras originales que dan acceso al templo. Ni rastro de gente. En todo el ascenso y descenso no me crucé absolutamente con nadie (al parecer la poca gente que visitó el templo aquel día decidió utilizar el acceso “turístico”). Me sentí orgulloso de mi espíritu viajero. Durante el ascenso por aquella empinada escalinata el pensamiento de qué podría hacer si alguien pasara por allí por casualidad y decidiera hacerme una faena (ya no digo robar la moto, pero simplemente con deshinchar las ruedas…) abordó mi mente varias veces. La reacción inmediata fue echar la vista hacia abajo: OK, parece que la moto sigue en su sitio y no hay nadie alrededor. La subida me resultó más costosa de lo que pudiera haber parecido inicialmente, también en gran medida a causa del tremendo calor (y yo sin agua…poca previsión por mi parte, pero tampoco contaba con adentrarme por caminos aislados como hice).
Finalmente coroné el monte y pude disfrutar de las vistas desde lo alto del monte Chisor (y sí, aún podía ver la moto). Allí pase un buen rato, con el templo a mi espalda, esperando a ser descubierto, tomándome mi tiempo antes de adentrarme en los secretos que se ocultaban tras aquella puerta que daba acceso al recinto. Finalmente entré en el templo, que no me decepcionó en absoluto. No se puede comparar con Siem Reap, pero reunía todos los ingredientes para dar por buena (muy buena) la escapada: acceso complicado, restos de un templo ahora ocupado por la vegetación (y por un camboyano que ha montado una autentica feria en el edificio central del complejo, con luces adornando la imagen de buda y un tejado de chapa que sin duda fueron lo peor de toda la experiencia) y la tranquilidad propia de un lugar alejado de los circuitos turísticos tradicionales por el país. Objetivo cumplido. Sin duda la experiencia había merecido la pena. En los alrededores del templo original se alzan unos cuantos templos de reciente construcción y por supuesto algún chiringuito donde pude, final y afortunadamente, hacerme con un par de botellas de agua frescas (a 4 veces el precio de cualquier supermercado de Phnom Penh, pero es lo que había). Disfruté de la experiencia como la ocasión se merecía, con calma, hasta que el recuerdo de la moto “abandonada” a los pies de la escalera que da acceso al templo y mi pasaporte en una tienda de discutida reputación profesional volvieron a mi mente y decidí bajar para emprender el camino de regreso a Phnom Penh. Al bajar y ver la moto y que todo estaba en orden tuve la misma sensación que cuando en un aeropuerto tras haber tenido uno o varios vuelos de conexión ves aparecer tu maleta por la cinta de equipajes: alivio. Satisfecho con la experiencia vivida emprendí el camino de regreso a Phnom Penh, donde llegué justo a tiempo para devolver la moto (después de haber hecho todo el camino de vuelta con la luz de asistencia encendida), quitarme un peso de encima y disfrutar de mi última cena en la ciudad.
Desde allí me dirigí, finalmente, al monte Chisor. En la base de la escalera que da acceso al templo ubicado en lo alto de la montaña pude visitar lo que queda del templo Thmoul, en esta ocasión sí simplemente un puñado de piedras que sin duda vivieron mejores tiempos. Con cierto recelo y desconfianza abandoné la moto a la sombra de un árbol junto a aquellos restos de un antiguo templo (en la tienda de alquiler me habían dicho que utilizara siempre aparcamientos vigilados porque en Camboya se roban muchas motos) y emprendí la subida por las escaleras originales que dan acceso al templo. Ni rastro de gente. En todo el ascenso y descenso no me crucé absolutamente con nadie (al parecer la poca gente que visitó el templo aquel día decidió utilizar el acceso “turístico”). Me sentí orgulloso de mi espíritu viajero. Durante el ascenso por aquella empinada escalinata el pensamiento de qué podría hacer si alguien pasara por allí por casualidad y decidiera hacerme una faena (ya no digo robar la moto, pero simplemente con deshinchar las ruedas…) abordó mi mente varias veces. La reacción inmediata fue echar la vista hacia abajo: OK, parece que la moto sigue en su sitio y no hay nadie alrededor. La subida me resultó más costosa de lo que pudiera haber parecido inicialmente, también en gran medida a causa del tremendo calor (y yo sin agua…poca previsión por mi parte, pero tampoco contaba con adentrarme por caminos aislados como hice).
Finalmente coroné el monte y pude disfrutar de las vistas desde lo alto del monte Chisor (y sí, aún podía ver la moto). Allí pase un buen rato, con el templo a mi espalda, esperando a ser descubierto, tomándome mi tiempo antes de adentrarme en los secretos que se ocultaban tras aquella puerta que daba acceso al recinto. Finalmente entré en el templo, que no me decepcionó en absoluto. No se puede comparar con Siem Reap, pero reunía todos los ingredientes para dar por buena (muy buena) la escapada: acceso complicado, restos de un templo ahora ocupado por la vegetación (y por un camboyano que ha montado una autentica feria en el edificio central del complejo, con luces adornando la imagen de buda y un tejado de chapa que sin duda fueron lo peor de toda la experiencia) y la tranquilidad propia de un lugar alejado de los circuitos turísticos tradicionales por el país. Objetivo cumplido. Sin duda la experiencia había merecido la pena. En los alrededores del templo original se alzan unos cuantos templos de reciente construcción y por supuesto algún chiringuito donde pude, final y afortunadamente, hacerme con un par de botellas de agua frescas (a 4 veces el precio de cualquier supermercado de Phnom Penh, pero es lo que había). Disfruté de la experiencia como la ocasión se merecía, con calma, hasta que el recuerdo de la moto “abandonada” a los pies de la escalera que da acceso al templo y mi pasaporte en una tienda de discutida reputación profesional volvieron a mi mente y decidí bajar para emprender el camino de regreso a Phnom Penh. Al bajar y ver la moto y que todo estaba en orden tuve la misma sensación que cuando en un aeropuerto tras haber tenido uno o varios vuelos de conexión ves aparecer tu maleta por la cinta de equipajes: alivio. Satisfecho con la experiencia vivida emprendí el camino de regreso a Phnom Penh, donde llegué justo a tiempo para devolver la moto (después de haber hecho todo el camino de vuelta con la luz de asistencia encendida), quitarme un peso de encima y disfrutar de mi última cena en la ciudad.
Al día siguiente apenas tuve tiempo para desayunar y
dirigirme al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso a Kuala Lumpur, vuelo
que de nuevo me llevó puntual de regreso a Malasia. Las excursiones realizadas
por los alrededores de Phnom Penh salvaron el viaje, porque la verdad es que
Phnom Penh, como destino único, no justifica el viaje (sobre todo si ya conoces algo de la zona). Y esto es cuanto dio de sí
mi viaje a la capital camboyana. No ha sido el viaje de mi vida, pero ha tenido
buenos momentos y un puñado de visitas interesantes. Espero que lo hayas
disfrutado. Os dejo con algunas imágenes más de Phnom Pehn y sus templos, el precioso edificio del museo nacional y mi viaje al aeropuerto. Hasta la próxima!.
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