El primer viaje de largo recorrido del año me ha llevado al corazón de América, más concretamente a Tulsa, Oklahoma. Para todos los que no sean seguidores incondicionales de la serie Friends, el nombre de esta localidad no les dirá mucho (nada). Y es que Tulsa no es precisamente el típico sitio al que ir de vacaciones en Estados Unido; en cuanto supe del viaje he de reconocer que tuve que echar mano de un mapa para saber dónde se encontraba mi destino exactamente y qué había en los alrededores. De inmediato decidí que no había motivo para prolongar mi estancia en la zona más de lo estrictamente necesario por motivos profesionales, ya que no había muchos alicientes que justificaran unos días extras en la región. Pero como casi cualquier sitio que se visita, la localidad ofrece un puñado de sitios que, ya que se está allí, bien merecen la pena una visita, la mayoría de ellas relacionados con la Ruta 66 (recorrido que me cautivó desde el primer contacto que tuve con él allá por el año 2013 cuando la descubrí con mi hermana en el viaje que nos llevó desde Santa Mónica hasta el Gran Cañón, pasando por Las Vegas).
El viaje a
Estados Unidos lo realicé con American Airlines, desde Frankfurt vía Dallas a
la ida (con dos horas de retraso en este segundo vuelo), y desde Tulsa vía
Charlotte y Heathrow en la vuelta. En ambos casos la duración del viaje superó
las 20h, así que no es que se pueda decir que American Airlines ofrezca buenas
conexiones (al menos no para llegar a Tulsa). El servicio a bordo resultó ser muy pobre, muy por debajo de lo que
cabría esperar de una compañía de esta reputación, y sin comparación posible respecto al estándar
marcado en la actualidad por compañías como Emirates o Qatar. La oferta gastronómica
es muy limitada (tanto en oferta como en calidad), el servicio de
entretenimiento a bordo correcto (sin más) y el personal a bordo muy poco atento a las necesidades de los pasajeros (me dio la sensación
que el tema de la atención a los pasajeros no es precisamente su prioridad…).
En definitiva no quedé contento con el viaje (sobre todo teniendo en cuenta el
precio del mismo…).
Durante mi
estancia en Tulsa me alojé en el Hotel Renaissance, buen hotel que tiene su
punto "débil" en que está muy lejos del centro de Tulsa, aunque también es cierto
que el centro de Tulsa no es que ofrezca mucho, como luego os contaré. En los
alrededores del hotel había de todo (restaurantes, supermercados, centros
comerciales…¡esto es Estados Unidos!), y si no, con coche se llega a todas
partes. Habitaciones amplias, buena conexión a internet y mobiliario en buen
estado; todo lo necesario para hacer agradable una estancia profesional tan larga (5
noches, a unos 100$/noche).
Pero antes de
entrar en los detalles del viaje, un poco de historia; la ciudad se asienta sobre
el territorio que ocupaban las tribus Lochapoka y Creek allá por el año 1836,
año en el que se estableció la ciudad, según los registros de los que se
dispone. La ciudad, que originalmente se denominó Tallasi – nombre que en la
lengua original Creek significa “ciudad vieja” y que finalmente derivó en la
actual Tulsa en el año 1898, cuando la ciudad se incorporó de forma
oficial – se asienta sobre los terrenos regados por el río Arkansas. El
desarrollo que la ciudad experimentó a principios del S. XIX estuvo estrechamente ligado al
descubrimiento de pozos de petróleo en la zona, una actividad industrial muy
lucrativa que actuó como un verdadero imán para muchos buscadores de fortuna y
empresas que se asentaron en la región, actividad por la que Tulsa fue conocida
como “la capital mundial del petróleo” durante la mayor parte del S. XX.
Gracias a esta lucrativa actividad petrolera, la región resistió la gran
depresión del año 29 con muchos menos problemas que otras zonas del país. Los
primeros años del S. XX dieron forma al centro de la ciudad, y de esa época
datan los edificios más notables de la ciudad (entre ellos numerosísimas iglesias), como la Catedral de la Sagrada
Familia, una iglesia católica cuya construcción se completó entre los años 1912
a 1914. La catedral fue el edificio de mayor altura de la ciudad hasta la
construcción del hotel Mayo en 1923.
