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jueves, 19 de marzo de 2020

Moldavia - Chisinau, el número 70.

Tiempo de lectura: inferior a 10 minutos.

      Me gusta viajar. No es un secreto, ni una novedad. Más que una afición es una pasión. Disfruto descubriendo los rincones de este planeta que nos ha tocado habitar, agradecido por la suerte obtenida, no sé en base a qué, de poder disfrutar de él y de poder recorrer lugares que tan solo unos años atrás no hubiera siquiera podido imaginar. Cada viaje es una experiencia, una oportunidad, un regalo. Sobre todo, sin duda, un regalo. Un regalo del que mucha gente no puede disfrutar, y soy consciente de ello, y mi pequeña contribución es tratar de compartir con todos aquellos que así lo deseen éstas experiencias, no con mucho éxito, la verdad, a juzgar por el éxito de éste espacio, pero por empeño personal que no quede. 



     Recuerdo que hace unos años, mi amigo Salva me preguntó "con qué lugar me quedaría" de entre todos los que he tenido la fortuna de visitar. Mi respuesta, como os podéis imaginar, fue de lo más política: no me puedo decantar por un lugar o por un viaje. Cada viaje está condicionado por las experiencias personales vividas: lo que para unos pudo resultar el paraíso, para otros pudo resultar un viaje ordinario (o incluso una pesadilla), simplemente por una climatología adversa, una compañía inadecuada o simplemente un mal recuerdo, que todo lo condiciona. 



      A mi modo de ver, los viajes, los lugares, se pueden clasificar de varias maneras, a saber:
  1. Aquellos lugares que no te cansas de visitar, donde las experiencias siempre han sido positivas y que te aportan algo nuevo en cada visita; en éste grupo estarían lugares que he tenido la fortuna de visitar varias veces y de los que siempre he regresado con un muy buen sabor de boca, deseoso de regresar, como Malaysia, Singapur, Tailandia, Finlandia o Estados Unidos
  2. Un segundo grupo de visitas con altos y bajos, con puntos positivos y negativos en función de la región visitada, o simplemente del momento personal en el que se produjo esa visita. En mi caso podríamos hablar de Indonesia, Austria o Francia
  3. El tercer grupo lo compondrían aquellos países que solo he visitado una vez (los menos, ya que la mayor parte de los países que he visitado los he visitado en repetidas ocasiones, para mi fortuna), de los cuales me traje muchas experiencias personales imborrables, y el deseo de regresar en algún momento de mi vida en el futuro, como Myanmar, Kenia o Cuba.
  4. A continuación se encuentran aquellos destinos que sólo he visitado una vez, y de los que no tengo un recuerdo ni positivo ni negativo; simplemente pasaron por mi vida, como destinos de tránsito, agradecido de haber podido disfrutar de la experiencia de vivirlos y concocerlos, pero sin un interés especial en repetir.  
  5. Por último, aquellos destinos de los que guardo malos recuerdos, recuerdos que parece que ningún viajero ha experimentado (cuando leo blogs y artículos de viaje en internet, parece que nadie ha tenido nunca malas experiencias o malas elecciones de viaje...¡qué suerte!); por fortuna, no hay muchos destinos en éste grupo, pero algunos hay, llevándose sin duda mi viaje por libre a Senegal la palma de oro en cuanto a viajes a olvidar (con algo parecido a un secuestro exprés incluido). 
     
     En Marzo tuve la oportunidad de visitar, de forma breve y por motivos laborales, Chisinau, la capital de Moldavia. Chisinau entra de lleno dentro de la categoría 4 anteriormente explicada, y no habría escrito unas líneas sobre un destino que me resultó tan indiferente de no haber sido porque Moldavia ha sido el país número 70 que he visitado. Una cifra que sin duda merece una reseña, aunque la experiencia de viaje no fuera memorable. Como de costumbre la agenda de trabajo no me dejó mucho tiempo libre, pero es que tampoco hace falta mucho tiempo para descubrir los pocos lugares de interés que ofrece la ciudad. Ya desde el aire, poco antes de aterrizar, el paisaje invitaba a pensar que aquel no iba a ser uno de mis destinos favoritos. 


      Para mi estancia de 3 noches en la capital Moldava me alojé en el hotel Radisson Blu Leogrand (165 €/noche), un hotel con tan sólo 4 años de vida situado en pleno centro de la capital Moldava; buenas instalaciones, buena conexión a internet, habitación muy amplia y un servicio aceptable. Una buena elección, sin duda. Pese a estar en el centro de la ciudad, las vistas desde la habitación no eran precisamente para fotografiar, ¡pero esto es lo que hay en Chisinau!.



