2019 va a
ser un año de cambios profesionales. No lo sabía cuando comenzó, pero ahora,
tan solo unos meses después, sí. Una de las consecuencias inmediatas de estos
cambios es que Lisboa, como tantas otras ciudades europeas, dejará de estar en
mi agenda de viajes habituales. La capital portuguesa ha sido un destino
habitual durante los últimos 9 años, durante los cuales he acumulado un buen
puñado de visitas a la ciudad del Tajo, en ocasiones hasta 3 anuales, visitas
de las que guardo un buen número de imágenes y recuerdos. Los cambios que se
avecinan han llegado sin previo aviso, así que nada hacía pensar cuando comencé
a preparar el viaje a principios del año que la visita de finales de febrero
seria mi última visita profesional (al menos por el momento) a una de mis
ciudades favoritas de Europa. De haberlo sabido posiblemente hubiera tratado de
extender mi estancia para ofrecer al destino una despedida, un hasta la
próxima, como se merece.
Lisboa rezuma un ambiente único; una ciudad antigua, con personalidad propia y muy definida, una urbe que desprende, por qué no decirlo, un aspecto decadente cuando se visitan ciertos barrios o calles: calles adoquinadas, fachadas de azulejo, vetustos tranvías recorriendo sus estrechas calles. O te atrapa o deseas salir de allí y no regresar. A mí me atrapó. Durante éstos años he disfrutado sistemáticamente de mis paseos al atardecer, una vez finalizado mi trabajo y siempre que la agenda lo permitiera, redescubriendo en cada viaje, sin excepción, los mismos rincones, descubriendo nuevos puntos de vista, comprobando de primera mano los cambios y evoluciones acontecidos, siendo testigo privilegiado de las crisis sociales y económicas y de los resurgimientos que las siguieron, de la explosión del turismo. Echando la vista atrás y repasando las fotos que he acumulado durante este tiempo, me ha llamado la atención el ver cómo ha cambiado la fisonomía de la ciudad que ha encabezado un movimiento a nivel nacional, un cambio suave, progresivo, que ha finalizado con el reconocimiento (merecido) de Portugal como el mejor destino turístico del año 2018 según World Travel Awards. El paseo que bordea la ribera del río Tajo, antaño un pedregal no transitable, ha pasado a ser en la actualidad uno de los paseos más bonitos y frecuentados por locales y turistas, una zona peatonal que comunica el centro de la ciudad con la periferia, Praza do Comercio y Belém conectados por un paseo peatonal que discurre a escasa distancia de las aguas que han definido la fisonomía y personalidad de la ciudad.
Lisboa rezuma un ambiente único; una ciudad antigua, con personalidad propia y muy definida, una urbe que desprende, por qué no decirlo, un aspecto decadente cuando se visitan ciertos barrios o calles: calles adoquinadas, fachadas de azulejo, vetustos tranvías recorriendo sus estrechas calles. O te atrapa o deseas salir de allí y no regresar. A mí me atrapó. Durante éstos años he disfrutado sistemáticamente de mis paseos al atardecer, una vez finalizado mi trabajo y siempre que la agenda lo permitiera, redescubriendo en cada viaje, sin excepción, los mismos rincones, descubriendo nuevos puntos de vista, comprobando de primera mano los cambios y evoluciones acontecidos, siendo testigo privilegiado de las crisis sociales y económicas y de los resurgimientos que las siguieron, de la explosión del turismo. Echando la vista atrás y repasando las fotos que he acumulado durante este tiempo, me ha llamado la atención el ver cómo ha cambiado la fisonomía de la ciudad que ha encabezado un movimiento a nivel nacional, un cambio suave, progresivo, que ha finalizado con el reconocimiento (merecido) de Portugal como el mejor destino turístico del año 2018 según World Travel Awards. El paseo que bordea la ribera del río Tajo, antaño un pedregal no transitable, ha pasado a ser en la actualidad uno de los paseos más bonitos y frecuentados por locales y turistas, una zona peatonal que comunica el centro de la ciudad con la periferia, Praza do Comercio y Belém conectados por un paseo peatonal que discurre a escasa distancia de las aguas que han definido la fisonomía y personalidad de la ciudad.
Lisboa te cautiva
desde el momento en el que el avión se aproxima a su destino: en una de las
sendas de aterrizaje más bonitas y espectaculares del viejo continente, un
descenso en el que el avión parece rozar las azoteas de los edificios que han terminado
por encerrar al recientemente renovado aeropuerto de la capital en el núcleo de
la ciudad, y en el que se puede disfrutar, si te sientas en el lado derecho del
avión, de las impresionantes vistas del puente 12 de Octubre y de los jardines
del Marqués de Pombal, por nombrar solo algunas de las muchas vistas espectaculares
que te acompañarán en el descenso si la meteorología acompaña.
