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sábado, 7 de febrero de 2015

La destrucción del anillo regente


       La vida es dura. No, no lo escribe una persona que lo ha perdido todo en una de las numerosas catástrofes naturales que asolan nuestro planeta o en una absurda guerra (aunque en este caso el adjetivo sobra, ya que la palabra "guerra" lleva implícitos, entre otros muchos, los adjetivos 'absurda' e 'irracional') Lo escribe una persona que es consciente de pertenecer al selecto y reducido grupo de personas con salud, trabajo (ni bueno, ni malo, simplemente un trabajo como lo son todos) y con las necesidades básicas (incluso alguna más no tan básica) cubiertas. Bajo este prisma, una persona como yo no debería permitirse tan sólo pensar que la primera afirmación de este escrito es cierta, y mucho menos escribirla. Pero la vida tiene altibajos, y de vez en cuando te golpea, y los golpes duelen (por muy acostumbrado que estés a ellos) y entonces es fácil esconderse en el tópico y decir aquello de "qué dura es la vida".

       En mi caso ése golpe, el definitivo, el que puso mi mundo del revés no fue una simple bofetada, si no más bien una paliza por lo inesperado, la brusquedad y el sinsentido de la misma. Aquel día perdí toda esperanza, mis ilusiones y los sueños de toda una vida. Se me ocurren pocas cosas peores que vivir sin esperanza, ilusiones ni sueños; incluso los más desfavorecidos, aquellos para los que la vida es realmente dura, tienen la esperanza de una vida mejor, el sueño de un país sin guerras, la ilusión de recuperar lo perdido, el anhelo de una vida mejor. Mi profundo respeto y admiración hacia ellos.

      Y como todos, tuve que aprender a vivir de nuevo, una vida nueva, a caminar sólo, sin el bastón en el que tanto me había apoyado, a convivir con hermosos sueños que se repiten una y otra vez pero que se tornan en pesadillas cuando sobresaltado salgo de mi letargo y vuelvo a ser consciente de la realidad, a soportar la pesada carga emocional y los recuerdos asociados a una sencilla carta de apenas 30 gramos de peso (una carta de la que muy poca gente conoce de su existencia), escrita a la vieja usanza, de puño y letra y desde el corazón, una carta destinada a ésa persona que nunca más estará a mi lado y que me he empeñado, irracionalmente, en llevar conmigo durante todo este tiempo - mi anillo regente, mi tesoro - mientras recorría el mundo de norte a sur - desde el círculo polar Ártico hasta el África subsahariana - y de oeste a este - el contraste entre el silencio del gran cañón del Colorado y el rugido de los volcanes indonesios, en busca de recuerdos y experiencias.

       Estos golpes te descolocan, te sacan de la "plácida" y cómoda rutina en que convertimos nuestras vidas y te afectan hasta tal punto que dejas de ser la persona que eras. Yo no soy la excepción y me he convertido en una persona distinta. En este cambio he aprendido a valorar mucho más las cosas que realmente importan y que casi siempre pasaban desapercibidas ante mi mirada, tal vez por la sencillez de las mismas o seguramente por estar centrado en cosas secundarias: la grandeza que se oculta tras un abrazo sincero (sinceridad, que palabra tan fuerte y tan frágil al mismo tiempo), la profundidad de una mirada amiga, la fuerza de una sonrisa que todo lo puede y que derriba todas las barreras, la calidez y belleza de la llama de una vela que ilumina una habitación, la magia de un cielo cubierto por una alfombra de estrellas, una simple, compleja y perfecta gota de agua, una nube vista desde 11000 metros de altitud, un amanecer, un atardecer, una canción...Hechos sencillos que despreciaba. En mi opinión, una vez cubiertas las necesidades básicas, la vida es muy sencilla, mucho más simple que la complejidad con que a menudo nos empeñamos en disfrazarla, buscando problemas donde no debería haberlos.




        Ante los problemas, mi abuela materna - ¡qué gran mujer! - siempre decía que "todo se puede solucionar, menos la muerte". Sin faltarle razón a la afirmación anterior, yo la completaría diciendo que la solución a un problema siempre debe partir de uno mismo, y por supuesto hace falta voluntad para solucionar el problema, que suele implicar a varios actores, y entonces entra en juego el diálogo, la familia, los amigos...en una palabra, las personas. Parece que la cosa se va complicando...pero sólo lo parece, en esencia sigue siendo muy sencillo. En mi opinión todo se reduce a tres factores a los que debemos prestar la máxima atención: personas, experiencias y recuerdos, con el tiempo como única limitación y juez inexpugnable, aquel del que nadie escapa (y mira que ha habido intentos - y los seguirá habiéndo - por escapar a su rigor) y la salud como condición necesaria. Rodéate de personas altruistas y descarta a aquellas que sólo buscan un salvavidas para sí mismas (idea que comparto con Rocío Moreno, que recientemente expuso esta idea en un artículo publicado en Neupic), disfruta cada momento como si fuera el último, acumula experiencias, que son la salsa de la vida, y gestiona correctamente el tiempo, el bien más preciado del que todos, sin excepción, disponemos, para hacer que los recuerdos de esas experiencias y personas que poblaron tu vida te acompañen en tu mente, en un álbum de fotos o en una tarjeta de memoria.



Un remanso de tranquilidad a 11000 metros de altura


      Y pese a todo y a mi alegato por la sencillez, aún sigo buscando la felicidad plena, esa que no se limita a un cierto momento si no que te acompaña durante todo lo que haces en cada día, una búsqueda que se ha convertido (si es que no lo era ya) en el objetivo principal de todo cuanto hago, con la ilusión de que los pequeños momentos me conduzcan por fin a esa felicidad completa que no supe apreciar ni valorar cuando la tuve. Sí, para mi desgracia he de admitir que la tuve y no supe - o tal vez no quise - verla. Ciego, centrado en cosas secundarias, siempre había un "pero" que me impedía disfrutar del momento. Esa etapa ha quedado atrás: una vez superado el momento delicado derivado de una compleja operación que tuvo que sufrir mi tía más querida (y a la que desde aquí quiero mandar un fuerte abrazo y desearle una completa recuperación), no hay, afortunadamente, grandes nubarrones que amenacen mi estabilidad emocional (aunque en la vida todo puede cambiar de forma casi instantánea); sigo teniendo, como todos, días buenos y días no tan buenos (hoy, sin ir mas lejos, ha sido uno de esos días no tan buenos), pero trato de evitar que éstos días no tan buenos me ganen la partida.

       Y mientras escribo esta reflexión personal, cómo no, a 33000 pies de altura, contemplando un manto blanco bajo mis pies al tiempo que el sol se pone dotando al cielo de una intensa tonalidad rojiza, todo ello con Elton John de fondo (¡uno de esos pequeños grandes momentos, sin duda!), también pienso en ti, amigo mío, que estás atravesando un momento difícil y te animo a que como yo he hecho, atravieses el monte del destino y arrojes al fondo de la montaña de fuego todo aquello que te impide pensar con claridad y disfrutar de las cosas buenas del momento, que seguro las hay. Por mi parte, he tomado una difícil decisión y me he deshecho de mi tesoro...el momento de pasar página ha llegado.

 
 

1 comentario:

  1. A veces lo difícil es la reflexión que nos conduce a la decisión. Una vez que se llega la decisión viene. Yo tengo la lumbre a punto de ser prendida....

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