El fin de semana que tenía que haber iniciado mi segunda fase de vacaciones en España (y que no pudo ser por la cancelación de mi vuelo a Madrid), en medio de una sofocante ola de calor que afectaba a prácticamente toda Europa, decidimos cambiar un poco de aires y dirigirnos a la vecina Holanda, país cuya frontera se encuentra a menos de 100 kilómetros de Colonia. La decisión llegó tarde (4 días antes de partir, cuando el buen tiempo ya parecía estar asegurado), así que nos encontramos con bastantes dificultades para encontrar un alojamiento en la zona a un precio razonable (unos días antes había leído que la ocupación hotelera en España rondaba el 25% éste verano; mientras, Holanda rozaba un lleno casi total – y a nadie se le escapa que la gestión que están haciendo unos y otros de la crisis del coronavirus tiene mucho que ver con ésta situación). Finalmente encontramos alojamiento en Rotterdam, una ciudad histórica que presenta varias caras: una muy comercial, con escasos atractivos para el visitante, ya que la zona central de la ciudad es una especie de centro comercial abierto, donde puedes encontrar las mismas tiendas que en cualquier otra ciudad, pero todas agrupaditas. Escaso interés para el que os escribe. La segunda cara de la ciudad es mucho más interesante: Rotterdam es conocida por su innovadora arquitectura, y la ciudad tiene varios ejemplos de ésta bien merecida fama. Y la última cara es la que ofrece el histórico distrito de Delfshaven, una de las pocas zonas de la ciudad que sobrevivieron a los devastadores bombardeos nazis sufridos en 1940 durante la Segunda Guerra Mundial. Un barrio con mucha historia, como te contaré en la crónica completa del viaje, que sin duda merece una visita para disfrutar de sus muchos atractivos.
Rotterdam
se encuentra a escasos 30 kilómetros de La Haya, una ciudad que he de reconocer
me ha conquistado (amor a primera vista). El centro administrativo de Holanda
es también el lugar de residencia del Rey de los Países Bajos, y si el Rey vive
allí, no puede ser mal lugar. La ciudad carece de los característicos canales
que dan forma a muchas de las ciudades del país; el centro alterna pequeñas
calles, cuyos orígenes se remontan a la Edad Media, con amplias avenidas en las
que se construyeron lujosas residencias allá por el S. XVIII. El epicentro de
la actividad se localiza en torno al estanque de Hofvijver, donde se encuentran los orígenes de la ciudad, bordeado por el
imponente edificio del Parlamento Holandés y el Mauritshuis, un museo que
alberga una de las más importantes colecciones de pinturas de la edad de oro de
la pintura neerlandesa. Plazas y edificios medievales, el Palacio Real, el
Palacio de la Paz y una vibrante actividad comercial dan vida a esta ciudad que
sin duda despertará tus sentidos. Una autentica desconocida para mí hasta la
actualidad y que ha pasado, por méritos propios y sobradas razones, como verás
en la crónica completa del viaje, a ser una de las ciudades a las que sin duda
regresaré en un futuro no muy lejano para poder disfrutarla y descubrirla más a
fondo.
El fin
de semana lo completamos con una visita a la playa de La Haya, situada al norte
de la ciudad (a unos 7 kilómetros), un fabuloso arenal de varias decenas de
kilómetros de longitud que se extiende hasta las proximidades de Ámsterdam, y
la visita al pintoresco Kinderdijk, con sus característicos y fotogénicos
molinos, una visita imprescindible si tienes la fortuna de visitar la región.
Si
quieres saber todo lo que dio de sí nuestro fin de semana en Rotterdam y La
Haya te invito a que accedas a la crónica completa del viaje a través del menú
de páginas situado a la derecha en la página principal (si accedes a través de
Pc), pinchando en el enlace AQUÍ, o a través del siguiente enlace (para todo
tipo de dispositivos):
Kinderdijk, Rotterdam y La Haya