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Islandia, un destino de ensueño - parte 1, Snaefellsness y el volcán.

Tiempo de lectura: 20-25 minutos

Tiempo para ver fotos: ¡todo el que desees!




      "¡Saludos desde la isla del volcán!" Estas palabras, leídas en un correo tan solo una semana después de regresar de mi periplo por China, hicieron que mi cerebro se activara, y a partir de ese momento sabía que no habría vuelta atrás. La frase no dejaba de resonar en mi cabeza mientras paseaba por la orilla del Rhin de regreso a casa..."¿y por qué no?", me decía a mi mismo una y otra vez. Recuerdo que al llegar a casa tanteé la posibilidad de viajar casi de inmediato con M aprovechando el inminente parón vacacional de Semana Santa, pero las restricciones de entrada en la isla (5 días de cuarentena para los no "bendecidos" con una vacuna contra la Covid) dieron al traste con los planes improvisados de viaje...al menos con M. Pero en mi interior yo sabía que iría (después de haber superado con éxito una cuarentena a la China tres veces más larga, ¡5 días en Islandia no me iban a privar de asistir a un espectáculo natural que posiblemente no vuelta a tener la oportunidad de disfrutar de nuevo en la vida!); tanteé a mi hermana y mi cuñado, siempre dispuestos a viajar, pero tampoco cuajó la propuesta. Pero para mí ya no había opción, y a pesar de lo prematuro del viaje y del elevado coste de un viaje a Islandia organizado con menos de una semana de antelación, sabía que no me perdonaría desaprovechar una ocasión así. Y de ésta manera, totalmente improvisada, me encontré buscando vuelo, alojamiento y coche de alquiler para lanzarme a la aventura en busca de hacer realidad otro sueño: disfrutar de un volcán activo. Y todo empezó con una, en apariencia, intrascendente frase en el cierre de un correo profesional recibido de una compañía con base en Islandia. Carpe Diem.

     El que ha sido, posiblemente, el viaje más caro de cuantos he realizado de forma privada en mi vida, valió, sin dudarlo, cada céntimo pagado: no se le puede poner precio a los sueños - así que no te diré cuánto me costó hacer realidad el mío. Ha sido, sin duda, una experiencia única, un viaje del que disfruté muchísimo y que reunió todos los elementos que hacen de un viaje algo especial. Con mi PCR negativa me dirigí al aeropuerto de Frankfurt desde donde salía mi vuelo hacia el lugar, en el momento en el que se produjo el viaje, más increíble del mundo. Volé con Lufthansa en vuelo directo hasta la capital islandesa, ida en clase turista y regreso en clase business, un vuelo de algo más de 3 horas que me llevó al sitio más caliente de la tierra. Una vez allí, de nuevo un proceso que se está convirtiendo en rutina (por desgracia): chequeo de la documentación y una nueva PCR (que asquito de virus...), antes de quedar en "libertad condicional" y poder dirigirme en el coche de alquiler (Hertz, servicio horrible el del personal de Hertz en el aeropuerto de Keflavik, por cierto) hasta mi lugar de cuarentena, situado en Grundarfjördur, en la península de Snaefellsness, al norte de la isla. Elegí ese lugar con toda la intención, como luego os comentaré, aunque la jugada no me salió todo lo bien que me hubiera gustado, por culpa de la cambiante meteorología. El sol lucía radiante el día de mi llegada, así que aproveché el viaje hasta mi cabaña para disfrutar de los paisajes de la isla y del buen tiempo.






    A media tarde, sin prisas, llegué a mi alojamiento, situado a las afueras de Grundarfjörður, frente al icónico monte Kirkjufell, una de las formaciones más conocidas y emblemáticas de Islandia. La cabaña, pequeñita pero con todo lo necesario para sobrellevar una cuarentena ligera de 5 días (unos 30 metros cuadrados), se ubicaba a tan solo un kilometro de las cataratas de Kirkujellfoss, uno de los sitios más fotografiados de la isla y que visité con frecuencia (en Islandia, incluso estando en cuarentena, te permiten salir a pasear y tomar el aire...yo igual abusé un poco de ese permiso, pero bien es cierto que en los 5 días que pasé "aislado" en aquel paraíso no me encontré con absolutamente nadie durante mis paseos y salidas). Un lugar aislado, tranquilo, con muy buena conexión a internet, desde donde pude trabajar durante la cuarentena, y muy bien gestionado por la dueña (a la que no vi durante toda mi estancia), que se ofreció a hacerme la compra de los productos básicos que pudiera necesitar a mi llegada (ya que no se me permitía entrar en supermercados). El lugar ideal para disfrutar, a priori, de las auroras boreales por la noche (¡que estar de cuarentena en Islandia no significa renunciar a todo!).



