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viernes, 21 de enero de 2022

Un fin de semana en New York, New York

 Tiempo de lectura: 7 - 9 minutos







      Un viaje es siempre una experiencia única, un motivo de alegría y disfrute, una válvula de escape de la monótona realidad, pero cuando ese viaje llega en plena pandemia, donde los viajes y las alegrías no abundan, el viaje se convierte simplemente en una actividad de la que quieres disfrutar cada minuto, cada segundo, aprovechar al máximo las oportunidades que el destino te brinda, y cuando ese destino es Nueva York, la experiencia de viaje ya es algo sublime. En Octubre, cuando el país del tío Sam aún estaba cerrado al turismo (en teoría...porque en las calles no se notaba en absoluto), surgió la necesidad de viajar a Estados Unidos, visitando Cincinnati (fugaz visita de la que ya te he hablado, Cincinnati, una pequeña gran ciudad) y Nueva York, también de forma fugaz, pero donde al menos pude pasar un fin de semana, un fin de semana que exprimí al máximo y que me sirvió para recorrer algunos de mis rincones favoritos de ésta vieja conocida. 




       Finalizada mi actividad profesional en Cincinnati, me dirigí a Nueva York el mismo viernes, para poder aprovechar todo el fin de semana (entre semana, con el trabajo iba a tener pocas oportunidades de explorar...); volé al aeropuerto de La Guardia, la primera vez que lo hacía - hasta la fecha siempre había volado a Nueva York desde Europa y el JFK ha sido mi habitual puerta de entrada. Sentado en mi cómodo asiento de la parte delantera de la cabina pude disfrutar de unas vistas espectaculares durante el aterrizaje, justo al atardecer: mejor momento y lugar imposible. Desde el aeropuerto, que está a tiro de piedra de Manhattan, se accede muy fácilmente a cualquier punto de la Gran Manzana, así que me dirigí a mi céntrico hotel en Times Square para dejar las maletas y lanzarme sin perder más tiempo a disfrutar de mi fin de semana en Nueva York. ¿Qué te voy a contar de Nueva York que no hayas leído ya o no sepas? La ciudad que nunca duerme (doy fe) lo tiene TODO: todo tipo de ocio, restaurantes para todos los gustos, museos de todo tipo, lugares emblemáticos, centros comerciales, curiosidades, historia...si te aburres allí realmente tienes un problema. Mi primera visita, estando en Times Square, fue Times Square. Obvio, ¿no?. Me sorprendió la cantidad de gente que había (teniendo en cuenta que teóricamente los viajes de turismo no estaban permitidos en aquella época...); allí parece que el tiempo se haya detenido, siempre vibrante, no importa en qué ocasión la visites (aunque es cierto que por la mañana se respira un ambiente mucho más tranquilo). Tan solo algún despistado con mascarilla te recordaba que aún estamos en pandemia, porque el ambiente, el gentío, la muchedumbre podrían haber sido sacadas de cualquier foto tomada en alguno de mis viajes anteriores. 

        Me dejé llevar por las luces, el ruido, la animación frenética de un viernes noche en Manhattan y llegué hasta el Vessel, situado en la zona de Hudson Yards, frente al río Hudson, donde se ubica uno de los últimos reclamos turísticos de la ciudad (otro más), un edificio de escaleras (sí, así de simple) que por desgracia estaba cerrado durante mi visita y no pude recorrer por el interior, pero al menos lo disfruté por el exterior, muy llamativo, aunque no suficientemente iluminado. Regresé sobre mis pasos, cenita americana y a descansar que aún quedaba fin de semana por delante. 




      Al día siguiente el cielo amaneció amenazante de lluvia...pero ni eso consiguió desviarme de mis planes que pasaban, entre otras cosas, por recorrer la quinta avenida, empequeñecer ante la grandeza de los rascacielos, y disfrutar de forma pausada de la ciudad a la luz del día, andando, que es como se tienen que conocer los sitios (aunque en Nueva York eso sea todo un reto, porque las distancias son enormes...). Una breve visita a la biblioteca de la ciudad (por aquello de resguardarse unos minutos de la lluvia mañanera y hacer una visita a la tienda de recuerdos, que siempre tiene algún cartel interesante que comprar - aunque luego tuve que regresar al hotel a dejarlo, porque no iba a estar todo el día con el cartelito a cuestas...), visita al Rockefeller center, a la Catedral de San Patricio, que parece tratar de emerger entre tanto acero y cristal con toda su elegancia, a la Estación Central de trenes y al histórico Radio City Music Hall, solo algunos de los muchos lugares de interés que ofrece ésta zona. 









     Desde allí me dirigí, en metro (que tampoco era plan de caminar durante horas hasta mi siguiente destino) hasta el Lower Manhattan, donde seguí con mi deambular entre calles que mezclaban tradición y modernidad. En ésta zona se encuentran algunos de los edificios más tradicionales de la ciudad, esos que recuerdan a las películas americanas, con sus escaleras de emergencia que siempre le vienen bien al malo de la peli (o al protagonista) para salir de algún apuro. Y hablando de películas, ¡visité el cuartel general de los Cazafantasmas! Sí, sí, existe, y en realidad es una estación de bomberos (o algo así...). Acostumbrados a tanto efecto especial y decorados falsos en las producciones actuales que hacen imposible distinguir la realidad de la ficción, fue una sorpresa agradable ver que el edificio de la película original de la saga existió y sigue existiendo, y que no fue un simple decorado. 