Ya en tierra, la
mejor manera de desplazarse hasta el centro es, a mi juicio, el autobús: por
4€, en tan solo 15 minutos estas en la Avenida da Liberdade – al mismo destino
se puede acceder también en metro, por algo menos de dinero (1,5€), pero
empleando el doble de tiempo aproximadamente, el lugar en el que se encuentra
el que ha sido mi hogar en las visitas a la capital Lisboeta durante estos años
(con un par de excepciones, por motivos presupuestarios), el Sofitel Lisbon
Liberdade, uno de esos hoteles en los que te sientes como en casa. Buenas
instalaciones, una situación excepcional y un trato amable por parte de los trabajadores
que han hecho siempre que me sintiera único y esperado durante mis estancias en
la ciudad. Por no mencionar las camas que tiene este hotel: si tienes
oportunidad, te recomiendo que lo pruebes, porque acostarse es como dejarse
caer en una esponjosa nube que te envuelve con suavidad.
Y una vez allí,
lo mejor es descubrir la ciudad a pie de calle, dejándose seducir por sus
numerosos encantos: el Castelo de San Jorge, los jardines del Marques de
Pombal, la plaza de España, Restauradores, la Avenida da Liberdade, Rossio,
Chiado, el barrio alto, la Praza do Comercio…tantos rincones que resulta difícil
quedarse con uno solo; ¿por qué elegir si los puedes disfrutar todos? Y es que ésta
es una de las ventajas de la capital portuguesa: la cercanía de todos los
lugares, que pueden visitarse fácilmente a pie. Y para aquellos más perezosos,
siempre se puede hacer uso del aceptable transporte en suburbano que cubre los
principales destinos de la ciudad (billete sencillo 1.5€).
Un poco más
alejado del centro, es imprescindible visitar Belém, con su característica
torre emergiendo de las aguas (en otros tiempos, porque en la actualidad la
imagen no es tan fotogénica), el monumento dedicado a los descubridores de
América, así como el Monasterio de los Jerónimos que se sitúa justo enfrente. La
zona queda a unos 7Km del centro de Lisboa, pero es un paseo de lo más
agradable (si tienes tiempo para ello, te recomiendo hacerlo, descubriendo esta
zona de la ciudad recientemente renovada, un paseo de lo más agradable por la
orilla del río – ahora un poco menos relajado, debido a la febril actividad de los
scooters eléctricos que han tomado literalmente la ciudad y que son muy
populares entre turistas y locales), aunque también se puede acceder fácilmente
en el tradicional tranvía, partiendo de la Praza do Comercio.
Y qué decir de la
gastronomía Lisboeta…bueno, la verdad es que aquí tengo poco que decir, es
mejor mostraros las imágenes de los manjares de la cocina local. Siempre he
considerado mis viajes a Lisboa (o a cualquier otro sitio de Portugal) como mis
“jornadas del bacalhau”. Es un plato que me apasiona, y con las pocas opciones (¿alguna?)
que ofrece Colonia para comer pescado, siempre he aprovechado mis viajes al sur
de Europa para deleitarme con los sabores de este manjar del mar, preparado de
mil maneras: a brás, a lagareiro, a minhota…Entre mis sitios favoritos y
frecuentados a menudo se encuentran la Adega das Merces, en el barrio alto, un
pequeño local muy tradicional y cuyo aspecto no invita a entrar, pero si vences
esos pudores infundados iniciales seguro regresas (yo lo he hecho durante casi
10 años); el solar del duque, también en el barrio alto, accediendo por Rossio,
mucho más turístico que el anterior, pero aún con un servicio aceptable; la
casa de Alentejo, en la ciudad antigua, un local único de estilo mozárabe cuyo
patio interior bien merece una visita (la cocina no es mala, pero no es ninguna
maravilla y en comparación es más cara que los sitios de los alrededores), o el
restaurante O Chiado, un pequeño local que ofrece una carta muy reducida de
platos tradicionales portugueses donde no falta el bacalao. Y los sitios a
evitar, claro, principalmente los situados en las calles turísticas del centro,
donde los buscadores de clientes te atosigan con los menús para convencerte de
que su restaurante ofrece algo distinto a lo que ofrecen las decenas de
restaurantes similares que puedes encontrar en una veintena de metros alrededor, o los muchos locales del barrio alto que ofrecen actuaciones de fado como reclamo.
Yo caí en la trampa en un par de ocasiones al principio de mis viajes a la
ciudad, y aprendí la lección. Son locales turísticos y dan por sentado que no
volverás, así que no esperes ni buen trato, ni buena comida ni buen servicio.