     Por desgracia, el buen tiempo del que disfruté en mi viaje desde el aeropuerto de Keflavik hasta la cabaña fue un espejismo, y el resto de los días el sol y los cielos claros no se dejaron ver. Aquella primera noche me desperté en torno a las 3 a.m. y sin dudarlo salí al porche de la cabaña en busca de auroras: el cielo tenía claros y se veían estrellas, pero para mi sorpresa, ya a mediados de Abril en aquellas latitudes no se llegaba a hacer de noche completamente, y el reflejo del sol iluminaba claramente el horizonte al norte; fue un jarro de agua fría, porque sí esperaba poder ver auroras - aún sabiendo que la temporada estaba llegando a su fin - pero con tal claridad la empresa se antojaba complicada...¡aunque no imposible!.


      La rutina que seguí durante los cinco días que pasé allí (de martes a domingo, día en el que tuve que desplazarme de nuevo a Reykjavik para hacer el segundo test PCR antes de poder quedar libre definitivamente) estaba clara: trabajo durante el día y paseo/excursión por la tarde para tomar el aire. Obviamente no me alejé mucho de la cabaña durante mis salidas; el tiempo tampoco estuvo para muchas aventuras - condiciones ideales para una cuarentena, sin duda, ya que la verdad es que apetecía bastante poco salir: un día estuvo lloviendo de forma abundante, con fuertes vientos, durante más de 24 horas...¡solo hay que ver cómo lucían las cataratas de Kirkujellfoss, completamente desbordadas por el torrente de agua que llegaba desde las montañas. Os dejo unas imágenes para que veáis la diferencia entre un día normal y el día después del diluvio en la zona:





    Durante mis "escapadas" visité el puerto de Grundarfjörður (el lugar desde el que Walter Mitty inicia su recorrido por Islandia en la película "la vida secreta de Walter Mitty"); Kirkjufellfoss (varias veces, que para eso lo tenía al lado: de día, de noche, nublado, con sol, con nieve, con niebla...¡y siempre espectacular!); los restos de un barco varado en la playa de Rif; espectaculares cataratas a pie de carretera; la preciosa playa de arena negra de Klausisdóttirsfjara - posiblemente la visita más hermosa de todas cuantas hice y donde disfruté muchísimo con el espectáculo natural creado por el reflejo sobre el mar del cielo y el tesoro en forma de miles de conchas dejado por el mar durante la bajamar; también visité la cascada de la oveja (Sheep´s waterfall) y el bonito paisaje de formaciones volcánicas de la carretera 54 (donde pude comprobar en primera persona lo pronto que puede cambiar el tiempo, pasando del sol a una ventisca de nieve y de nuevo a sol en tan solo 15 minutos - lo malo es que la ventisca me sorprendió en lo alto de un pequeño volcán extinto y la verdad me angustié un poco porque no sabía ni siquiera por donde debía ir porque no veía nada y el viento era fortísimo); disfruté de bonitos atardeceres, de las vistas desde la cabaña, del arcoiris, del espectáculo creado por el viento en un lago dando forma a olas que parecían ser de un mar...vamos, que no me aburrí. Nada que ver con la cuarentena china...Pero es que además...¡pude ver auroras boreales!. Vaaaale, nada espectacular...pero ¡una aurora es una aurora! (al natural fue mucho más bonita, pero no tenía la cámara a mano y con el móvil salió lo que salió...).



























