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El mes de Octubre fue muy prolijo el viajes (¡ya tocaba!), un mes que recordó vagamente los buenos viejos tiempos antes de que un virus lo cambiara todo, y uno de esos viajes me llevó por motivos profesionales hasta Estados Unidos, cuando las restricciones a los viajes turísticos aún estaban vigentes al otro lado del Atlántico (aunque nadie lo diría por la cantidad de turismo que había, sobre todo en mi segundo destino en el país: Nueva York). La primera parada de mi viaje fue Cincinnati, que además de ser el nombre de guerra de Mónica en "La casa de papel" pasa por ser en la actualidad la tercera ciudad más poblada del estado de Ohio (y la 69 de EEUU). Como de costumbre, mi tiempo libre fue limitado, pero ya sabéis que lo aprovecho al máximo.
El viaje a Cincinnati fue largo, muy largo: de Colonia fui en tren a Frankfurt, desde allí en vuelo de American Airlines hasta Dallas, donde tuve una larga escala de más de 4 horas antes de tomar el vuelo hasta mi destino final, a donde llegué unas 24 horas después de haber salido de casa en Colonia. Una paliza. Ni la comodidad del asiento de la cabina business de American ayudó a que pudiera descansar en el largo vuelo de 11 horas hasta Dallas: es el inconveniente de los vuelos diurnos, que vas con el horario Europeo y yo personalmente no puedo dormir - por fortuna las nubes que cubrían el cielo alemán se disiparon tras un par de horas de vuelo y disfruté de unas vistas espectaculares de Groenlandia (está en el punto de mira para un viaje futuro) y la región de los grandes lagos ya en territorio americano.
Cincinnati es una ciudad que viene de ser una de las grandes (durante el S. XIX estuvo en el top 10 de ciudades americanas por población), y ahora mismo mi impresión es que busca su camino. En la actualidad viven cerca de 300.000 personas en la ciudad, que cuenta con un puñado de lugares de interés histórico y con el río Ohio como elemento vertebrador, río que actúa como frontera natural con el vecino estado de Kentucky (en el que curiosamente se encuentra el aeropuerto Internacional de Cincinnati, Ohio). La primera cosa que llamó mi atención de Cincinnati (cuando lo vi a la luz del día, claro, porque llegué al hotel cerca de la medianoche) fueron los murales que decoraban muchas de las fachadas de sus edificios, auténticas obras de arte. Coloridos, detallistas, originales y cuidados con mimo, paseando (en coche, al más puro estilo americano) por las calles periféricas me detuve a cada paso para poder observar al detalle estas magníficas representaciones artísticas. No es que este tipo de murales sean exclusivos de Cincinnati (los hay en casi cada ciudad americana o canadiense que he visitado hasta la fecha), pero nunca los había visto en tal cantidad y sobre todo de tanta calidad (para mi gusto, claro).
El centro de la ciudad es muy, muy pequeño, y se visita fácilmente andando. Visitas recomendadas en Cincinnati (incluso si la visita es breve, como la mía) son la estación de tren Union Terminal, el vecindario "Over-The-Rhine", el Parque Washington o la plaza de la fuente. No creo que ninguno de éstos lugares te impresionen, pero es lo que hay. Y un consejo: visita la ciudad de día, porque al caer la tarde el centro se convierte en el de una ciudad fantasma, sin apenas coches y tan solo algún indigente o drogadicto mendigando las calles (y algún viajero despistado, como el que os escribe, claro...).