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Por si el mes de Junio no hubiera tenido suficientes viajes (Madrid, Cardiff, Montreal, Bergen op Zoom, Roermond y Lindenberg), el mes de Julio arrancó con un nuevo viaje, esta vez inesperado, un viaje repentino y breve a Bruselas. La capital belga es una vieja conocida, aunque hacía ya unos años que no tenía la suerte de perderme por sus calles. Me resulta de lo más interesante comprobar cómo cambia nuestra perspectiva sobre un lugar determinado en función de factores tales como la meteorología, la época del año, el motivo del viaje, la compañía...todo influye en nuestra percepción, a veces favorablemente y otras no tanto. La última vez que visité la ciudad fue en un mes de Noviembre de hace ya unos años, y recuerdo que incluso durante el fin de semana fue complicado encontrar un sitio abierto para cenar o tomar una cerveza a partir de las 7 de la tarde, nada que ver con la imagen de dinamismo y vitalidad que me traigo de mi última experiencia en la capital de un país que nunca decepciona. Una estancia de menos de 24 horas de las cuales pude dedicar algo menos de 6 a recorrer mis rincones favoritos de la ciudad. Bruselas es una ciudad pequeña y se puede recorrer fácilmente andando; si además la climatología acompaña, el paseo se convierte en un auténtico placer, un regalo (a pesar de las numerosas obras que se están acometiendo, de forma masiva, en la ciudad). Y para aquellos sitios a los que no se puede acceder andando, la ciudad cuenta con un eficiente sistema de transporte público. Así que no hay excusa que valga. Ahí va mi recomendación de cosas que hacer si tienes unas horas en la capital comunitaria.
1. Disfrutar de la Gran Plaza, de día.
La Gran Plaza de Bruselas es LA VISITA, parada obligada para todo el que visite ya no sólo la ciudad, sino el país. La sucesión de edificios incluye casas de gremios, el edificio del ayuntamiento, la Casa del Rey, edificios que compiten por el título al más hermoso, competencia de la que nos beneficiamos los visitantes que podemos disfrutar de tan maravilloso escenario. No en vano, la plaza recibió el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en el año 1998. Posiblemente la plaza más hermosa de cuantas he tenido la fortuna de visitar en mis viajes. Y después de tantas visitas, creo recordar que ésta ha sido la primera ocasión en la que he podido disfrutar de la plaza al completo (sin edificios en restauración, o templetes o actividades organizadas en la plaza). El origen de la plaza se remonta hasta el S. XI, época de la que se tiene constancia de un pequeño mercado organizado en el lugar. El edificio más antiguo de la plaza es el ayuntamiento, que data de comienzos del S. XV, una joya medieval, complementado posteriormente con la icónica torre gótica de casi 100m de altura que domina toda la plaza. Una curiosidad: el edificio no es simétrico. Al margen de la belleza arquitectónica de la plaza, innegable, tómate tu tiempo también para disfrutar de los intangibles de la plaza: el ir y venir de gente, su vitalidad, su dinamismo, el disfrute de una buena cerveza belga desde una de las privilegiadas terrazas que la flanquean...por todo ello es mi número 1 de cosas que hacer en la capital belga. Podría haber pasado aquí todo mi tiempo libre (6 horas) o incluso más sin temor a caer en el aburrimiento, pero hay más que ver, así que seguimos.
2. Vivir la Gran Plaza, de noche.
Y si la visita a la Gran Plaza de día te ha gustado, no te pierdas la experiencia de noche, porque simplemente te enamorará. Una cuidada y elegante iluminación da vida a este espacio cuando el sol, entre regañadientes, ha abandonado el lugar. Las luces y las sombras recogen el testigo del protagonismo en la noche, sustituyendo a los brillos y reflejos dorados originados por la luz del astro Rey. La vitalidad y el bullicio continúan, al menos en ésta época del año, y cientos de personas se congregan allí para charlar, tomar algo, pasear o simplemente sentarse en el suelo para disfrutar del espectáculo visual. Me costó abandonar el lugar, no creo que haga falta decirlo...Una experiencia absolutamente imprescindible.