     El domingo por la mañana estaba citado en el centro de Reykjavik para pasar el segundo test PCR; a pesar de que tenía la cabaña alquilada hasta el lunes, me pareció un poco ridículo ir hasta Reykjavik (unas 2 horas y media conduciendo), para luego regresar a la cabaña en Snaefellsness (otras dos horas y medias de coche) donde posiblemente recibiría los resultados del test solo unas horas después de regresar, así que decidí cambiar de planes y pasé el resto de mi cuarentena (las horas que me faltaban hasta recibir los resultados del test) en el mismo lugar que se supone iba a ocupar a partir del lunes (por suerte llamé y tenían un estudio libre, así que pude ampliar una noche más mi estancia original). Cumplimentado el trámite de la PCR y después de haber visto fugazmente al hermano de M en el aparcamiento del centro de test (momento inmortalizado en una foto de coche a coche), me dirigí al Bakki apartments and hostel, situado al sur de Sellfoss, una ubicación escogida a medio camino entre el volcán y algunos otros lugares del sur de la isla que quería visitar. Espacioso apartamento, muy tranquilo y cómodo, con buena conexión WiFi y donde lo único que eché de menos fueron las vistas de las que había gozado los días anteriores, porque la verdad es que el sitio, pese a estar ubicado a escasos metros del mar, vistas ofrece pocas (ninguna).



      A las pocas horas recibí los resultados del test...¡libre! Aún eran en torno a las 6 de la tarde, y como en esa época ya anochece bastante tarde, no dudé en coger el coche para dirigirme a la catarata de Seljalandsfoss, que tiene la particularidad de que puedes pasar por la parte de dentro y ver el salto de agua desde una perspectiva diferente. A pesar de que cuando llegué estaba muy nublado, el cielo comenzó a abrirse y finalmente el atardecer me brindó unas posibilidades fotográficas inigualables que no dudé en aprovechar, y como se quedó buena tarde (mucho frío, pero cielos despejados...¡quién me lo iba a decir al llegar!), decidí quedarme en el aparcamiento solitario de la catarata a la espera de poder cazar alguna aurora despistada en un entorno tan privilegiado. Y para mi fortuna, las auroras aparecieron, de forma muy tenue, eso sí, pero allí estaban: mágicas, misteriosas, fugaces. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, una sensación única que solo comprenderán quienes hayan tenido la fortuna de verse cara a cara con estas mágicas luces, y todo ello pese a que la luz de la luna jugó un papel muy negativo en aquella ubicación. Me atrevería a decir que de esas noches de cielos despejados no hay muchas en Islandia, así que exprimí al máximo la experiencia. De camino al apartamento, bien entrada la noche, el cielo se iluminó en repetidas ocasiones, y claro está, no desaproveché el magnífico regalo que me ofreció Islandia, y el viaje de regreso al apartamento se alargó varias horas, horas en las que pude disfrutar del mayor espectáculo que, en mi opinión, ofrece la naturaleza. Magia en estado puro. ¡y todavía no había visitado el volcán! El viaje prometía ser memorable...














El volcán - primera visita

     Ya había esperado bastante, así que al día siguiente le tocó el turno al volcán, ¡qué ganas! Y ¡qué nervios!. Aquí me voy a saltar el orden cronológico del viaje y te voy a contar todo lo referente a mis visitas al volcán, tanto en el viaje de Abril como el posterior de Junio, donde me encontré un panorama irreconocible. Mi primera visita al volcán se produjo durante un día de diario. Llegué más o menos pronto (considerando la hora a la que me había acostado la noche anterior por mi idilio con las auroras boreales) y me decidí a emprender el camino de unos 5Km que llevaba hasta la zona de observación. El camino era sencillo (y digo era porque parte de él ya no existe, al haber quedado sepultado bajo varios metros de lava), con algún tramo de ascenso moderado, pero muy corto (la mayor parte era llano o en ligero ascenso). A medida que me acercaba al cráter (que no veía), el mar de lava se iba haciendo presente, y se podía apreciar claramente cómo la lava se iba abriendo camino a lo largo de valle...¡impresionante! Decidí dejar la visita al frente de lava para más adelante, no podía aguantar más a ver el cráter expulsando lava frente a mis ojos. Y cuando por fin me encontré allí, he de confesar que la sensación fue agridulce: el espectáculo era soberbio, pero las columnas de humo que salían de la tierra y el viento caprichoso que ese día soplaba en una dirección poco habitual (esto me lo dijo un policía que me dio el alto cuando intentaba bordear la lengua del volcán para poder verlo desde la otra dirección...) impedían observar con claridad el magnífico espectáculo que solo se adivinaba a ver tras la cortina de humo.