Primera Iglesia Metodista, Tulsa |
Catedral de la Sagrada Familia, Tulsa. |
Primera Iglesia Presbiteriana, Tulsa. |
Del pasado
petrolero de la ciudad quedan numerosos vestigios (solo hay que echar un vistazo a las orillas del río Arkansas para observar las numerosas
industrias y refinerías);
posiblemente el que mejor refleja este pasado dorado es la estatua del Golden
Driller (el perforador dorado), una gigantesca estatua (la sexta por tamaño de
todos los Estados Unidos) de 23m de altura y casi 20.000Kg de peso que
representa a un trabajador apoyado sobre una plataforma petrolífera, y que se
erigió, de forma temporal, con motivo de la Exposición Internacional del
Petróleo del año 1959; el éxito con el que el público de la muestra recibió la escultura propició que las autoridades
decidieran instalarla de forma definitiva frente al Centro de Exposiciones de
Tulsa con motivo de la Exposición Internacional del Petróleo que se celebró de
nuevo en el año 1966; desde entonces, esta enorme estatua dorada se ha
convertido en uno de los símbolos de la ciudad.
La inscripción
situada en la base de la estatua reza: “Dedicado a los hombres de la industria
del petróleo que con su visión y entrega han creado de la abundancia de Dios
una mejor forma de vida para la humanidad”. Sin negar la evidencia, hoy en
día tal afirmación resulta al menos discutible, a la vista de los notables
efectos que el uso del petróleo ha originado a nuestro medio ambiente.
A mediados del S.
XX el desarrollo de la ciudad parecía imparable (vamos, que Tulsa era en
aquella época como el Dubai de ahora…veremos qué queda de Dubai en 50 años…):
se construyeron parques, se mejoraron las infraestructuras, se construyó la presa
Spavinaw, que supuso una de las mayores inversiones públicas de la época, se
construyeron muchos de los edificios de estilo Art Decó que dan forma al centro
de la ciudad, e incluso en 1950 Tulsa recibió el reconocimiento por parte de la
prestigiosa revista “Time” como “la ciudad más hermosa de América”; a la vista
de lo que la ciudad ofrece en la actualidad, o ha perdido mucho del encanto que
le llevó a coronarse con aquel título, o mejor no pensar cómo serían las demás
localidades de la América en los años 50…
Pero todo lo que
sube, baja. Y la región se vio profundamente expuesta a la crisis energética
del año 1982 y muchas empresas abandonaron Tulsa; el principio del fin de un
sueño, el origen de lo que Tulsa es en la actualidad: el recuerdo de lo que
fue.
Pero si el petróleo marcó el origen y desarrollo inicial de la ciudad, el crecimiento posterior y gran parte de su razón de ser actual se lo debe agradecer a la Ruta 66. Y es que si bien el centro sigue conservando algunos de los edificios de estilo Art Decó que afloraron al abrigo de la boyante actividad industrial petrolera, el principal reclamo actual de la localidad se centra en la Ruta 66 y en los vestigios de aquella mítica carretera que han llegado hasta nuestros días. En 1925, el empresario local Cyrus Avery, también conocido como el padre de la Ruta 66, comenzó su campaña para dar forma a la idea de crear una carretera que uniera Chicago con Los Ángeles, y para ello creó la asociación U.S. Highway 66 en su ciudad natal, hecho por el que Tulsa también es conocida como el lugar de nacimiento de la Ruta 66. La Ruta, con una longitud de casi 4000Km, originalmente partía de Chicago y atravesaba Illinois, Missouri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México y Arizona antes de finalizar en Santa Mónica, en la ciudad de Los Ángeles, California. La carretera se construyó y la Ruta 66 pasó a jugar un papel importante en el desarrollo de la ciudad, ya que se convirtió en lugar de descanso habitual de los numerosos viajeros que la recorrían; de esta época inicial datan iconos de la Ruta 66 como la ballena azul de Catoosa o la señal de Meadow Gold, cuyos neones siguen brillando para disfrute de los muchos viajeros que recorren, cual peregrinos, la Ruta 66.