3. Esa pequeña fuente de un niño haciendo pis.
Resulta difícil pensar que una escultura tan pequeña (apenas 65cm de altura) atraiga tanta curiosidad. El Manneken Pis (que en el idioma local significa "hombrecillo que orina") es una visita obligada en la ciudad, según dicen símbolo del espíritu independiente de sus habitantes. Se ubica a escasa distancia de la Gran Plaza, así que entra dentro de todos los recorridos turísticos. La imagen original, en piedra, podría datar de finales del S. XIV; fue reemplazado por una estatua hecha de bronce en el año 1619, y la escultura que se observa hoy en día data del año 1965 (¡no pasa el tiempo por este pequeñín!). Como os podréis imaginar, no faltan teorías y leyendas sobre el verdadero significado de la estatua, siendo al parecer la más aceptada la historia de un rico comerciante que durante una visita a la ciudad perdió a su hijo, que fue encontrado por los grupos de búsqueda que se organizaron, sonriendo y orinando en un jardín. Como agradecimiento, el comerciante financió la construcción de una fuente con la imagen de su hijo coronando la misma. Sea cierto o no, lo que sí es innegable es que el Manneken Pis es uno de los símbolos de la ciudad, y su fama traspasa fronteras. Durante mi última visita tuve la fortuna de ver la escultura tal y como es, y es que lo "habitual" es ver la estatua vestida con uno de los 800 trajes que se conservan en el museo de la ciudad. Todo un mundo alrededor de esta pequeña estatua. Pero Bruselas ofrece más. Haciendo gala de cierto sentido del humor (muy particular), si exploras a fondo las calles de la ciudad podrás ver a la hermanita del Manneken Pis (oculta tras una verja al final de un estrecho callejón en la ciudad antigua, Jeanneke Pis) e incluso a su mascota (Zinneke Pis). No cabe duda de que a los belgas no le dan importancia a eso de orinar en las calles; ¿quién será el próximo "Pis"?.
4. Contempla las vidrieras de la Catedral de S. Miguel y Sta. Gúdula.
Ubicada en un cruce comercial estratégico, donde se cruzaban las rutas comerciales que conectaban Flandes con Colonia, y Amberes con Mos, se alza esta impresionante construcción de estilo gótico francés cuya construcción se inició en torno al S. XIII y concluyó en el año 1500, ocupando el lugar en el que se ubicaron sucesivamente construcciones religiosas desde aproximadamente el año 700. En el exterior destacan sus dos imponentes torres de casi 70m de altura, y el interior está dominado por las impresionantes vidrieras (¡algunas datan del S. XVI!) y las representaciones de los 12 apóstoles que se apostan sobre las columnas cilíndricas que sustentan esta joya arquitectónica.
5. Come y bebe como los locales.
Bruselas no solo ofrece placeres para la vista; el gusto y el olfato también tienen su recompensa en la ciudad belga. El centro de la ciudad reúne decenas (tal vez cientos...¡no es una exageración!) de locales que ofrecen lo más tradicional de la gastronomía local, con tres productos a la cabeza en cuanto al disfrute gastronómico: el chocolate, los mejillones y la cerveza. Las chocolaterías abundan en la ciudad y sus escaparates son de lo más atractivos, con gigantescas fuentes de chocolate o representaciones de los iconos de la ciudad tallados en tan particular material. El plato por excelencia son los mejillones con patatas fritas (en la sencillez está su atractivo), y todo ello bañado por la bebida por excelencia del país, la cerveza, una bebida que es una religión: cientos de variedades disponibles, sabores tradicionales y otros más rompedores, suaves o de alta graduación. Incluso si no eres habitual de esta bebida fermentada, me atrevería a asegurar que en Bélgica encontrarás una a tu medida. Nada nuevo para mí, que ya he hecho numerosos viajes a la frontera belga para comprar sus productos (las cervezas alemanas no pueden competir con sus vecinas belgas...). Y de postre nada mejor que un gofre: decenas de variedades, para todos los gustos. Yo guardaba un recuerdo estupendo del establecimiento de gofres que está justo al lado del Manneken Pis, ya que la masa de sus gofres es dura, crujiente, nada que ver con esos gofres blandengues que se venden en la mayor parte de las ciudades y que no puedes ni coger con la mano, así que no me resistí y caí en la tentación, tomando uno sencillo pero que es el que me gusta y como me los preparo en casa: nata y chocolate. La experiencia no superó al recuerdo que tenía, pero ¡sigue siendo el mejor gofre que he probado en años!. Si estás inmerso en la "operación bikini", ¡mejor no visitar Bruselas!
6. El Atomium
Algo más alejado del centro (unos 20 minutos en metro, parada Heizel de la línea 6) se encuentra otro de los símbolos de la ciudad, el atomium, una escultura que representa un cristal de hierro ampliado muchas, pero muchas, muchas veces, hasta llegar a los 102m de altura, con esferas de 18m de diámetro. Como ya sucedió con otros símbolos mundialmente conocidos (como la torre Eiffel), se construyó para permanecer en su ubicación durante medio año, pero el reclamo turístico en que se convirtió en ese corto período de tiempo hizo que las autoridades decidieran darle a la estructura una segunda vida. Desde el año 2006 se puede visitar su interior, que alberga una exposición, y subir hasta la esfera superior por medio de un ascensor. Yo ya lo había visitado en un viaje anterior y la verdad es que no me quedó un recuerdo especialmente bueno (tampoco malo, más bien de indiferencia), así que me limité a visitarlo por fuera (que 6 horas tampoco dan para todo lo que se quiera...). En las cercanías se puede visitar también la pequeña Europa, un recinto que alberga representaciones en miniatura de los principales edificios de Europa (que también visité en otra ocasión y por tanto me abstuve en este viaje), el parque de exposiciones de Bruselas o el planetario. Vamos, que se puede pasar bien a gusto un día completo en aquella parte de la ciudad.