     Bajé al valle para bordear la lengua de lava: tenía claro dónde quería ir...pero no me dejaron. Con la excusa de que podría quedarme atrapado dentro de la isla que estaba formando la lava, me negaron el paso y tuve que darme la vuelta. Estaba claro que la lava iba valle abajo, y que algún día se juntaría con la otra lengua que procedía de otra apertura del volcán, pero tampoco hay que ser un experto para saber que aquello no ocurriría aquel día...ni aquella semana. En la imagen os muestro los dos frentes de lava. Pero respeté lo que me dijeron (qué remedio) y volví sobre mis pasos (he de confesar que pensando en alguna otra alternativa, que no encontré en aquel momento; si hubiera conocido la zona como la conozco ahora después de haberla visitado en 5 ocasiones, ¡otro gallo hubiera cantado aquel día!). Pasé mucho tiempo al calor de la lava en el frente, observando atónito su movimiento (parece que no se mueve, pero ¡vaya si avanza!), soportando ventiscas y nieve y experimentando la sensación de tener calor en medio de una tormenta de nieve. El calor que desprendía el frente y el sonido producido por la lava solidificada al ser arrastrada por el flujo de lava fresca que corría por debajo es algo que nunca olvidaré. Os dejo un par de videos para que podáis ver, en un timelapse de 1 hora, cómo avanzaba el frente de lava: algo increíble.








                                            

                                            

     A medida que la tarde iba cayendo, la lava iba tomando un color más vivo, aunque las nubes de humo seguían impidiendo una visión clara del panorama; aún así, la imagen era sobrecogedora, increíblemente hermosa. Al regresar al sitio de observación, vi que en la colina de enfrente había gente, y a prior las vistas tenían que ser buenas, ya que el viento iba en la dirección contraria. Con la certeza de que a lo largo de mi visita regresaría a aquel punto de observación en el que me encontraba, me dirigí a toda prisa (el sol estaba a punto de ponerse) hacia la otra colina, para lo que tuve que bordear otra de las lenguas de lava que avanzaba por el valle anexo (ésta vez afortunadamente sin nadie que me lo impidiera). Cuando llegué a mi objetivo, la vista me dejó sin palabras: se podían ver claramente los cinco cráteres desde los que la lava se precipitaba formando ríos de lava. El esfuerzo había merecido la pena. Allí disfrute de un atardecer único, en compañía de una cerveza bien fría, unas patatas fritas y unas chocolatinas (la única comida que me quedaba después de haber pasado todo el día pateando la zona de la erupción). Y perdí la noción del tiempo: los juegos de luces creados por la lava al precipitarse cráter abajo, el sonido de los cráteres en ebullición, la soledad (por aquel entonces ya estaba solo en aquella colina de observación), los reflejos sobre las nubes que cruzaban el campo de lava y te trasladaban al mismísimo infierno (aunque yo estaba en la gloria), todo ello contribuyó a que se me hiciera más tarde de lo esperado - no es que tuviera prisa por volver al apartamento, pero la ruta de regreso que conocía desde aquel punto me obligaría a descender la colina, bordear el frente de lava y volver a ascender hacia la otra colina para reencontrar el camino por el que había llegado varias horas atrás. Ni que decir tiene que no lo hice (estaba demasiado cansado para afrontar aquella paliza a esas horas de la noche), así que me aventuré a regresar teniendo como única referencia la ubicación del aparcamiento. Por hacerlo breve, digamos que fue "una de las mías": obviamente no encontré el camino y tuve que descender la montaña a las bravas. Algún sustillo, algún resbalón pero prueba superada con todos los huesos y ligamentos enteros (de milagro...). De camino al aparcamiento el cielo incluso me regaló alguna tímida aurora. ¡Un día de lo más completo!