Pero si el petróleo marcó el origen y desarrollo inicial de la ciudad, el crecimiento posterior y gran parte de su razón de ser actual se lo debe agradecer a la Ruta 66. Y es que si bien el centro sigue conservando algunos de los edificios de estilo Art Decó que afloraron al abrigo de la boyante actividad industrial petrolera, el principal reclamo actual de la localidad se centra en la Ruta 66 y en los vestigios de aquella mítica carretera que han llegado hasta nuestros días. En 1925, el empresario local Cyrus Avery, también conocido como el padre de la Ruta 66, comenzó su campaña para dar forma a la idea de crear una carretera que uniera Chicago con Los Ángeles, y para ello creó la asociación U.S. Highway 66 en su ciudad natal, hecho por el que Tulsa también es conocida como el lugar de nacimiento de la Ruta 66. La Ruta, con una longitud de casi 4000Km, originalmente partía de Chicago y atravesaba Illinois, Missouri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México y Arizona antes de finalizar en Santa Mónica, en la ciudad de Los Ángeles, California. La carretera se construyó y la Ruta 66 pasó a jugar un papel importante en el desarrollo de la ciudad, ya que se convirtió en lugar de descanso habitual de los numerosos viajeros que la recorrían; de esta época inicial datan iconos de la Ruta 66 como la ballena azul de Catoosa o la señal de Meadow Gold, cuyos neones siguen brillando para disfrute de los muchos viajeros que recorren, cual peregrinos, la Ruta 66.
Después de unos
años de prosperidad, la Ruta 66 fue perdiendo protagonismo hasta que finalmente
fue eliminada de forma oficial de la Red de Autopistas de los Estados Unidos en
el año 1985. Algunos tramos se la ruta original se han recuperado bajo el
nombre de “Histórica Ruta 66”, devolviendo el nombre de tan mítica carretera a
los mapas de donde nunca debió desaparecer.
Durante mi
estancia en Tulsa tuve la fortuna de poder recorrer el tramo de la Ruta 66 que
une Tulsa con Oklahoma City, un recorrido de unas dos horas y media que ofrece
unas cuantas paradas y sitios de interés sobre la Ruta que bien merecen una
visita. Bien es cierto que ni el paisaje ni el trazado de la Ruta en Oklahoma
se pueden comparar con aquellos de Arizona; y es que Arizona ofrece
posiblemente la imagen más cautivadora de la Ruta 66: interminables rectas,
kilómetros en los que apenas te cruzas con coches, estaciones de servicio y
moteles abandonados a pie de carretera, el puro reflejo de la imagen de la ruta
proyectada por la película “cars” que la devolvió parcialmente a la vida, no
como la ruta funcional que inicialmente fue, pero si como la carretera de
interés turístico que actualmente es.
Entre esos
sitios que pude visitar se encuentra el puente de la calle 11, que data del año
1915 y que originalmente fue diseñado para atravesar el río Arkansas, cometido
que desempeñó como parte del trazado de la Ruta 66 entre los años 1916 y 1972,
cuando fue reemplazado por los puentes de la nueva I-244. En 1996 el puente
pasó a formar parte del Registro Nacional de Lugares Históricos. En la
actualidad el puente se encuentra cerrado en su totalidad (desde el año 2008,
incluso para el paso de peatones) debido a su lamentable estado de
conservación.
Unos kilómetros
hacia el sur se puede visitar un pueblo histórico de la Ruta 66, que no es tal
(porque no hay pueblo), pero que resulta muy pintoresco y que aúna a la
perfección los dos símbolos de la razón de ser de Tulsa: el petróleo y la Ruta
66. Una torre petrolífera se alza sobre una gran señal de la Ruta 66, con un
tren de vapor de la época como testigo de los tiempos pasados.
No faltan en el
recorrido los icónicos símbolos de la Ruta sobre el asfalto, en las estaciones
de servicio, los moteles de carretera con sus coloridos neones, los coches
abandonados, el ir y venir de los pesados camiones americanos devorando millas
a velocidades más propias de un turismo que de un vehículo de esas dimensiones
y peso…los elementos que le han dado el carácter y una personalidad única a la
Ruta 66 en definitiva.
A la espera de
poder volver a disfrutar (al menos parcialmente) de la Ruta 66 en un próximo
viaje a Estados Unidos (de momento Octubre es el mes elegido para volver a
visitar California y Nevada…Las Vegas, ¡allá vamos!), abandoné Tulsa con un
buen sabor de boca: actividad profesional completada con éxito y gratamente
sorprendido porque al final la ciudad me ofreció mucho más de lo que yo tenía
en mente.
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