7. El corazón de Europa
Para un Europeísta convencido, no puede faltar una visita al distrito de las instituciones comunitarias; no es que se pueda ver mucho, pero siempre gusta ver en vivo esas imágenes que estamos cansados de ver por la televisión. Durante el día de mi visita se estaban llevando a cabo las votaciones para elegir al presidente de la Comisión y otros altos cargos europeos, así que el acceso estaba blindado (la estación de metro que da acceso a la zona, Schuman, permaneció cerrada); yo incluso tuve algún pequeño problema para acceder al edificio al que debía ir y que motivó mi visita a la ciudad. Resulta también interesante visitar esta zona de la ciudad porque en ella se respira un ambiente totalmente distinto. Buena parte de los más de 5000 trabajadores comunitarios que residen en la ciudad lo hacen en esta zona, y eso se nota al pasear por las calles (se escucha mucho español, alemán, italiano...) y en la particular fisonomía que ha adoptado esta parte de la ciudad para albergar tanto edificio comunitario y expatriados. Os pondría una foto que tengo mía de mi anterior visita al edificio de la Comisión, a la entrada del mismo, pero los años no me harían justicia, así que os tendréis que conformar con ver solo las fotos que pude tomar durante esta visita.
8. Las galerías de St. Hubert.
En el corazón de la ciudad antigua se pueden visitar las galerías reales de Saint Hubert, un lujoso pasadizo con techos acristalados y paredes en mármol. Recuerdan a las galerías Vittorio Emmanuele de Milan, pero estas de Bruselas son más antiguas. Las galerías comunican dos de las calles comerciales más tradicionales del centro de la ciudad y ofrecen un abanico de lo más variado y visual de compras: lujosas chocolaterías, tiendas de prestigiosas marcas o cafeterías en las que disfrutar de un café cuando el tiempo arrecia en el exterior (que no fue el caso durante mi visita, por fortuna).
9. La plaza de la Bolsa.
La plaza de la bolsa de Bruselas es uno de los sitios más animados de la ciudad, donde la gente, de todo género y condición, se reúne y deambula sin rumbo definido. En la actualidad el recinto está un poco mermado, ya que las obras se han apoderado del lugar, pero aún conserva ese ambiente distinto y no falta la gente, tanto de día como de noche, que se reúne allí. Está a un paso de la Gran Plaza, así que casi te resultará inevitable no pasar por allí si visitas la capital belga.
10. Déjate seducir por el ritmo de la ciudad.
Como suelo hacer, empleé buena parte del tiempo libre que tuve en pasear por la ciudad, descubriendo algunos lugares de interés que no había tenido ocasión de disfrutar hasta la fecha. Ésta ha sido la primera vez que he tenido la oportunidad de visitar la ciudad con buen tiempo, y en esas condiciones obviamente el clima invita a pasear, sin prisas, con calma, disfrutando de los detalles de la ciudad, dejándose llevar por el ritmo que marcan sus calles, sus edificios, sus habitantes. En esta ocasión la ciudad lucía de amarillo; el motivo no es otro que el inicio del tour de Francia unos días después de mi visita, un hito histórico para la ciudad que se ha volcado (al menos en apariencia) con este evento: las bicicletas y el color amarillo le dan un toque diferente a la ciudad. En mi paseo hacia el distrito Europeo descubrí el Mont des Arts, la plaza Real de Bruselas o el Palacio de Bruselas.
11. Y sigue disfrutando del centro de la ciudad
Y por supuesto, dediqué tiempo a descubrir y disfrutar del centro de la ciudad. Los turistas se adueñan del centro en ésta época del año, pero aún se pueden encontrar rincones bruselenses en el centro no frecuentados por las hordas de turistas (me gusta pensar que soy un viajero más que un turista). por supuesto que la mayor parte de las calles que rodean a la Gran Plaza tienen su encanto, con sus típicas calles adoquinadas, repletas de terrazas, con cervecerías belgas, pero a ciertas horas pueden resultar un tanto agobiantes por la afluencia de gente. En mi devenir por las calles de la ciudad pude descubrir el Halles de Saint-Gery, un antiguo mercado reconvertido en un centro de exposiciones y de ocio, el Teatro Nacional de la Monnaie, la famosa escultura de Everard 'T Serclaes, en los aledaños de la Gran Plaza, una escultura que según cuenta la leyenda, depende de dónde la toques te puede traer suerte, amor, dinero, fidelidad...supongo que no todo lo que traiga tocarla sea bueno, así que por si acaso, me abstuve de la experiencia (¡que me dejen como estoy!), o la iglesia de Sta. Catarina (a la que daba la ventana de mi alojamiento en Bruselas), una sobria pero imponente iglesia cargada de historia.
Como has visto, se pueden hacer y ver muchas cosas en Bruselas en unas pocas horas. Hasta aquí lo que dio de sí mi visita exprés a la capital del país vecino de mi país de acogida. Bélgica es unos de esos destinos que no defraudan...solo hay que dejarse llevar, descubrirlo desde una perspectiva diferente. !Buen viaje!
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