      La convulsa historia del país en los S. XIX y XX desencadenó finalmente en el establecimiento de un país independiente en el año 1991, estableciéndose Chisinau como la capital del país, con una población que en la actualidad ronda los 600.000 habitantes. La herencia rusa es evidente, tanto en sus construcciones como en la mentalidad y comportamiento de sus habitantes, no acostumbrados en absoluto a la presencia de turistas (o visitantes) en su territorio. De poco te servirá saber varios idiomas en un país donde coexisten los dos únicos idiomas que reconocen y emplean: el ruso y el rumano. 

      Para ser franco, mi opinión es que Chisinau es una ciudad que presenta escasos alicientes - y ninguno de ellos justificaría por sí mismo una visita a la ciudad, como verás a continuación. La práctica totalidad de los sitios de interés se concentran en torno al comercial y céntrico boulevard Stefan cel Mare, epicentro de la actividad de la ciudad. En la calle abundan los locales destinados al cambio de divisas, locales comerciales de tecnología y moda y muchos puestos de vendedores ambulantes, lo que da muestra del carácter de la ciudad, anclada aún en el S.XX. Los edificios históricos, testigos del reciente pasado soviético de la ciudad, abundan también en éste ajetreado y bullicioso boulevard






      A ambos extremos del comercial boulevard se encuentran los principales reclamos "turísticos" de la ciudad: por un lado, la Catedral de la Natividad, ubicada en el Parque de la Catedral, que aglutina otros sitios de interés, como el Arco de Triunfo o la Torre de la Campana. La Catedral data del año 1830. Durante la II Guerra Mundial, la torre de la campana fue destruida en un bombardeo; la actual data del año 1997. El Parque de la Catedral se encuentra frente al Edificio de Gobierno, siendo éste el escenario habitual de manifestaciones y celebraciones locales (como pude comprobar el día de mi llegada). 






     Hacia el Sureste de la calle comercial merece la pena visitar el Monasterio Ciuflea, construido según los cánones de construcción de los edificios religiosos ortodoxos, con sus características cúpulas doradas. El complejo data de mediados del S. XIX, aunque solo fue en el año 2002 cuando se consagró como Monasterio. Desde mi punto de vista, el edificio más llamativo de la ciudad. 




        Y poco más...poco (o nada) pude descubrir durante mis paseos por las calles aledañas - ni tan siquiera mi fiel aliado google maps me sugirió nuevos lugares que poder visitar. En plena calle central hay numerosas muestras de edificios residenciales, de aspecto destartalado y descuidado. En cuanto sales de la calle principal, las calles se estrechan, los edificios menguan y la gente desaparece, llegando a dar incluso cierta sensación de inseguridad el caminar solo por aquellas vías (incluso a plena luz del día...). En cuanto a la gastronomía, pese a no tener queja de todo cuanto comí durante mi breve estancia, tampoco hubo nada que me dejara un sabor de boca especialmente bueno. Pero no todas mis impresiones de Chisinau son "negativas": es uno de los sitios más baratos en los que he estado (con excepción del hotel, que resultó ciertamente caro, pero es lo habitual en estos lugares si quieres alojarte en un establecimiento de ciertas garantías), y es que se puede comer por 2 ó 3 € (al cambio), o comprar botellas de vodka por unos 4 ó 5 € (para aquellos a los que les guste ésta bebida), por poner sólo un par de ejemplos. Y otro punto positivo: en plena crisis por el COVID-19 en medio mundo, a principios de marzo no se había identificado ningún caso en Moldavia...o al menos las autoridades no habían reportado afectados.







       En definitiva, un destino que recordaré con más pena que gloria en mi memoria viajera, contento por haber tenido la oportunidad de visitarlo, pero también contento de no tener que regresar de forma habitual (al menos de momento), ya que el destino no será parte de mi agenda de viajes recurrentes durante los próximos años. Las despedidas suelen ser duras, pero decir "adiós" a Chisinau no me costó en absoluto, un destino del que posiblemente no hubieras sabido a través de éste espacio de no haber sido por el hecho de que la visita a Moldavia pasó a engrosar mi currículum viajero, convirtiéndose en el país número 70. Espero que éste número siga creciendo en el futuro cercano...¡pero que lo haga con sitios más interesantes!. ¡Hasta pronto!.   

sábado, 7 de marzo de 2020

Una aproximación a Nueva Zelanda: Auckland, Rotorua y Christchurch.