El volcán - segunda visita

    Dos días más tarde volví a visitar el volcán, con la esperanza de que, tal y como me habían dicho, la dirección del viento hubiera cambiado. Y así fue. Con la experiencia que da el haber reconocido el terreno anteriormente, encontré un sitio privilegiado en la colina de observación donde me asenté y pasé horas y horas disfrutando de la vista: si el infierno se parece a lo que vi aquel día, el cielo lo tiene difícil para superarlo en belleza. Habían pasado solo dos días desde mi anterior visita y los cambios en el volcán eran evidentes, no solo en cuanto a la actividad, si no también en cuanto a forma y tamaño: el frente de lava que discurría paralelo al tramo final del camino que conducía hacia el volcán había avanzado notablemente (varias decenas de metros) y el río de lava que fluía de uno de los cráteres parecía mucho más continuo y caudaloso que días atrás. En ésta segunda visita llegué hacia el final de la tarde pero con tiempo antes del atardecer, así que pude disfrutar del espectáculo de día y de noche en toda su magnitud. Al igual que durante mi primera visita, me acordé mucho de mi hermana y mi cuñado, y de lo que habrían disfrutado de la experiencia, pero no pudo ser. Al abrigo de los vientos, en mi privilegiada ubicación, disfruté de aperitivo y cena mientras el volcán continuaba con su actividad frente a mi, ¡quién necesita cenar en un restaurante con estrellas Michelin si puedes hacerlo al aire libre contemplando semejante espectáculo? Sin duda, una experiencia única en la vida.

      Al regresar al aparcamiento aquel día (en torno a la media noche, con la mayoría del flujo de personas regresando a casa), comprobé, para mi asombro, que habían instalado un chiringuito que vendía comida y bebidas...¡ver para creer!. Y eso sucedió en Islandia...











                                            


El volcán - tercera visita

     Dos días más tarde, en la víspera de abandonar la isla, me acerqué de nuevo al volcán; al fin y al cabo había sido el principal motivo de mi viaje y no sabía cuando podría tener la oportunidad de volver a ver algo similar (si es que la ocasión se volviera a dar). El frente de lava continuaba su progreso imparable y ya abarcaba varios cientos de metros más que en mi primera visita tan solo 4 días atrás. Pero es que la altura del frente se había doblado y ya superaba fácilmente los 5 metros. Por aquellas fechas ya comenzaba a escucharse que la lava acabaría aislando la colina de observación ya que las dos lenguas que la rodeaban estaban avanzando y aumentando su altura, como acabaría sucediendo unas semanas más tarde. Así que sin saberlo, ésta se convirtió en mi última visita a la colina de observación que tan buenos momentos e imágenes me había deparado. La fisonomía del volcán había vuelto a cambiar radicalmente, y ahora el cráter principal arrojaba mucha más magma al exterior, y los dos cráteres adyacentes ahora casi se habían convertido en uno. Aquel día era viernes y muchísima gente había acudido al lugar, lo que, para ser sinceros, le restó bastante encanto a la visita. Para colmo, un grupo de fotógrafos (españoles, para mi desgracia) parecían haberse adueñado de la colina y no dudaban en cambiar de ubicación y ponerse delante de cualquiera con el fin de obtener su fotografía. Si la gente no tiene educación y no sabe respetar a los demás, no deberían salir de su casa. Este grupo la verdad es que arruinó parcialmente la experiencia (a falta de chinos, tuvo que ser un grupo de españoles quienes dieran la nota...). En aquella visita el rio de lava se desbordó hasta en dos ocasiones frente a todos nosotros, un momento muy intenso que la gente aclamó con un sonoro ¡ooooh! al unísono y que no había tenido la fortuna de vivir hasta la fecha. Aquella tarde puso el punto y ¿final? a mis visitas al volcán. ¿Quién sabía cómo evolucionaría la erupción en los días o semanas siguientes?.









