Fiel a la cita
anual, me dispongo a hacer un repaso de lo que ha dado de sí el año viajero 2021,
un año que creo estaréis de acuerdo conmigo en que no ha sido el año esperado:
2021 se presentó ante nosotros como el año de la esperanza, del cambio, y se marcha habiendo
sido un año como poco tan malo – si no más – como lo fue el 2020 (al menos para mí). Un año de
muchas expectativas y pocas realidades. Las vacunas no han aliviado (o
mejorado) tanto la situación como nos hicieron creer, y dos años después de que ésta pesadilla comenzara, en muchos países estamos viviendo algunos de los
peores momentos. 2021 ha supuesto, en ese sentido, todo un bofetón de realidad:
nos ha devuelto, sin contemplaciones, a la cruda realidad que vivimos y de la
que, cada uno a nuestra manera, tratamos de escapar. Mi forma de escapar es
viajando, difícil escapatoria cuando los gobiernos siguen empeñados en
penalizar los viajes internacionales (pese a que si algo ha demostrado 2021 es
que esas medidas de ultra-proteccionismo son del todo estériles e ineficaces
frente a un enemigo común e invisible). Lo peor sin duda es que si bien en 2020
no tuve que lamentar ninguna pérdida cercana, no puedo decir lo mismo de 2021,
con personas próximas a mi entorno que nos dejaron, y algunos otros
que, inexplicablemente, decidieron salir (o alejarse) de mi vida, algo que siempre es de
lamentar (más aún con lo que estamos viviendo...). La nota positiva ha sido finalizar el año Covid-free, todo un logro a éstas alturas.
Sea como fuere,
2021 se va, en cuanto a viajes se refiere, con más pena que gloria (al menos en comparación con las expectativas que tenía hace justo un año). Bien es
cierto que en 2021 he viajado más por asuntos de trabajo que en 2020 (un 50% más,
con 6 viajes de trabajo por los 4 de 2020), muy lejos aún de la media de los
últimos años pre-Covid, donde los viajes profesionales oscilaban entre los
25-30 por año, una cifra que seguramente no vuelva a alcanzar, para mi
desgracia, ya que había hecho de viajar mi forma de vida y una
actividad de la que disfrutaba enormemente. Hoy en día viajar es mucho más
complicado e incómodo, y en ocasiones la pregunta de si merecen la pena tantas molestias ha
rondado mi mente, algo que no me había sucedido nunca antes. Pero hagamos un
repaso de un año con pocos viajes, aunque algo más largos (algo que parece será
la tendencia en los próximos años, aunque yo ya no me aventuro a vaticinar nada visto
como van las cosas), donde no han faltado destinos de lo más variados: China, Estados Unidos, Malaysia, Noruega, Islandia, Francia, Irlanda o Reino Unido entre otros.
Con la práctica
totalidad del mundo paralizada y con el trafico aéreo congelado, surgió la
posibilidad de viajar a China por motivos profesionales, y ante la perspectiva
de ausencia de viajes durante al menos la primera mitad del año que nos ha dejado,
me aventuré a viajar al gigante asiático, más concretamente a Shanghai (Recomendaciones de viaje a Shanghai), donde tuve que
pasar dos semanas de cuarentena encerrado en una habitación de hotel, una
experiencia que no recomiendo y que espero no tener que repetir en mi vida de
nuevo. Aunque no todo fue malo: para ser sinceros, hubo momentos difíciles,
pero en general los días pasaron de forma fluida, e incluso me hicieron una
entrevista en el programa de las Mañanas Kiss de Kiss FM, la anécdota de las
dos semanas aislado. Y lo mejor de esos días era saber que al salir tendría
acceso a un mundo completamente distinto a aquel en el que llevaba viviendo los
últimos meses: al salir de mi cuarentena me encontré una ciudad vibrante,
activa, sin mascarillas, sin distancia social, sin limites de aforo…mis ojos no
daban crédito, y es ahí cuando comencé a ser más critico con las medidas
adoptadas en Europa: mientras en media Europa afrontábamos el enésimo mes de
restricciones, en China la vida seguía como si nada hubiera pasado. Sentí
envidia, mucha. Y claro está, saqué el máximo provecho de la experiencia, que
me llevó a visitar por motivos profesionales Shanghai y Xi’an (Xián, una ciudad milenaria) durante un mes y
medio, y entre actividad y actividad, y aprovechando al máximo los fines de
semana, disfruté muchísimo de aquella renovada libertad, olvidándome por
completo de la realidad que asolaba a la práctica totalidad del resto del planeta. La
cuarentena fue dura, pero sinceramente en aquel momento mereció la pena por
cada segundo que disfruté después durante las semanas siguientes.
Los viajes siguieron en Octubre, donde visité Irlanda con M, un viaje que teníamos planeado desde la Semana Santa del 2020 y que tuvimos que aplazar por causas de sobra conocidas. En Irlanda visitamos Dublin, la vibrante Galway y Cork, amén de muchos otros lugares que se encontraban en la zona, y he de decir que al contrario de lo que nos sucedió en Noruega, Irlanda se portó bastante bien climatológicamente hablando y las lluvias fueron mínimas, prácticamente inexistentes, algo de agradecer en un país en el que llueve mucho. El viaje nos dejó un buen puñado de recuerdos e imágenes que espero poder llevar hasta ti pronto (la crónica del viaje aún está pendiente...¡no doy a basto!).
Y Octubre siguió como a mí me gusta, con más viajes; tuve la oportunidad de viajar de nuevo a Estados Unidos por motivos profesionales, un viaje muy apretado y exigente (combinado con una estancia en Reino Unido) que me llevó a visitar Cincinnati (Cincinnati, una pequeña gran ciudad), Nueva York y Windsor (Windsor, a orillas del Támesis). Los meses de Septiembre y Octubre recordaron la época previa a la pandemia, con continuos viajes encadenados. Como de costumbre, traté de exprimir al máximo mi estancia en esas ciudades, y es que ahora más que nunca hay que aprovechar los viajes, porque no abundan.
Después de un Noviembre mucho más tranquilo de lo que había planeado (mi segundo viaje a Kuala Lumpur del año tuvo que cancelarse por las restrictivas condiciones de entrada impuestas por el país asiático), me quité el mono de viajar a finales de mes, visitando con la pandilla española los mercados de navidad de la región de Alsacia, en Francia. Visitamos muchas localidades de la región (Estrasburgo, Colmar, Kaysersberg, Riquewihr...) donde pudimos disfrutar de las tradicionales construcciones de la región, de sus paisajes (pasados por agua), de su gastronomía y de los vinos calientes tradicionales del periodo navideño.
Un año en el que pudimos volver a disfrutar de los mercados navideños de Colonia, después del paréntesis del año pasado, y que finalicé con una visita fugaz a Frankfurt y Sindelfingen, en el sur de Alemania, justo antes de regresar de nuevo a España para finalizar el año y comenzar el nuevo 2022, un año que viene cargado de muchísimas esperanzas e ilusiones, y que espero suponga de verdad el comienzo del fin de la pandemia que todo lo ha cambiado. Un año que afronto con muchos planes de viajes en los primeros tres meses del año, aunque me temo que muchos no se lleven a cabo finalmente, ¡pero por planes que no sea! Espero que a partir de la primavera sí podamos recuperar nuestra actividad viajera habitual. Entre tanto, os deseo mucha salud a todos y mis mejores deseos para el año que acabamos de comenzar. ¡Nos vemos pronto en el aire!
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