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domingo, 19 de julio de 2020

San Juan de Gaztelugatxe, entre la realidad y la ficción.

Tiempo de lectura: 5 a 7 minutos. 


      En la vertiente oriental de la costa cantábrica se encuentra uno de los múltiples y espectaculares enclaves que nos regala la rica geografía nacional y que si tienes ocasión, no debes dejar de visitar: San Juan de Gaztelugatxe. Personalmente yo “descubrí” éste lugar hace muchos años, cuando en el canal público de televisión mostraban imágenes de enclaves nacionales entre el espacio vespertino dedicado a las noticias y el dedicado a la previsión meteorológica. Estoy hablando de hace muchos años (posiblemente entre 15 y 20). Y después de ver las imágenes tuve claro que algún día visitaría aquella pequeña ermita situada en lo alto de un islote ubicado en el mar, ermita a la que se accede a través de un serpenteante camino escalonado, un camino que parece abrirse paso a través de las agitadas aguas del mar cantábrico. Y a pesar del deseo por conocer el lugar y la relativa cercanía a mi lugar de origen, los años han pasado y habiendo encontrado tiempo para visitar rincones de medio mundo (algunos de ellos de escaso valor turístico, por qué no admitirlo), nunca se dieron las condiciones para visitar esta pequeña joya del norte de la península. 


        Hace unos años el lugar se hizo famoso a nivel mundial al convertirse en Rocadragón en la serie Juego de Tronos, el hogar de Daenarys Targaryen (la primera de su nombre, la que no arde, rompedora de cadenas, madre de dragones, reina de los Ándalos, los Rohynar y los Primeros Hombres, señora de los Siete Reinos y Protectora del reino, khaleesi del Gran mar de hierba, señora de Rocadragón y reina de Meeren…Daenarys para los amigos) y las visitas se hicieron imposibles debido a la afluencia de gente que descubrió por la famosa serie éste particular enclave (o al menos visitarlo como merece, con tranquilidad y sin multitudes). Las autoridades impusieron un número máximo de visitas diario para evitar que el lugar, prácticamente desconocido hasta entonces para la mayoría de los españoles, muriera de éxito, por lo que es necesario obtener una entrada (gratuita) para acceder (https://web.bizkaia.eus/es/gaztelugatxe). Y a principios de Julio, con motivo de una breve estancia de vacaciones en mi Palencia natal, y aprovechando la calma aparente creada en torno a la actividad turística por la pandemia de Covid-19, nos lanzamos a descubrir San Juan de Gaztelugatxe.


      Debido a la situación creada por el Covid-19, el libre acceso al camino que lleva a la ermita se ha limitado: en la actualidad se accede por Urizarreta y se regresa por el camino habitual, por Ermu, para evitar el cruce de gente durante el ascenso y descenso. Las vistas desde el punto de control ya son espectaculares, anticipo de lo que vamos a poder vivir unos minutos más tarde. Mientras en Castilla las tormentas anegaban los campos y las ciudades, nosotros disfrutamos de un tiempo cálido y soleado durante nuestra visita. El mundo al revés.



    La ermita que se encuentra en lo alto del islote se alza unos 80 metros sobre el nivel del mar y originalmente databa del S. X, aunque el edificio actual data del año 1980, ya que la iglesia quedó destruida por un incendio ocurrido dos años antes. A la ermita se accede a través de un estrecho y peculiar camino escalonado; el número de escalones no está claro, ya que hay varios números que se disputan el “honor”: 231, 229, 237 ó 241 (siendo éste último el número que figura en el folleto turístico oficial). En cualquier caso la subida es relajada (en el fondo se salvan solo 80 metros de desnivel, ya que desde la entrada hasta el inicio del camino que da acceso a la isla la senda es descendente - con una fuerte pendiente, eso sí), así que es una visita apta para todos los públicos (pese a las alarmistas recomendaciones que se pueden leer en numerosos foros, blogs o incluso en la página web oficial, recomendado hacer el recorrido con calzado de montaña….un poco exagerado todo, la verdad, teniendo en cuenta que el camino de ida no llega al kilómetro y medio, y el de regreso se queda ligeramente por encima de los 2,5Km - en torno a los 4Km el recorrido completo de ida y vuelta). Ni que decir tiene que las vistas son espectaculares desde cualquier ángulo: desde el acceso al serpeteante camino que lleva a la ermita, desde la ermita, las vistas de la costa…un paraje de gran belleza mires hacia donde lo mires. 






      Y si a la belleza del lugar en sí le sumas el atractivo especial que tiene para los seguidores de la saga de Juego de Tronos, la experiencia ya es redonda. Con imaginación puedes sentirte por unos instantes en la piel de John Snow, conversar con Daenarys, disfrutar viendo volar a sus hijos o incluso “intimar” con uno de ellos. Eso sí, ni rastro del vidriagón ni de las grutas de las que se extrae (cosas de la ficción). Personalmente me hubiera quedado allí todo el día (a mí estos lugares me apasionan, y para colmo de suertes no había mucha gente), pero no pudo ser, y me quedé con (muchas) ganas de visitar el lugar por la tarde con marea alta; en cualquier caso, una buena excusa para regresar en el futuro.





     Y aprovechando el viaje, pues nos dimos una vuelta por Bermeo, localidad costera cercana a la ermita, donde pasamos el resto del día y dormimos en un apartamento turístico situado en pleno puerto viejo, el lugar más característico y visita imprescindible en la localidad: las coloridas y estrechas casas se reflejan en las aguas de un puerto dedicado al amarre de embarcaciones de todo tipo y cuyas aguas se convierten durante el verano en improvisado (o no tanto) lugar de baño para locales y visitantes (con servicio de socorrista incluido). El malecón se convierte en una plataforma de salto para los más jóvenes y el ambiente relajado ayuda a olvidar, al menos por unos momentos, la tremenda situación que estamos viviendo: las mascarillas dan paso a los bañadores y los bronceadores solares. Bermeo ofrece un puñado de sitios interesantes para visitar, como la Cofradía Vieja (San Pedro), en desuso desde el año 1993, La Iglesia de Santa Eufemia, también conocida como la iglesia del puerto, construida inicialmente sobre una isla que ya no existe ya que se ha incorporado a la ciudad, la torre Ertzilla que acoge al museo del pescador, las esculturas del puerto o el Arco de San Juan, por citar solo alguno de los lugares que se pueden recorrer en un corto paseo, ya que la localidad no es muy grande y todo queda cerca. Al caer la tarde, déjate seducir por la gastronomía local ofrecida por los numerosos restaurantes que se encuentran en la zona del puerto viejo, pero no te retrases mucho porque cierran más bien pronto (o tal vez es que nosotros salimos a cenar demasiado tarde...). 








     Una visita que llevaba mucho tiempo esperando poder realizar y que no defraudó; me quedaron muchas ganas de pasar más tiempo en la zona, pero este año las vacaciones han sido como han sido y vendrán tiempos mejores en los que se puedan organizar los viajes como solíamos hacer tan solo unos meses atrás, ¡seguro!. Hasta entonces, seguiremos tratando de improvisar viajes y experiencias para no perder las buenas costumbres. Hasta pronto y !a cuidarse!