                                           



El volcán - cuarta visita

    La fortuna (y el trabajo) quisieron que tuviera que volver a la isla un par de meses más tarde, visita que no desaproveché para acercarme de nuevo a la zona del volcán. El viaje se produjo a mediados de Junio: para aquel entonces los dos frentes que bordeaban la colina de observación más cercana al volcán ya se habían unido, cerrando el camino hacia esa colina (hubo algún osado que trató de cruzar el paso y se quedó sin botas en el camino...y suerte que lo pudo contar). El famoso episodio en el que el volcán se convirtió en un "géiser", lanzando lava a varias decenas de metros de altura también había concluido (para mi desgracia), ya que el cráter (sólo uno, pero de gran tamaño, a diferencia de los 5 pequeños que había en Abril) había crecido demasiado y pese a que la actividad del volcán aún era muy alta, ya comenzaba a alternarse con periodos de reposo en los que la lava no fluía hacia el exterior. Realicé la visita por la "noche" (aunque en Junio no anochece en Islandia), saliendo del apartamento en el centro de Reykjavik sobre la 1 de la mañana para llegar a la zona del volcán en torno a las 3 de la mañana. Lo disfruté totalmente en solitario. Los periodos de actividad se alternaban con periodos de calma a intervalos casi cronometrados: cuando la lava comenzaba a fluir, el sonido y la potencia de la erupción me pusieron la piel de gallina. La ausencia de aire me brindó una oportunidad única para prácticamente estrenar mi recién adquirido nuevo juguete: la prueba de fuego, nunca mejor dicho, para mi pequeño dron. Los nervios que pasé en en ese primer vuelo no os los quiero ni contar, pero el resultado fue excepcional (o a mi me lo parece), pero juzgad por vosotros mismos.

                                                  












                                             



El volcán - quinta visita

     La noche previa a mi regreso de Islandia la pasé en la zona del volcán. Como el vuelo de regreso a Frankfurt salía sobre las 7 de la mañana, en torno a la medianoche abandoné Reykjavik y me dirigí al volcán, a modo de despedida. En esta ocasión, y una vez que el camino de acceso conocido había quedado sepultado bajo la lava, decidí explorar el acceso a la montaña que se alza frente al volcán (y que ya había pensado en visitar en Abril, pero al final no lo pude hacer). El frente de lava había avanzado muchísimo en dirección al mar, hasta el punto que prácticamente el camino de esa ruta de acceso estaba al borde de desaparecer también. El acceso a mi objetivo resultó un poco más duro de lo esperado (y más largo, porque tuve que bordear el frente de lava y los pequeños fuegos que en su avance se iban produciendo, y parecía no tener fin), también por la climatología de aquel último día en la isla, azotada por fuertes vientos. Cuando accedí al lugar me arrepentí de no haberlo visitado antes, porque las vistas eran espectaculares, aunque a esas alturas ya no había fuentes de lava y sólo se podía adivinar la ebullición de la lava dentro del cráter (que ahora fluía por canales inferiores no visibles desde la superficie), pero la sola observación del campo de lava, de varias decenas de metros de altura, me sobrecogió. Un escenario dantesco, pero hermoso. Los fuertes vientos, con ráfagas que incluso impedían mantener la verticalidad en un terreno tan escarpado, hicieron estéril cualquier intento de volar el dron (de echo lo intenté pero tuve que "estrellarlo" contra el suelo al ver que el viento se lo llevaba, ya que las rachas eran fortísimas - luego comprobé que la función de encontrar al dron de forma remota funcionaba bien, porque no tenía idea de dónde había aterrizado...). Pese a la adversa climatología, me tomé mi desayuno mañanero en aquella ubicación, contemplando y escuchando el rugir de la tierra a través de las heridas abiertas en la tierra y tratando de grabar una imagen mental del escenario, porque esta vez sí, era una despedida.












      Desde allí me dirigí al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso al viejo continente. Pero hubo mucho más en mis viajes a Islandia: cataratas, cañones, glaciares, las tierras altas, los colores de Krýsuvík...estate atento porque en las próximas semanas publicaré la segunda parte de mi experiencia en Islandia con muchas imágenes, para tratar de llevar hasta ti una parte de la inigualable belleza de éste país. ¡hasta pronto!

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