Después de seis meses sin viajar por motivos profesionales, con escasos viajes personales y habiendo dejado atrás durante éste periodo viajes a Estados Unidos, China, Japón, Islandia, Indonesia, Malaysia, Irlanda o España, por citar solo algunas de las actividades planificadas y canceladas desde Marzo de éste año, unido a una nueva cancelación de un viaje que tenía previsto realizar con mi hermana y mi cuñado en Septiembre, me empujó a la necesidad de viajar, sin importar demasiado el destino, solo por el "placer" de viajar y recordar la que era hasta hace solo unos meses mi modo de vida: salas de espera de aeropuertos, vuelos y hoteles. Las restricciones impuestas por muchos de los países a la llegada de turistas (imposiciones que vienen tanto de países de dentro como de fuera de la Unión Europea), y las propias restricciones de viajes impuestas por mi país de residencia (la famosa lista del RKI) dejaban poco lugar para la elección, y con la idea de un vuelo corto y directo desde Colonia/Dusseldorf me decanté por la opción de Nápoles, una de las pocas opciones disponibles a un destino en el que no hubiera estado aún.
No nos
engañemos: Nápoles no es un destino soñado, pero en las condiciones actuales
cualquier destino sonaba, en cierto modo, atractivo. Las expectativas se
cumplieron: Nápoles es una ciudad a la que, si de mí dependiera en el futuro,
no regresaría: tiene un centro histórico que pese a ser Patrimonio de la
Humanidad, se encuentra en un estado de abandono lamentable, unas
infraestructuras más propias de un país en vías de desarrollo que europeo y unas
condiciones higiénicas que hacen pensar que ciudades como Hanoi son un
referente en cuanto a la gestión de la basura, con contenedores de basura
rebosantes, desperdicios por todas partes y suciedad, mucha suciedad. Así las
cosas, Nápoles gana en las distancias lejanas: cuanto más te alejas de la
ciudad, mejor impresión te llevas: los miradores de San Antonio a Posillipo y
de San Martino ofrecen, sin ninguna duda, la mejor cara de la ciudad. Y bajando
de las alturas, la ciudad ofrece un par de sitios interesantes de visitar, pero
todo eso te lo cuento con más detalle en la crónica completa del viaje.
Pero
por fortuna, el viaje no sólo era para visitar Nápoles; en toda
viaje a la ciudad en la que nació la pizza no puede faltar una visita a
Pompeya, una de las ciudades más famosas de los tiempos antiguos, y que quedó
completamente destruida después de la violenta erupción del cercano Vesubio
allá por el año 79 de nuestra era. Los trabajos arqueológicos que se han
llevado a cabo han devuelto en cierta medida la vida y la actividad robada de forma violenta a la ciudad,
y hoy es posible recorrer las calles de lo que era ésta gran ciudad de la
época y visitar algunas de las viviendas y edificios que han conseguido recuperarse, en
mayor o menor medida.
Y
lógicamente no podía dejar pasar la oportunidad de subir al cráter del volcán
que originó tanta destrucción hace casi 2000 años; observando su estado actual, de
total tranquilidad y ausencia de actividad, cuesta imaginar que pueda ser tan
destructivo. Pero no hay que confiarse; desde el S. XVII el volcán ha entrado
en erupción en numerosas ocasiones, a intervalos medios de unos 20 años. La última
erupción se produjo hace unos 80 años...tal vez la naturaleza se esté
simplemente dando un respiro después de un periodo tan activo, o quizás este
cogiendo fuerzas para recordar a los miles de personas que se han asentado en
sus laderas quién es el que manda. De una forma u otra, lo sabremos en el
futuro (bien nosotros, bien las generaciones venideras, en caso de que el Vesubio
decida continuar con su siesta unas décadas más).
Procida.
Posiblemente el nombre no te suene de nada, pero cuando veas las imágenes te
enamorarás del lugar y no se te olvidará su nombre. Procida es el nombre de una
pequeña isla situada muy cerca de Nápoles, un destino muy famoso y frecuentado
por los locales. Varios ferris conectan la diminuta isla, de apenas 4Km de
longitud, con la península itálica a diario, en un trayecto que dura una hora,
lo que hace que sea una excursión ideal de un día desde Nápoles.
Y para
finalizar, no podía faltar en el viaje uno de los motivos fundamentales de
haber visitado la zona, y que no es otro que recorrer la costa amalfitana en
motocicleta. La carretera de la costera amalfitana pasa por ser una de las
carreteras más bonitas del mundo, y doy fe de que así es. La carretera discurre
bordeando la costa, sorteando acantilados y ofreciendo mil y un motivos para detenerse
a contemplar la belleza del paisaje. Los pueblos de la zona costera, coloridos
y vibrantes, se caracterizan por sus casas que parecen colgar de las montañas a
cuya sombra han ido creciendo. Poco queda ya de la esencia de éstos pueblos que
originalmente eran localidades de pescadores, y en la actualidad se han
convertido en importantes focos turísticos: Amalfi, Atrani o Positano son solo
algunas de las localidades que ven multiplicar su población exponencialmente
durante los meses estivales.
Como
ves, el viaje ha deparado historia, arte, naturaleza, mar y montaña. Si quieres
conocer todos los detalles del viaje y ver las estupendas imágenes que el viaje
me ha regalado (algunas), te invito a que accedas a la crónica completa del
mismo a través del menú de páginas situado a la derecha de la página principal
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