       La última frontera. Un viaje a Nueva Zelanda, el país situado en las antípodas de España, representa para muchos viajeros el Everest de todos los viajes posibles, el no va más. Un territorio lleno de misterios y con una identidad cultural muy arraigada (y conocida fuera de las fronteras de éste atractivo país). Para un español, no se puede ir más lejos dentro de éste planeta cada vez menos azul al que llamamos tierra, aunque sí se puede ir a muchos destinos a los que se tarda mucho tiempo más en llegar. Y es que llegar a Nueva Zelanda es tan "sencillo" como tomar un vuelo a Doha (unas 6 horas) y desde allí un vuelo directo a Auckland, que en unas 17 horas te lleva al país soñado. Nueva Zelanda es siempre un destino atractivo, qué duda cabe, aunque sólo sea por la lejanía del mismo y las remotas posibilidades que la mayoría de la gente tiene para visitarlo. Mi particular Everest se llama sin embargo Rapa Nui (o Isla de Pascua), que pasa por ser, a día de hoy y desde hace mucho tiempo, mi viaje soñado. Pero por motivos profesionales me vi en la situación de tener que visitar Nueva Zelanda (¡bendito problema!), y a pesar de que no pude extender mi visita prácticamente nada por motivos de agenda, al menos pude pasar un par de fines de semana en el país, tiempo que aproveché para hacerme una idea (muy general) de lo que el país ofrece. 

      Mi recorrido comenzó en la isla Norte, en Auckland, una ciudad que me sorprendió muy favorablemente, una de esas ciudades que, según pude comprobar hablando con viajeros de aquí y allá durante mi estancia, la gente prescinde en visitar, lo que es un error desde mi punto de vista ya que ofrece alicientes más que suficientes como para justificar al menos pasar un par de días en la ciudad. 



Ésta carita tenía yo tan solo un par de horas después de aterrizar, tras un vuelo de 17 horas.

      Desde Auckland me dirigí hacia Rotorua, una zona conocida por la actividad geotérmica que se concentra en la región. Abundan los parques y zonas de actividad geotérmica, ofreciendo cada uno de ellos particularidades, pero que también comparten un común denominador: paisajes pintados con colores increíbles, fruto de cuentos o miles de años de actividad volcánica. Las vistas que ofrecen algunos de estos lugares son simplemente increíbles, hipnóticas. La oferta es abundante, como verás en la crónica del viaje.





     Finalizada mi estancia en la isla del Norte, me dirigí a Christchurch, en la isla del sur, una localidad que cobró relevancia internacional recientemente por distintos motivos, ninguno de ellos motivo de alegría. A pesar de que los terremotos son frecuentes en Nueva Zelanda, en Junio del año 2011 la localidad sufrió un terremoto de 6,3 grados que afectó terriblemente a la ciudad. La fuerza del terremoto no fue excesiva, pero la cercanía del epicentro del mismo hizo que la actividad se saldara con cerca de 200 muertos y numerosos daños estructurales en muchos de sus edificios históricos, huellas de destrucción que aún hoy en día, casi 9 años después del desastre, son palpables. Pero la ciudad se recupera poco a poco de tanta destrucción y los alrededores albergan verdaderas maravillas paisajísticas, obras maestras de la naturaleza de las que pude dar buena cuenta durante las excursiones que hice con mi compañero de viaje, un experto en la región. 




    Y es que el principal atractivo de Nueva Zelanda no reside en sus ciudades, sino en sus paisajes. Montañas, valles, volcanes, caudalosos ríos, glaciares, verdes prados, playas desiertas de arena negra...todo tiene cabida en un país que ha hecho de la naturaleza la mejor de sus embajadoras; y es que la fortuna de recorrer parte del país en coche, como hice, permite disfrutar a cada paso de una imagen, de un recuerdo, de una postal del país en definitiva. Los trayectos no se miden en kilómetros, sino en horas, las de conducción y las que empleas en las múltiples paradas que te abordan a lo largo del trayecto para simplemente disfrutar de dos de las mejores cosas de las que se pueden disfrutar: tiempo a tu aire y naturaleza en estado puro. 



      No fue una estancia larga, pero sí dio para unas cuantas imágenes y visitas, actividades de las que doy buena cuenta en la crónica completa del viaje, a la que puedes acceder, como de costumbre, a través del menú de páginas situado a la derecha en la página principal (si accedes mediante Pc), haciendo "click" AQUÍ, o a través del siguiente enlace:

      Ya sabes...¡disfruta del viaje y hasta pronto!