Eso sí, ello esperan buena propina (el lado negativo del turismo en Lisboa).
Así las cosas, me
hubiera gustado haber podido preparar mi despedida de Lisboa con algo más de
tiempo, pero no fue así; no obstante, conseguí hacer encaje de bolillos con mis
horas de trabajo y aprovechando la salida tardía de mi vuelo de regreso a
Alemania pude disfrutar de unas horitas libres, que decidí disfrutar visitando
Sintra, ciudad Patrimonio de la Humanidad. El reclamo llegó hace unos meses
cuando en un artículo de viajes de El País viajero se mencionaba un pozo en una
finca de la localidad. Hasta ahí nada especial. Pero es que al fondo del pozo
en cuestión, ubicado en la Quinta da Regaleira, se accede por unas escaleras de
caracol que representan un viaje de la muerte a la reencarnación, un pozo sin
agua en cuyos pasadizos se llevaron a cabo ritos iniciáticos masónicos; con
esta carta de presentación, ¿cómo evitar una visita a un lugar tan misterioso?
Y con la sola
idea de visitar ese pozo que llamó mi atención (bueno, tal vez lo de los ritos
masónicos también tuvo algo que ver en el viaje que de inmediato emprendió mi
imaginación mientras leía el artículo), me puse en marcha; llegar a Sintra es
muy sencillo. Los trenes suburbanos parten con bastante frecuencia de dos
estaciones: Rossio, en el centro, y Oriente, en los alrededores del barrio que
creció al abrigo de la Expo 98. El trayecto cuesta 2,5€ y te deja en el centro
de la coqueta localidad en unos 40 minutos. Sintra ofrece motivos más que
suficientes para una visita más pausada, pero con solo unas pocas horas
disponibles, me centré en visitar, a la carrera, la Quinta da Regaleira, donde
se encuentra el pozo en cuestión, y ya que estaba allí no pude dejar pasar la
ocasión de visitar de nuevo el Parque da Pena, el lugar más pintoresco, único y
característico de la localidad.
La Quinta da
Regaleira (entrada 8€) se ubica a unos 15 minutos andando de la estación de
trenes. Tal y como rezaba el artículo que motivó el viaje, “hay pistas de alquimia
desconocida repartidas por la finca, protegida por la UNESCO, con una llamativa
mezcla de estilos arquitectónicos y ostentosos jardines. Debajo de esta
fastuosa residencia, encargada por el magnate del café Antonio Carvalho
Monteiro, se esconden dos pozos en los que no hay agua. Uno tiene nueve niveles
que representan los nueve círculos del cielo y el infierno de Dante, a lo largo
de sus 27m de altura. El otro tiene una escalera recta con escalones numerados
según los principios masónicos que baja hasta una cruz templaria”. El recinto
también encierra numerosas grutas “ocultas”, improvisados templos excavados en
la roca y hasta un pequeño estanque que se alimenta del agua que fluye de una
pequeña catarata artificial. Un recinto que bien merece una visita (seguramente
algo más pausada que la mía).
El otro punto de
interés en Sintra es el Parque y Palacio Nacional da Pena (entrada al parque y a los patios del castillo 7,5€; si se quiere visitar el
castillo por dentro hay que desembolsar 13€). El castillo se alza en una colina
situada a unos 3Km de la Quinta da Regaleira, al que se puede acceder
fácilmente a pie (y así de paso evitas los atascos que se producen por la
estrechez de la carretera). El castillo es simplemente espectacular (por fuera,
por dentro no lo visité, ni ganas que me quedaron, porque cada vez que he
visitado uno – Versalles, la Granja, Neuschwanstein… - siempre me ha gustado
más el exterior que lo que encierran sus históricos muros; no soy muy curioso,
así que el ver cómo vivían los nobles de la época la verdad es que me llama
bastante poco la atención…). Las vistas que se tienen desde los patios del
castillo y las murallas que lo rodean tampoco tienen desperdicio. Por desgracia
el tiempo no estaba para muchas alegrías durante mi visita y la niebla se
encargó en empañar parcialmente la visita.
Una despedida
precipitada que me supo a poco, aunque me dejó un buen recuerdo. Lisboa siempre
tendrá un lugar en mi corazoncito viajero, pero de momento me temo que va a dar
paso a otro tipo de destinos. Por suerte no tardaré en regresar a Portugal, más
concretamente en Abril, aunque en esta ocasión Madeira será el destino del
viaje, actividad de la que os mantendré puntualmente informado a través de este
canal, como de costumbre. Hasta entonces, espero que este recorrido en imágenes por Lisboa y Sintra os haya servido para haceros una idea de lo mucho que esta zona ofrece, ¡animaros a visitarla que seguro que no quedáis decepcionados!