      Y andando, andando, me planté en Wall Street, al sur de Manhattan, el distrito financiero, donde volví a visitar el lugar que un día ocuparon las torres gemelas donde hoy se pueden ver dos enormes agujeros llenos de agua con los nombres de aquellos que perecieron aquel 11 de Septiembre de 2001. El paisaje de la zona (y de la ciudad) lo domina el edificio del One World Trade Center en las alturas, y el Oculus en la superficie, un simbólico edificio que no deja indiferente a nadie (a mí en particular me gusta, aunque no lo hubiera puesto en esa zona de la ciudad).






     Y como el atardecer se iba acercando, me acerqué a una de mis zonas favoritas de Nueva York para disfrutar de aquel atardecer, que no es otra que Brooklyn, más concretamente la zona conocida como DUMBO, en la confluencia de los puentes de Brooklyn y Manhattan, una zona que ofrece algunas de las mejores vistas de la ciudad, y si no juzgad por vosotros mismos. ¡Qué manera de terminar  el día!






       Al día siguiente me levanté pronto (muy pronto, para ser domingo), ya que la previsión del tiempo por la mañana era muy buena y quería disfrutar de DUMBO y atravesar el puente de Brooklyn sin mucho barullo a mi alrededor (misión casi imposible un domingo soleado, ¡pero no me salió mal del todo la jugada!). Había gente, claro, pero mucha menos que cuando abandoné la zona en el extremo del puente en Manhattan, que ya casi era una marea humana dirigiéndose hacia Brooklyn. Pude disfrutar del puente de Brooklyn, en ocasiones para mi solo, y otras veces con algo de gente, disfruté de las magníficas vistas que desde allí se tienen de la ciudad, a uno y otro lado, y disfruté del paseo mucho, muchísimo. ¡Qué gozada recuperar esa sensación de viajar y de hacer lo que quieres en cada momento, de ser el dueño de tu tiempo!. Ser el dueño de tu tiempo...¿se os ocurre algo más grande?.









      Y estando en Nueva York...¡hay que ir de compras! Y yo no dejé pasar la ocasión de volver a perderme en los Macys, y cargué, vaya si cargué (todo cosas necesarias, eso sí...). Ahí empleé buena parte del mediodía, entre tiendas de calzado deportivos, los grandes almacenes y alguna que otra foto de la zona, con una última visita (de fin de semana) al Empire State, el edificio más elegante, sobrio y carismático de todos cuantos se pueden ver en la ciudad. Aproveché para volver a visitar el Vessel, ésta vez de día, y acercarme a visitar el último mirador en altura que había abierto sus puertas recientemente en la ciudad, un mirador que sobresale del edificio con el suelo de cristal (una parte). Al ver cómo era el mirador, cambié de planes y decidí no subir: después de mis últimas experiencias en miradores acristalados (Shanghái, Dubai) me dije a mi mismo no volver a subir a éstos miradores, ya que las posibilidades de fotografía son nulas - y sinceramente éste, por su ubicación, no puede ofrecer muy buenas vistas de la ciudad (¡nada comparable al Top of the Rock!). 




      Y como el plan del mirador me falló, ya por la tarde y después de haber dejado todas las compras en el hotel, me decidí a explorar Long Island, espontáneamente, sin tener idea de lo que allí me encontraría, solo atraído por el reclamo de la posibilidad de tener una vista diferente de la ciudad (por los mapas, claro). Llegar fue una pesadilla, más que nada porque varias líneas de metro estuvieron cortadas durante el fin de semana por obras de mejoras y para los que no somos de allí, encontrar una alternativa en la maraña de la red de metro de Nueva York puede no resultar una tarea sencilla...¡pero llegué! Y una vez allí, quedé hipnotizado por el lugar. El paseo que corre paralelo al río East ofrece unas vistas formidables de la ciudad: el Empire State, el Chrysler, el edificio de las Naciones Unidas, el Rockefeller Center, el 432 Park Avenue...¡todos en la misma imagen! Pero es que, además de las vistas, la zona tiene muchísima animación: conciertos al aire libre, un paseo fluvial repleto de zonas de restauración y animación...vamos, que quedé encantado con mi improvisado descubrimiento. El lugar perfecto para ver atardecer y dar por terminado mi fin de semana de ocio en Nueva York











      Y después de un par de días de trabajo en JFK con poco tiempo para mucho más, emprendí el corto viaje hacia LHR (cortísimo...cuando se está a gusto, ¡qué rápido pasa el tiempo!), donde continuaría mi actividad profesional un par de días más (Windsor, a orillas del Támesis) antes de regresar a Colonia para emprender viaje hacia Noruega, las islas Lofoten (Lofoten, el paraíso nórdico). Una breve estancia en Nueva York que me dejó super satisfecho y de la que disfruté muchísimo (¿no se ha notado?). ¡Hasta pronto!