Te cautivan. Te encandilan. Te abruman. Te sorprenden. Te hechizan. Te sorprenden. Te enamoran. Me refiero a las auroras boreales, las luces del norte. Quienes hayan tenido la fortuna de disfrutar alguna vez de ellas sabrán a qué me estoy refiriendo. Para quienes no las hayan descubierto aún, mi pequeño consejo: no dejéis pasar la oportunidad (si se brinda) de disfrutar de ellas, aunque resultan esquivas y difíciles de localizar.
Después de la experiencia vivida el año pasado, no dudé en embarcarme en una nueva búsqueda de auroras boreales, ésta vez en Saariselkä, de nuevo en la región de la Laponia Finlandesa (a algo más de 68º de latitud Norte), mucho más al norte del límite que marca el círculo polar ártico (situado a unos 66º) En esta ocasión tuve la fortuna de disfrutar de una numerosa y agradable compañía, y como todo, en compañía se disfruta más.
El objetivo era el de todo viaje: disfrutar y descubrir un lugar nuevo, pasar unos días agradables haciendo algo distinto, empaparnos de las tradiciones locales y, puestos a hacer un viaje tan al Norte en pleno mes de enero, confiar en disfrutar de alguna aurora boreal (en realidad ésta era para mí la única y verdadera razón de ser del viaje) El destino inicial era Ivalo (la ciudad más importante de la zona y que posee el único aeropuerto en esa región), y donde al principio iba a viajar yo sólo, luego fuimos tres, luego cinco y finalmente seis los osados que decidimos enfrentarnos a las bajísimas temperaturas de la región; y en busca de una mayor comodidad, cambiamos el lugar de residencia durante nuestra estancia a Saariselkä, población situada a unos 30Km al sur de Ivalo y que ofrecía un buen puñado de reclamos, como narro en detalle en la crónica de nuestro viaje, a la que puedes acceder como de costumbre en el menú de páginas situado a la derecha de ésta entrada o a través del siguiente enlace:
Espectacular puesta de sol desde Saariselkä |
En ésta región y en la época del año en la que la visitamos (enero), los días son muy cortos: el sol apenas se deja ver sobre el horizonte, mostrándose de forma tímida y esquiva, y las horas de claridad (que no de luz solar) se reducen a apenas cuatro. Por contra, la luna es visible durante prácticamente todo el día (y toda la noche, noche que se apodera sin ningún tipo de escrúpulos del tiempo y de las vidas de los que allí habitan durante unas cuantas semanas cada año) A la vista de la lucha que mantienen de forma sistemáticamente el día y la noche en ésta región, y que de momento ganaba la noche (aunque el día gana protagonismo cada minuto que pasa, al menos hasta el 21 de Junio) estaba claro que había que aprovechar esas cuatro horas de luz que nos brindaba el lugar. Y así lo hicimos: visitamos aldeas tradicionales, montamos en moto de nieve, hicimos un safari en trineo tirado por perros, nos dejamos asombrar por los increíbles y espectaculares paisajes que se abrían a nuestros sentidos en cada rincón de ésta región y disfrutamos (mucho...muchísimo y en repetidas ocasiones) de la nieve que teñía de un blanco puro (como de anuncio de detergente) todo el paisaje (incluso los bordes de las carreteras, tradicionalmente ennegrecidas por el rodar de los vehículos, lucen un aspecto blanco inmaculado allí)
Y entre tanta actividad se nos fue el tiempo sin enterarnos, y nos vimos de regreso a nuestra rutina diaria (como después de todo viaje), con un sabor, al menos para mí, agridulce, por lo vivido y por lo no vivido durante el viaje. Pero cuando un viaje finaliza, comienza otro, y ahora me encuentro de nuevo inmerso en la preparación del próximo gran viaje de vacaciones que me llevará a mediados de marzo, y disfrutando de una compañía muy especial, a pasar un par de semanas en los Estados Unidos y Canadá, visitando Nueva York, Atlantic City, Philadelphia, Toronto y las cataratas del Niágara; viaje del que espero dar buena cuenta aquí, como de costumbre.